Victory Storm

Estás En Mis Manos


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ese hombre inclinado hacia adelante para cogerme. Vi su mano tendida hacia mí, pero solamente pude rozarla durante un segundo fugaz. Levanté los ojos brevemente antes de caer. Mi mirada se cruzó con la de ese hombre. Percibí en ella una sombra de miedo y de incredulidad.

      Murmuré: “Alekséi”, en una búsqueda desesperada de ayuda, mientras su mano se alejaba cada vez más y el dolor se hacía más grande hasta resultar intolerable. Luego todo desapareció en la nada.

      Era una oscuridad únicamente desgarrada por mis gritos mezclados con los de ese hombre que llamaba a un médico. Me latía el corazón a toda máquina y, sacudida por el miedo, abrí de nuevo los ojos para darme cuenta de que estaba llorando.

      Estaba totalmente enroscada en mí misma, como una hoja muerta antes de que acabara en la papelera. Parpadeé con los ojos para liberarme de las lágrimas y por fin la vi: la mano de ese hombre estaba entre las mías. Se la cogí fuerte hasta que le hinqué las uñas en la piel. Esa imagen fue como un dulce despertar para mí.

      —Lo he conseguido… Te he atrapado… —balbuceé, sacudida a la vez por los llantos de alivio y de lo que parecía ser una alucinación dado que había vuelto a la habitación blanca donde me había despertado.

      —¿Qué dices? —me preguntó él confundido, con la respiración agitada.

      —Yo... me iba a caer. Alekséi… —intenté explicar, pero sin lograr expresarme. Estaba tan alelada que no era capaz ni de construir una sola frase con sentido.

      —Ahora ya te acuerdas de mí —me susurró él con un deje de sarcasmo en la voz que me perturbó.

      Alekséi. Sí, me acordaba de él, aunque sólo se tratase de un nombre y de un cuerpo físico sin ninguna identidad por ahora.

      Era un pequeño destello de esperanza y los recuerdos de un pasado lejano y todavía confuso. Esbocé una sonrisa de alivio. Justo entonces llegó el médico, acompañado de dos enfermeras. Luego oí al hombre enfadarse y gritar algo. Necesité algo de tiempo para entender que estaba hablando en otra lengua: una lengua que, poco a poco, recordé haber oído.

      Hablaban del shock postraumático, de la hemorragia cerebral en proceso de reabsorción, de ansiolíticos, mientras que el hombre a mi lado estaba furioso por no haber sido informado de lo que acababa de pasar: gritaba que les pagaba lo bastante para obtener respuestas sobre mi salud y para que me curasen.

      —No sabemos cuánto tiempo va a estar así, la verdad, por lo menos una semana —intentó decir el médico en la misma lengua.

      —¡¿Una semana?! —se enfadó el hombre.

      —Dejarla salir antes sería arriesgado. Necesita tiempo para que la micro fractura en el cráneo cicatrice y la hemorragia todavía no está del todo reabsorbida. Vistas las circunstancias, tiene que estar internada al menos dos semanas.

      —¡No puedo quedarme aquí! —dije metiéndome en la conversación, apretando fuerte esa mano que no quería soltar más.

      —Tú también hablas ruso… ¿Por qué no me sorprende? —resopló nerviosamente el hombre, y me dirigió una mirada tan afilada que me dejó sin respiración.

      Dando un fuerte estirón, liberó su mano que yo tenía asida.

      —No… —susurré débilmente, como si no tuviera más aire en los pulmones.

      —Inténtelo todo lo que quiera, pero quiero que esta farsa acabe pronto —gruñó el hombre, y levantándose de la cama, se dirigió a la puerta—. En cuanto a ti, Kendra, tienes hasta mañana para… recobrar la memoria. Hace un siglo que se terminó el juego.

      —Alekséi… —murmuré yo, de nuevo angustiada.

      Pero se marchó, dejándome sola conmigo misma y con esos médicos que me auscultaron inmediatamente y me avasallaron a preguntas.

      Me asusté porque a medida que me preguntaban, iba viendo claro que tenía un enorme agujero negro en el cerebro. La pregunta que me atormentaba era mi identidad: ¿quién soy?

      Alekséi era la última cosa de la que había conservado un recuerdo. Era el único punto de apoyo para evitar que cayera otra vez en la angustia. Me preguntaba quién era y me acordé que él me había llamado Kendra, pero ese nombre no me decía nada.

      Pedí varias veces información sobre Alekséi a las enfermeras, pero daba la impresión de que no me escuchaban.

      Sentía que me embargaba el pánico, pero antes de que pudiera reaccionar y correr hacia la única persona de la que me acordaba, el médico me puso una inyección y me dormí poco después.

      Capítulo 3

      Kendra

      —Kendra, ¿estás preparada para volverte a concentrar para visualizar tus recuerdos?

      Me preguntó amablemente la psicóloga a la que me había enviado el neurólogo, después de dos días de cuidados para aplacar los ataques de pánico y las crisis nerviosas que padecía desde que supe que había perdido la memoria.

      Por desgracia, a pesar de la psicóloga, mi estado no mejoraba nada. Cada vez que cerraba los ojos revivía la misma escena: yo cayendo por las escaleras mientras intentaba coger la mano de Alekséi.

      La doctora me explicó que no se trataba de una alucinación, sino de una reminiscencia de lo que me había pasado, las circunstancias que me habían llevado al hospital, gravemente herida, con una fractura en la caja craneal, un tobillo dislocado, una fisura en el menisco, una lesión en el brazo derecho, un moratón en el rostro y una herida muy fea en el pecho cuya causa ignoraba.

      Para los médicos yo era un milagro, porque tras aquella caída podría haberme quedado en el sitio o bien quedarme paralítica para el resto de mis días. Durante los dos últimos días me hicieron un montón de exámenes y finalmente la hemorragia cerebral desapareció, para satisfacción de todos.

      Alekséi, sin embargo, no volvió a venir, y contra más pasaba el tiempo más me ponía nerviosa. Pedí noticias sobre él varias veces, si alguien conocía por qué estaba enfadado conmigo; pero todos eludieron mis preguntas con cierto malestar.

      —¿Kendra? —me recordó la psicóloga, devolviéndome a la realidad.

      —Ya se lo he dicho mil veces. No me acuerdo de nada. No sé ni mi nombre, ni dónde vivo, ni cómo he podido acabar aquí; y aunque ese hombre se llame Alekséi, en realidad no me acuerdo de él. Todo lo que sé de él es que me conoce y parece realmente enfadado conmigo… ¿Qué le he hecho? ¿Por qué me conoce?

      —Volvamos a ti.

      —No aguanto más todas estas preguntas a las que no puedo dar respuesta —estallé mientras sentía una fuerte migraña, como me ocurría cada vez que me ofuscaba o intentaba acordarme de algo.

      —Sólo intento ayudarte.

      —Pues si quiere ayudarme, llame a Alekséi. Estoy segura de que será capaz de responder a sus preguntas y yo podré…

      —¿Tú podrás qué?

      Susurré un “nada” un poco molesta. No quería confesarle lo sola que me sentía con mis miedos y mis interrogantes en esa cama de hospital, sola y rodeada de extraños.

      Aunque me diese miedo, Alekséi era el único recuerdo que me quedaba. Era lo último que me hacía aferrarme a esa pizca de razón sin la cual caería en la locura.

      —El señor Vasíliev no está disponible ahora.

      —¿Está intentando hablar de Alekséi? Ese apellido no me suena.

      —Sí.

      Grité extenuada:

      —Se lo ruego, lo necesito. No sé qué hecho que sea tan grave para que me odie así, si tan sólo