necesidad imperiosa y pura que, ¿de dónde venía? Esa necesidad por ser besada y abrazada con fuerza, que excedía al sentimiento que acompañaba a la necesidad de beber o de comer.
¡Pero no por aquel hombre!, pensó. Era un extraño, con una herida sospechosa, y un bebé que empezaba a sospechar que no era suyo. Todo a su alrededor exhalaba misterio y amenazaba con peligros desconocidos. Tenía muchas preguntas que hacerle, y fue ordenándolas mentalmente, mientras continuaba vendándole. Pero Shauna sabía de antemano que las respuestas que obtuviera no iban a lograr satisfacer su curiosidad.
—Me estás vendando como a una momia. No me va a reconocer ni mi madre —se quejó él.
—Ya que lo mencionas, ¿dónde está la madre del bebé?
—Murió. Murió al nacer él.
—Y tú eres su padre ¿no?
—Sí —dijo él reflejando cierta emoción en sus ojos.
Ella se dio cuenta de que mentía pero dijo con tranquilidad:
—Bueno, pues bienvenido a la cabaña. Es modesta, pero si es aire puro y pesca lo que estás buscando, podrás encontrar mucho aquí. Yo tengo que irme, pero si quieres que te deje algo…
—No puedes irte a ninguna parte esta noche. Ya está oscuro —él se lo dijo con amabilidad, pero ella presintió que se había convertido en su prisionera.
—Es verdad —dijo tranquilamente—. No sería muy inteligente andar deambulando por las montañas en la oscuridad. Pasaré aquí la noche y me iré por la mañana.
Dicho esto, lo miró con disimulo. Ella conocía los senderos de la montaña tanto de día como de noche. Y además, aquella noche iba a haber luna.
Ben McKinnon miró con detenimiento a su prisionera, porque eso era lo que ella era en esos momentos. No podía correr el riesgo de dejarla marchar para que fuera contando por ahí que les había visto a él y al bebé. Se preguntó si ella lo sabría, sospechaba que sí. Sus ojos azul turquesa reflejaban inteligencia.
Ella era una complicación que no necesitaba. No esperaba encontrarse con nadie en la cabaña. Necesitaba cinco días, tal vez seis, en un lugar donde no pudiesen encontrarle, y donde nadie le buscara. Mientras tanto, Jack Day, un amigo de la Agencia Federal de Inteligencia, descubriría quién le había traicionado, y si los enemigos políticos de Noel East tenían intención de llevar su deseo de venganza hasta el bebé. En el bosque, Ben había escondido una radio de alta tecnología para poder comunicarse con él más adelante.
Noel East, un hombre valiente que había decidido presentarse como candidato de la oposición a las primeras elecciones libres de su país, Crescada. A Ben le habían asignado la misión de protegerle. Había fracasado totalmente.
El bebé comenzó a protestar, sacándole de sus pensamientos y devolviéndole a la realidad.
—¿Cómo puede algo tan pequeño meter tanto ruido? —preguntó ella asombrada.
—Es lo mismo que me vengo preguntando desde hace tres días —respondió él, y vio cómo su error se reflejaba en la cara de ella. Acababa de decir que era su padre—. Tiene hambre —añadió tratando de mostrar su conocimiento de la materia, y recuperar así su imagen.
—¿Tienes comida para él?
—En la mochila —se levantó rápidamente para interceptarla—. Yo la sacaré.
Era consciente de que no lo estaba haciendo muy bien. Primero había fallado en su intento por convencerla de que era el padre del bebé, y después le había mostrado que había algo en su mochila que no quería que viera.
—Necesitamos calentar la comida.
—Traeré algo de madera para encender la estufa —dijo, saliendo de la cabaña.
Ben se acercó a la ventana para controlar sus movimientos. Era una mujer más que bella, impactante. ¿Qué hacía una mujer como ella dirigiendo un negocio como aquel? Probablemente se escondía, pensó. Lo mismo que él, solo que de algo diferente. Ben estaba dispuesto a apostar que se trataba de un hombre.
Capítulo 2
SHAUNA sentía cómo el sudor le recorría la frente.
—Date por vencida —le sugirió su huésped—. No puedes ganar. Te vas a romper el brazo intentándolo.
Estaban echando un pulso, para decidir quién iba a ocuparse de cambiar el pañal. Jake y Evan le habían enseñado a echar pulsos, desde que era una niña, y le habían enseñado algunos trucos también, que le permitían enfrentarse a competidores más fuertes.
Además, el echar un pulso le podía decir muchas cosas sobre un hombre, y ella quería saberlo todo sobre aquel hombre para poder tomar una decisión. ¿Debía dejarles que tuvieran unas felices vacaciones o debía ir a buscar a la policía? Había decidido dejar que fuera el resultado del pulso el que decidiera. Si ganaba él, se iría y dejaría que disfrutara de las vacaciones, pero si ganaba ella regresaría con la policía.
Ella cerró los ojos, y concentrándose empujó con todas sus fuerzas. Pero él no cedía. Estaba jugando con ella. Shauna apostaría a que él era capaz de ganarla en cuanto quisiera. Hizo un último intento, y estuvo a punto de caerse de la silla, cuando él de golpe le soltó la mano.
—¡Eh! —dijo ella desconcertada.
—Ha sido un empate —dijo él.
—No es verdad. Estaba a punto de ganarte —alegó ella consciente de que la situación era la opuesta.
—Tú estabas a punto de romperte el brazo.
—Oh, seguro.
—Podía ver la línea blanca del hueso a través de tu piel. Créeme. Ha sido un empate.
Él había parado el juego porque creía que podía herirla. Aquello decía mucho en su favor. No parecía dispuesto a hacerle daño. Parecería que era un hombre… la palabra noble cruzó por su cabeza. Pero su mirada era la de un hombre peligroso.
Ella se levantó, para eludir esa mirada, y se dirigió hacia el bebé. Reticente, tomó un pañal limpio y lo estudió.
—¿Cómo se llama el bebé? —le preguntó al hombre que tenía detrás. Y entonces descubrió que él tampoco sabía su nombre.
—Le puedes llamar Rocky. Y no tienes que cambiarle el pañal. Yo sé hacerlo.
—Un trato es un trato. ¿Y cómo puedo llamarte a ti?
Él dudó:
—Ben.
Ella desdobló el pañal, y lo miró tratando de descubrir de qué manera se ponía. ¿Qué tipo de hombre no desvelaría su nombre?, pensó. Tal vez la prueba del pulso había fallado después de todo.
De pronto, Shauna notó que él estaba detrás de ella. Se había acercado como un felino, y la rodeó con sus brazos para tomar el pañal. Los brazos de él le rozaron los hombros. Ella pudo sentir el calor que desprendía su musculatura. Su olor a bosque, a hombre.
—Así —dijo él extendiendo el pañal, y añadió con naturalidad—. ¿Y cómo debo llamarte yo?
—Tormenta, como dice el panfleto.
—Tormenta —repitió él—. ¿Es un apodo?
—Mis hermanos siempre me han llamado así.
Sus hermanos decían que aquel nombre reflejaba claramente su temperamento, aunque eso no se lo dijo a Ben.
—Bien, Tormenta, creo que ha llegado la hora de la verdad.
Magnífico. «Suéltalo todo», pensó ella. Pero esa no era la verdad a la que él se refería. Levantó al bebé del suelo, y lo llevó hasta el mostrador, donde lo echó.
—De