Джером К. Джером

Ellos y yo


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      Contenido

       Colección

       Créditos

       Ellos y yo

       Biografía

       Prólogo

       Capítulo I

       Capítulo II

       Capítulo III

       Capítulo IV

       Capítulo V

       Capítulo VI

       Capítulo VII

       Capítulo VIII

       Capítulo IX

       Capítulo X

       Capítulo XI

       Capítulo XII

      En Serio,

      1.

      Título original: They and I

      Edición en formato digital: diciembre 2020

      © de la traducción: Manuel Manzano, 2015

      © de la imagen de cubierta: Ana Rey, 2015

      © de la presente edición: La Fuga Ediciones, 2015

      Diseño gráfico: Tactilestudio Comunicación Creativa

      ISBN: 978-84-123107-6-4

      Todos los derechos reservados:

      La fuga ediciones, S.L.

      Passatge de Pere Calders, 9

      08015 Barcelona

      [email protected]

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      Jerome K. Jerome

      Ellos y yo

      traducción y prólogo de Manuel Manzano

      Jerome K. Jerome

      (1859-1927)

      Huérfano a los trece años de edad, Jerome Klapka Jerome empezó a trabajar recogiendo el carbón que caía a las vías del tren. Poco después se unió a una compañía de teatro muy modesta, y a los veintiún años ya escribía sátiras y relatos, la mayoría rechazados por los editores de la época. Maestro, mozo, pasante, publicó su primer libro en 1885, pero no fue hasta Tres hombres en una barca (1889) cuando saltó a la fama mundial. A su muerte, y tras más de veinte obras publicadas, era considerado uno de los mayores exponentes de la literatura cómica inglesa de todos los tiempos.

      Títulos:

      - Tres hombres en bicicleta

      - Ellos y yo

      PULGAS,

      BULLDOGS

      Y CAPAS DE REALIDAD

      de Manuel Manzano

      «Me gusta el trabajo, me fascina. Puedo sentarme y contemplar durante horas cómo trabajan los demás.» Si enmarcamos la cita en la Inglaterra de principios del siglo veinte, se podría pensar que quien reflexiona así, lo hace retrepado en su mullido sillón orejero, con una media sonrisa en los labios, quizá con una copa de brandy en la mano, al calor de una nutrida chimenea y mientras le da golpecitos a su pipa de espuma de mar para vaciarla con delicadeza. Completaría el atrezo una bata de seda recamada con dorados y un foulard al cuello estampado con el escudo del linaje familiar. El monóculo lo dejo a elección del lector. Y cabe la posibilidad de que ocurriera así, por supuesto (del ambiguo sentido del gusto de los ingleses de la época puede esperarse cualquier atuendo afín), pero esa frase salió de la boca de un autor que en su infancia fue uno de los perros flacos con más pulgas de la historia de la literatura inglesa, al menos durante el primer tercio de su vida.

      Hasta poco antes de cobrar fama internacional con Tres hombres en una barca, a Jerome no paró de lloverle sobre mojado. Venía de una infancia calamitosa, con un padre predicador con poco tino para las inversiones, cuyas deudas lo hundieron en la miseria. Las visitas de los acreedores se hicieron tan habituales en su casa que Jerome acabó viéndolos como los perennes actores de reparto de su vida cotidiana infantil. Y como desde niño ya había manifestado su deseo de convertirse en un hombre de letras, uno se imagina al Jerome de trece años de edad, tras la reciente y prematura muerte de sus padres, recogiendo para la London and North Western Railway los trozos de carbón que caían a los lados de las vías del tren, porque de alguna manera tenía que ganarse la vida mientras bullían en su cabeza los primeros argumentos literarios.

      Después, añadiendo pulgas a la colección, deambularía por la Inglaterra decimonónica desempeñando tantos oficios como interpuso en su camino la Providencia, a la que maltrataría merecidamente en Ellos y yo: cumplidos los veintiuno, fue actor de teatro en una compañía modestísima de gira por provincias, plumilla incomprendido, maestro de escuela, mozo de almacén, empaquetador… No obstante, al parecer, nunca perdió la ilusión literaria. O si en algún momento la perdió, se la devolvió después el reconocimiento de crítica, público y colegas de oficio, porque por mucho que unos cuantos editores londinenses melones rechazaran sus primeros escritos (sátiras, relatos, y unos cuantos ensayos), perseveró, publicó y acabó convertido en uno de los mayores exponentes de la literatura inglesa de humor de todos los tiempos. Al final de su carrera, con más de veinte obras publicadas, coqueteó con la edición. Dirigió la revista satírica The Idler, inspirada en la obra de su amigo y colega Rudyard Kipling, pensada para todo aquel que considerara la pereza como una de las bellas artes, y más tarde fundó To–Day, que duró un suspiro debido a la poca acogida comercial. Al comienzo de la primera guerra mundial, trató de alistarse como voluntario para servir a su país, y al ser rechazado por sobrepasar la edad máxima, se enroló en el ejército francés como conductor de ambulancias. Murió de un derrame cerebral en la cama de un hospital, una década después.

      Martillo satírico de políticos, de nobles y sobre todo de la bulldog breed biempensante, Jerome, como sus contemporáneos Hector Saki Munro o Pelham Grenville Wodehouse, se sirvió de un sentido del humor afilado