Su alegre personalidad había conseguido mantenerme a flote en la escuela, y había sido una de mis únicas amigas allí. Ahora, me abandonaba con los lobos. Muchos de mis profesores, conocedores del peligro que me acechaba y de la probabilidad de violencia a la que me enfrentaba, me dejaron acabar antes mis exámenes y saltarme así los dos últimos días de colegio. Grité: «¡Que os jodan!» a todos los críos mientras me marchaba, sacando la cabeza por la ventanilla del coche de un amigo, mientras les hacía la peineta con los dedos y me alejaba de aquel aparcamiento por última vez.
* * *
La semana posterior a que acabara el colegio asistí a un retiro de Young Life de una semana de duración, al cual nos habían estado intentando convencer para que fuéramos durante todo el año en mi grupo de jóvenes cristianos. El campamento era muy cursi, lleno de alegría y charlas sobre Dios. Desi, el joven pastor, supervisaba nuestra cabaña y lideraba las charlas con mi grupo cada noche. Mi sexualidad era puesta en entredicho bastante a menudo; eso sí, siempre entre líneas. Había muchas charlas sobre “querer cambiar”. Los líderes de los grupos me cogían en apartes para que tuviéramos pequeñas conversaciones, y me decían: «Siempre puedes hacer algo, si quieres hacerlo». Me sentía halagado por su consideración. Todo el mundo podía ver cómo de triste y abatido me había estado sintiendo y querían ayudarme. Todavía sigo pensando que solo estaban intentando ser amables.
* * *
Daba paseos en soledad y contemplaba cómo mi sexualidad no solo había sido una carga, sino que había convertido mi vida en un jodido coñazo. Ser gay me había metido en todo este lío, sin saber quién se suponía que era o dónde se suponía que debía estar. El cansancio estaba llegando hasta mis huesos. Estaba harto de tener que defenderme, harto de luchar. No tenía demasiado que perder. Durante el último día de campamento, recé con Desi, le pedí a Cristo que me salvara de mis pecados y me comprometí a caminar tras sus huellas.
* * *
Mi tiempo en Arizona concluyó en las profundidades de un río en pleno desierto. Vestía una túnica blanca. Courtney, que ya estaba sobria, me observaba desde la ribera a través de sus gafas de sol con forma de ojo de gato. Fue testigo del espectáculo, mirándome con perplejidad.
—Este es Jason Sellards —dijo Desi en voz alta para nuestro público de una persona—, y viene hoy para ser bautizado en Cristo. Ahora, repite conmigo: creo que Jesús es Cristo.
—Creo que Jesús es Cristo.
—El hijo del Padre viviente, y mi Señor y mi Salvador.
—El hijo del Padre viviente, y mi Señor y mi Salvador.
—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. —Desi empujó mi cabeza en el agua e inmediatamente la sacó de ella—. Has renacido. —Rio, encantado.
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