p>
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Emma Richmond
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un amante difícil, n.º 1488 - marzo 2021
Título original: The Reluctant Groom
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-148-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
EL JARDINERO iba de traje, los crisantemos lucían sus protectores de papel, y cuando su madre la llamaba, Abby acudía corriendo. Nada había cambiado. Pero debería cambiar, pensó la joven con un suspiro. Las cosas tenían que cambiar radicalmente.
Una crisis, había dicho su madre. Otra. En un momento de distracción, tal y como ella lo había definido, había permitido que un hombre entrara en su casa para ver los libros de su último marido. Él había concertado una entrevista y todo eso, se había presentado incluso con cartas de recomendación, pero ella de repente se había puesto nerviosa. Y Abby debía ir a casa de inmediato.
Así que Abby Hunter había ido a casa. Se había tomado una semana libre, demasiado tiempo para disgusto de su empresa, y directamente del trabajo había salido disparada para allá. Bajó del coche, todavía ataviada con sus zapatos de tacón alto y su traje formal tan elegante como el del jardinero, y se dirigió lentamente hacia la casa. Alta, delgada, siempre de punta en blanco, con unos maravillosos ojos de color gris claro, Abby poseía una insolente y altiva belleza que la mayor parte de la gente encontraba intimidante. Con su cabello rubio y ondulado exquisitamente recogido en la nuca, parecía el epítome de la mujer moderna. Aunque no estaba del todo segura, pensó con una sonrisa, de que las mujeres modernas siempre acudieran a las llamadas de sus madres. La presencia de sus hermanas nunca era reclamada, sólo la de Abby. Helen y Laura ya estaban casadas y tenían unos trabajos de alta categoría, pero aun así…
La puerta principal se abrió de repente, interrumpiendo sus pensamientos. Al examinar el rostro de su madre en busca de signos inequívocos de tensión, y no encontrarla peor que de costumbre, Abby esbozó una leve y contenida sonrisa:
–Hola.
–Hola, querida –la saludó su madre, nerviosa–. Siento haberte molestado.
–No te preocupes. Pero me gustaría que no me miraras como temiendo que fuera a darte una bofetada. Sería desastroso para mi imagen.
–Es que me siento tan… inferior a tu lado. Eres siempre tan eficiente, estás tan segura de ti misma…
–Sí –asintió Abby con tono suave, y no le dijo, como podría haberle dicho y habría querido decirle tantas veces, que era precisamente así como había querido ser. Siempre responsable de sus actos, siempre prudente y siempre al mando de todo: lo cual explicaba por qué existía aquella barrera entre ellas. Una barrera que ambas habían erigido–. Bueno –entrando en la casa, preguntó con la enérgica eficiencia que la caracterizaba–, entonces, ¿dónde está ese tipo?
–No seas tan brusca, Abby –le suplicó su madre, quejumbrosa–. Por favor, no. Me he esforzado tanto…
–Lo sé –suspiró Abby. Conteniendo su impaciencia, le pasó un brazo por los hombros, le quitó de las manos el plumero que siempre solía llevar a modo de bastón y la hizo sentarse con delicadeza en una silla del vestíbulo–. Vamos, cuéntamelo todo.
–Vino hace unos días, y es perfectamente amable y educado, pero… ¡oh, Abby, lo que pasa es que no puedo con él! Tuve que contarle lo de papá, y él no lo sabía, ¡y de verdad que no puedo quedarme todo el día en casa sólo para asegurarme de que no me va a robar la plata de la casa! –exclamó, consternada.
–No, claro –convino Abby, sabiendo que aquello no tenía absolutamente nada que ver con la plata de la casa. Sabía que su madre todavía no soportaba hablar de su marido con nadie, ni siquiera con ella, y ciertamente no con un extraño que evidentemente le había hecho preguntas que no estaba en condiciones de contestar.
Aunque tampoco Abby estaba en condiciones de contestarlas. Su madre parecía pensar que era la única que sufría, pero ella también, y además estaba terriblemente preocupada por las deudas que había dejado su padre. Y por una carta que estaba empezando a provocarle pesadillas.
Con la mirada baja y retorciéndose las manos, su madre añadió en voz baja:.
–Tú te las arreglarás con él, ¿verdad, querida? Eres mucho más fuerte que yo, y mucho más… eficaz. Siempre te enfrentas a los problemas mucho mejor