Michelle Reid

Corazón Latino


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rígidas y de ojos fríos en aquellos tiempos.

      Ella recordó las instituciones estatales en las que había vivido Luis durante su niñez. Y de pronto se imaginó a un pequeño de nueve años, moreno y de ojos negros, solo. A esa edad ya sabía que no podía confiar en nadie.

      ¡Cuántas confidencias habían compartido durante aquel largo verano de hacía siete años!, pensó Caroline, con un dolor en el estómago.

      ¿Y cuántas cosas de las que él le había contado serían verdad?

      —¿Por qué te pones así? —le dijo él.

      —Mi bolso, por favor, Luis —insistió ella, y extendió la mano.

      —¿Sabías que tus ojos se ponen grises cuando estás enfadada? —preguntó él.

      Ella sintió el mensaje sexual en su sangre.

      —Mi bolso —repitió.

      Él sonrió.

      —Y tu boca pone gesto remilgado y se pone…

      —¡Basta! ¡No seas infantil!

      —…excitante.

      Ella respiró profundamente, para desahogar su irritación.

      Sus dedos extendidos empezaron a temblar; los cerró en un puño, y se sujetó la toalla.

      —¡Me estoy enfriando aquí! —exclamó.

      Y empezó a temblar, aunque no sabía si de frío.

      De pronto Luis se quitó la chaqueta y se la puso alrededor de sus hombros mojados.

      Su gesto galante minó sus defensas. Unas lágrimas asomaron a sus ojos.

      —No juegues con mi padre, Luis —le rogó.

      —Póntela —le dijo él, quitándole el vestido y los zapatos de las manos e invitándola a meter los brazos en las mangas—. Quítate esa toalla húmeda.

      Estaba claro que debía de rechazar su ofrecimiento, pero ella obedeció. Sintió el calor de la seda contra su piel húmeda y fría.

      —Pensé que ibas a ayudarme —dijo ella—. ¡Pero lo único que has hecho es empeorar las cosas!

      —Solo la locura puede ser respuesta a más locura —contestó él—. El único modo de pararlo esta noche era darle una buena razón para parar. Así que jugamos dentro de una hora, fuera del hotel, porque no estoy…

      Se interrumpió cuando Caroline lo agarró de la camisa, y le rogó:

      —¡Por favor, no lo hagas! ¿Cómo puedes querer hacerme esto otra vez?

      Luis no la escuchó. Solo miró sus manos, tirando de la tela blanca a la altura de su pecho. Él alzó las suyas y tomó las manos de Caroline. Ella se sintió envuelta en su aura masculina, y notó el latido de su corazón. Un latido que podía desbordarse cuando estaba inmerso en la pasión. Un cuerpo de seda que recordaba moviéndose contra el de ella. Y esa mata de pelo en su pecho que se estrechaba hacia abajo, directamente hasta su…

      Se le secó la boca. El sexo estaba nuevamente allí. Aquel fuego, aquella punzada que envolvía sus sentidos y los devolvía a la vida.

      Luis movió las manos. Las metió por debajo de la chaqueta y le soltó la toalla para que esta cayera al suelo. Sintió sus manos en su piel.

      —No —dijo ella, mirándolo.

      Luis no contestó. La besó directamente. Como un amante. Furiosamente, profundamente, íntimamente. Ella sintió que era hermoso aquello.

      Lo había echado de menos, pensó Caroline. Y sintió que volvía a llorar. Había echado de menos la pasión que podía surgir entre ellos con solo tocarse un instante.

      Caroline acarició el pecho de Luis y llegó hasta su cara, donde trazó el contorno de su boca y de sus rasgos como si fuera ciega.

      Luis respondió con un suspiro y la atrajo hacia él. Ella se sintió embriagada por aquel placer.

      Sabía que era una locura, pero en aquellos momentos, sentía que Luis le pertenecía. Lo poseía. Si le decía «muere por mí», él lo habría hecho.

      Y ella también habría muerto por él.

      —Luis… —murmuró.

      Si tenía una debilidad, esa era Luis. Como el juego para su padre. Una vez que se adquiría la adicción, permanecía toda la vida. Aunque se privara de ella durante años, volvía a aparecer, al menor sorbo de ella. Y ella estaba bebiendo de él, cayendo en su adicción, admitió Caroline, mientras se dejaba envolver por aquel beso con la ansiedad de alguien muerto de hambre, ¡degustándolo, tocándolo, necesitándolo, deseando más!

      Luis la acarició. La devoró con su boca y ella lo dejó. Sabía a menta, su aliento y su lengua. Y sintió el latido de su corazón debajo de sus dedos femeninos.

      Ella no fue consciente de nada hasta que sintió que sus pechos se liberaban y las manos de Luis tomaban posesión de ellos. Después todo ello se transformó en un banquete. Él dejó su boca en busca de otros placeres. Ella echó la cabeza hacia atrás y disfrutó del placer mientras él lamía, jugaba y succionaba sus pechos.

      Le pareció lo más natural levantar una pierna y rodear la cintura de Luis con ella. El movimiento hizo que el contacto entre ellos fuera más estrecho. Después, ella perdió el sentido de la realidad, zambulléndose en un mundo de sensaciones, de tacto, de perfumes, que estaban grabadas en su mente, porque aquel hombre había sido su primer amante. ¡El que le había enseñado a sentir de aquel modo, a responder de aquel modo, a desear de aquel modo!

      Su único amante. Aunque no pensaba que Luis pudiera decir lo mismo.

      Pero no podía decir que reaccionara a él de aquel modo porque fuera el único hombre que le había hecho sentir aquello.

      Y mientras estaba con él, no parecía importante que fuera el hombre que una vez la había destruido, que la había traicionado tan terriblemente que no había sido capaz de recuperarse. Su padre no importaba. El juego no importaba. Ni que Luis pudiera volver a hacerle daño.

      De hecho, ella estaba tan perdida en lo que estaba ocurriendo en aquel momento, que cuando golpearon en la puerta de la piscina, no se dio cuenta de qué era ese ruido. Hasta que Luis se irguió de pronto, quitó la pierna de ella, la apartó y fue a abrir la puerta.

      En aquel momento Caroline se dio cuenta de lo que había estado a punto de hacer. Siete años sin contacto alguno, y se habían abalanzado uno encima de otro en la primera oportunidad que habían tenido, como animales hambrientos.

      Era vergonzoso, humillante, pensó ella.

      Una voz masculina que ella no había oído jamás, pero que tenía el mismo acento que Luis dijo:

      —Está todo arreglado. Tienes media hora.

      —De acuerdo —dijo él.

      Cerró la puerta.

      Ella tardó unos segundos en darse cuenta de qué estaba pasando, pero una sola mirada a su frío rostro le hizo comprender que el hombre que la había estado besando apasionadamente se había transformado en su enemigo.

      —¿Qué es lo que está arreglado? —preguntó Caroline.

      —¿Tú que crees?

      Se refería al juego con su padre. Acababa de darse cuenta. Aun después de lo que había pasado entre ellos, iba a jugar con su padre.

      —Toma —él se agachó y le dio el vestido, caído antes en el suelo—. Ponte esto. Ya estás seca. Tenemos cosas que hacer y no puedes marcharte de aquí con ese aspecto.

      Caroline se miró. Vio sus pechos excitados, su piel anhelante, sus largas piernas blancas temblando aún por el modo en que él la había hecho sentir. Hasta la chaqueta de Luis ya no estaba donde ella creía.

      Él