Mario Arturo Ramos

Los rincones de la sed


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que de veras se supiera

      que te morías…

      Como siempre

      no estuvimos de acuerdo,

      no me diste tiempo

      para decirte adiós,

      así fue nuestro cariño felino.

      No sé quién te cerró

      los ojos café cielo,

      ni quién te vistió

      con el gris metálico;

      cuando llegué a la cita,

      alguien preguntó

      si estaba de acuerdo

      en tu regreso a tu tierra

      ceniza a ceniza.

      Te rezaban quedito.

      El último de tus hijos no los oía.

      Te recordaré con tu vestido de invierno,

      con tu pelo nocturno;

      a todos les he contado

      cómo te colgabas las medallas

      de tu coronel,

      cómo sonreías a toda vela

      cuando espantabas al vecindario

      con la muleta inútil

      que blandías en lo alto.

      Relato que empeñabas

      tu anillo de viuda

      para comprarnos pan,

      cuadernos de rayas,

      billetes de lotería.

      Te recordaré

      con tu gesto huraño,

      con la ternura perdida.

      Te recordaré para siempre:

      madre, madre.

      Te debo estos versos gregorianos,

      el silencio para la familia

      que tejiste tarde a tarde

      para abrigarme de los parientes.

      Te debo el enojo

      que tienen los que saben

      que sí se muere la Esperanza.

      Te debo este enero,

      del color de la piel,

      te debo y no puedo ya pagarte.

      La noche perdió su encanto,

      la ciudad no me reconoce:

      mi madre ha muerto

      en la madrugada duerme

      para siempre.

      El horno ansioso

      enciende en tu espera;

      de seguro nos volveremos a reunir.

      Así será, Esperanza,

      volveremos a discutir

      que nadie se desespere.

      Los 10 de mayo

      no estarás más en tu silla,

      no recibirás mangos y papayas,

      tu fondo rosa colgará en el ropero.

      En silencio leeré poesía a tu muerte.

      67 claveles para una tumba chilena

      Ahora con este gris de Santiago,

      junto a tu tumba

      cubierta de flores del otoño,

      traigo 66 claveles rojos,

      uno blanco, blanco,

      igual a la lucha de tu pueblo,

      a tu edad cortada por la traición,

      compañero Allende.

      El mármol sólo guarda tu esqueleto,

      tus ideas palpitan en los muros

      consignas palpitantes.

      El cementerio general

      parece pequeño para la rabia

      de los desposeídos,

      de los estudiantes que toman las calles,

      para tu muerte heroica,

      ejemplo socialista del bueno,

      amor auténtico.

      En el viento de atrás del mausoleo,

      manos anónimas sembraron

      un Cristo de madera apolillada,

      compañero solidario para tu eternidad.

      Mis sueños se convierten

      en montañas nevadas,

      cobre de sal chilena,

      piel de ostra.

      Te debía esta visita

      hace 18 años perdidos

      y ahora sin poderte dar la espalda,

      sin lástima ni derrota, te digo:

      Hasta siempre, Allende,

      mientras una canción de Víctor Jara

      revolotea en mis labios helados.

      Dirijo los pasos

      rumbo a las alamedas,

      la tarde llega

      en el vuelo de las palomas;

      un niño celebra, sonríe,

      es el aguacero de mayo,

      huelga de presos políticos

      futuro incontenible.

      Morena

      a Lourdes: compañera

      Cuando cumplí veinticinco,

      algunos con mucho frío

      —igual que la luna llena—,

      llegó a mi ruta de río

      mi cariñosa Morena.

      Certera igual que saeta.

      rosa ternura y empeño,

      veloz cual libre cometa,

      tomó por casa y tarea

      mis desencantos y versos.

      Con la gallarda alegría,

      la falda muy ajustada,

      el coraje por la injusticia

      de la mujer explotada,

      así es la Morena mía

      amada entre las amadas.

      Han pasado treinta y seis,

      Igual cómo pasa el agua,

      no es posible contener

      este amor, amor del alma,

      intenso como el ayer,

      inmenso como el mañana.

      Cuando acaricio su cuerpo

      ella sonríe con azúcar

      y al escuchar un jarabe

      o un sonecito de viento,

      ella baila entre los pinos

      en