Elizabeth Duke

Una aventura salvaje


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habría invertido sus ahorros comprando una casa en Sidney, la ciudad en la que viviría con su nuevo amor.

      Natasha respiró profundamente, sintiéndose incómoda. ¿Dónde estaría aquella mujer? ¿La habría llevado a Brisbane con él? ¿Sabría su novia que Tom había ido a verla?

      Tenía la pregunta en la punta de la lengua, pero no la formuló. No quería que pensase que tenía interés alguno en su vida. Porque no lo tenía.

      —No está en venta —contestó, secamente.

      Había pintado cuadros parecidos del amanecer en la roca Ayers y los había exhibido en una exposición unos meses antes. Se los habían quitado de las manos. Todos ellos. Y Natasha había vuelto a pintar aquel amanecer… para quedárselo. No sabía bien por qué y empezaba a arrepentirse. Despertaba en ella recuerdos muy dolorosos y ni siquiera tenía espacio para colgarlo. La casa y la galería de arte anexa estaban saturadas de obras suyas.

      Pero, aunque lo pusiera en venta, no pensaba vendérselo a Tom Scanlon. Sería demasiado humillante saber que él compartiría un paisaje tan especial, una noche tan especial, con la mujer que la había reemplazado en su corazón.

      —Es una lástima —dijo él, encogiéndose de hombros. Quizá se arrepentía de haber hecho la oferta. Tampoco él querría tener un recordatorio de aquella romántica noche.

      Natasha miró a su padre, que acompañó a Tom a la puerta y después se volvió hacia el cuadro que estaba pintando, para que ninguno de los dos viera el anhelo que había en sus ojos, un anhelo que ni ella misma podía creer que sentía, después de lo que Tom Scanlon le había hecho.

      Afortunadamente, su padre y ella se marcharían de viaje al día siguiente y no volvería a encontrarse con Tom en Brisbane. Aunque estaba segura de que volvería a Sidney inmediatamente. Volvería a los brazos de la mujer a la que había preferido.

      Después de que Tom se marchara, Natasha no podía concentrarse en el cuadro y se acercó a la ventana. Estuvo mirando la calle durante largo rato, turbada por el encuentro con su antiguo amor. En su mente, seguían dando vueltas un montón de preguntas sin respuesta. Quizá había sido un error no preguntarle a Tom si seguía con aquella mujer, si había conseguido un trabajo en Sidney y pensaba quedarse allí para siempre… o si había vuelto a su vida aventurera y nómada. Con su curiosidad satisfecha, habría podido apartarlo de su mente y de su vida de una vez por todas.

      Pero hubiera sido insoportablemente doloroso escuchar de sus labios que seguía enamorado de la mujer de Sidney, que le contara las innumerables cualidades de la sirena que había robado su corazón…

      «Yo no quería que esto pasara Tash. Ocurrió de repente, sin que pudiera evitarlo», le había dicho.

      Eso hizo que Natasha se preguntara si alguna vez había sentido algo por ella. Un brillo de amargura iluminó sus ojos. Desde luego, la había hecho creer que era así.

      «He encontrado en ti mi alma gemela, Tash… Tú y yo estamos hechos el uno para el otro… Nunca había creído que pudiera amar tanto a alguien…»

      Pero no había sido suficiente. Una semana alejado de ella y…

      Natasha se irguió, incrédula. Acababa de ver a Tom Scanlon saliendo de la galería de arte. Entonces, no se había marchado inmediatamente. Se había quedado con Charlie en la galería…

      Sus ojos brillaron de furia. ¿Cómo se atrevía a quedarse charlando con su padre cuando ella prácticamente lo había echado de su casa?

      Si Charlie había estado hablando con Tom sobre ella, lo mataría. Dándose la vuelta, Natasha salió del estudio por la puerta que daba a la galería y encontró a su padre arreglando un marco en el almacén.

      —¿Qué le has contado a Tom? —preguntó—. ¿Por qué se ha quedado tanto tiempo, Charlie? Tú sabes que no quería verlo. Está fuera de mi vida y quiero que siga fuera. Además, seguro que se ha… que se ha casado.

      —¿Casado? —repitió su padre—. ¿Por qué dices eso? Rompió su compromiso contigo porque quería ser libre, ¿no es así? ¿Por qué iba a casarse con otra mujer?

      —¡Es más fácil para un hombre decirle a una mujer que no está hecho para el matrimonio que admitir que quiere ser libre para seguir tonteando con unas y con otras! —exclamó ella. No había necesidad de decirle a su padre que Tom se había enamorado de otra mujer antes de romper su compromiso con ella. No quería que Charlie volviera a sufrir por ella, su única hija—. Bueno, ¿por qué se ha quedado tanto rato? ¿De qué habéis hablado?

      —Tom quería echar un vistazo a la galería, Natasha —contestó su padre. ¿Estaba evitando su mirada? Charlie había agachado la cabeza, aparentemente muy ocupado con el marco—. De hecho, ha comprado un cuadro —añadió, en un murmullo.

      Natasha parpadeó, sorprendida.

      —¿Qué cuadro? —preguntó.

      No solo había obras suyas en la galería, también tenían cuadros de otros pintores jóvenes. Eran obras de buena calidad y de precio más asequible que sus óleos y acuarelas.

      —Uno de los tuyos —contestó él, sin mirarla—. El de los cerezos en el jardín botánico.

      Natasha se quedó atónita. ¿Por qué iba a querer Tom Scanlon comprar precisamente ese cuadro? Una vez habían caminado de la mano por el jardín botánico, admirando los cerezos. ¡Incluso se habían besado bajo aquel en particular! ¿Por qué querría él recordar aquel momento? Para ella, había resultado muy difícil volver al jardín y pintar aquel árbol que despertaba tantos recuerdos.

      El cuadro era uno de los más pequeños, una delicada acuarela, con un precio bastante más bajo que los cuadros más grandes. Quizá era el único que se podía permitir, pensó. Pero, ¿por qué querría comprar uno de sus cuadros?

      Quizá porque era hermoso y quería llevarle un regalo romántico a su novia… Pero, ¿sería Tom tan insensible como para regalarle un cuadro pintado por ella?

      Natasha no entendía nada. Aquel Tom no era el hombre que ella había conocido… o creía haber conocido. Aunque le daba igual en qué clase de hombre se hubiera convertido o por qué hacía las cosas que hacía. Tom Scanlon estaba fuera de su vida para siempre.

      —¿Eso es todo? ¿Solo quería comprar un cuadro? ¿No habéis hablado de nada más?

      Su padre la miró con una expresión burlona en los ojos.

      —Si querías preguntarle algo, podrías haberlo hecho cara a cara.

      —No tengo nada que preguntarle. Solo quería apartarlo de mi vista lo antes posible —replicó ella, levantando la barbilla. Pero estaba temblando. No solo su voz, todo su cuerpo estaba temblando.

      —Natasha… —empezó a decir su padre—. El hecho de que haya venido a verte significa que le sigues importando… que sigue pensando en ti. Ha tenido dieciocho meses de libertad y quizá hayan sido suficientes. Si sigues queriéndolo…

      —¡No! Papá, no lo entiendes —lo interrumpió ella. Lo había llamado «papá», un signo de que estaba asustada o se sentía vulnerable—. Me hizo mucho daño y no voy a dejar que vuelva a hacérmelo nunca más. No quiero volver a verlo en toda mi vida.

      Su padre la miró largamente, estudiándola.

      —Quizá yo te conozco mejor que tú misma, Natasha.

      —¿Ah, sí? ¿No me digas? —replicó ella, irónica. Pero no podía evitar que le temblasen los labios.

      —Yo creo que Tom te sigue importando mucho. Y creo que a él también le importas. El tiempo lo cura todo, Natasha.

      —Papá… —suspiró ella—. Mira, no va a haber un final feliz, así que deja de soñar con ello. Lo que Tom y yo tuvimos una vez está muerto y enterrado. Él lo mató. Él… ¡él me dejó por otra, papá!

      Por fin lo había dicho.

      Charlie