que de veras se supiera
que te morías…
Como siempre
no estuvimos de acuerdo,
no me diste tiempo
para decirte adiós,
así fue nuestro cariño felino.
No sé quién te cerró
los ojos café cielo,
ni quién te vistió
con el gris metálico;
cuando llegué a la cita,
alguien preguntó
si estaba de acuerdo
en tu regreso a tu tierra
ceniza a ceniza.
Te rezaban quedito.
El último de tus hijos no los oía.
Te recordaré con tu vestido de invierno,
con tu pelo nocturno;
a todos les he contado
cómo te colgabas las medallas
de tu coronel,
cómo sonreías a toda vela
cuando espantabas al vecindario
con la muleta inútil
que blandías en lo alto.
Relato que empeñabas
tu anillo de viuda
para comprarnos pan,
cuadernos de rayas,
billetes de lotería.
Te recordaré
con tu gesto huraño,
con la ternura perdida.
Te recordaré para siempre:
madre, madre.
Te debo estos versos gregorianos,
el silencio para la familia
que tejiste tarde a tarde
para abrigarme de los parientes.
Te debo el enojo
que tienen los que saben
que sí se muere la Esperanza.
Te debo este enero,
del color de la piel,
te debo y no puedo ya pagarte.
La noche perdió su encanto,
la ciudad no me reconoce:
mi madre ha muerto
en la madrugada duerme
para siempre.
El horno ansioso
enciende en tu espera;
de seguro nos volveremos a reunir.
Así será, Esperanza,
volveremos a discutir
que nadie se desespere.
Los 10 de mayo
no estarás más en tu silla,
no recibirás mangos y papayas,
tu fondo rosa colgará en el ropero.
En silencio leeré poesía a tu muerte.
67 claveles para una tumba chilena
Ahora con este gris de Santiago,
junto a tu tumba
cubierta de flores del otoño,
traigo 66 claveles rojos,
uno blanco, blanco,
igual a la lucha de tu pueblo,
a tu edad cortada por la traición,
compañero Allende.
El mármol sólo guarda tu esqueleto,
tus ideas palpitan en los muros
consignas palpitantes.
El cementerio general
parece pequeño para la rabia
de los desposeídos,
de los estudiantes que toman las calles,
para tu muerte heroica,
ejemplo socialista del bueno,
amor auténtico.
En el viento de atrás del mausoleo,
manos anónimas sembraron
un Cristo de madera apolillada,
compañero solidario para tu eternidad.
Mis sueños se convierten
en montañas nevadas,
cobre de sal chilena,
piel de ostra.
Te debía esta visita
hace 18 años perdidos
y ahora sin poderte dar la espalda,
sin lástima ni derrota, te digo:
Hasta siempre, Allende,
mientras una canción de Víctor Jara
revolotea en mis labios helados.
Dirijo los pasos
rumbo a las alamedas,
la tarde llega
en el vuelo de las palomas;
un niño celebra, sonríe,
es el aguacero de mayo,
huelga de presos políticos
futuro incontenible.
Morena
a Lourdes: compañera
Cuando cumplí veinticinco,
algunos con mucho frío
—igual que la luna llena—,
llegó a mi ruta de río
mi cariñosa Morena.
Certera igual que saeta.
rosa ternura y empeño,
veloz cual libre cometa,
tomó por casa y tarea
mis desencantos y versos.
Con la gallarda alegría,
la falda muy ajustada,
el coraje por la injusticia
de la mujer explotada,
así es la Morena mía
amada entre las amadas.
Han pasado treinta y seis,
Igual cómo pasa el agua,
no es posible contener
este amor, amor del alma,
intenso como el ayer,
inmenso como el mañana.
Cuando acaricio su cuerpo
ella sonríe con azúcar
y al escuchar un jarabe
o un sonecito de viento,
ella baila entre los pinos
en