Charlie Donlea

La chica que se llevaron (versión latinoamericana)


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Capítulo 48

       Capítulo 49

       Capítulo 50

       Capítulo 51

       Capítulo 52

       Capítulo 53

       Capítulo 54

       Capítulo 55

       Capítulo 56

       Capítulo 57

       Capítulo 58

       Capítulo 59

       Capítulo 60

       Capítulo 61

       Capítulo 62

       Capítulo 63

       Capítulo 64

       Capítulo 65

       Agradecimientos

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       Charlie Donlea

       Sinopsis

       Motus

      Amazing grace how sweet the sound

       That saved a wretch like me

      I once was lost but now I’m found

      Was blind but now I see.

      Amazing Grace

      Sublime gracia, cuán dulce el sonido

      Que salvó a una desdichada como yo

      Estuve perdida, pero ahora me he encontrado

      Estuve ciega, pero ahora veo.

      Himno Amazing Grace / Sublime Gracia

      de John Newton, 1779

      Emerson Bay,

      Carolina del Norte

      20 de agosto de 2016

      23:22 horas

      LA OSCURIDAD FUE SIEMPRE PARTE de su vida.

      La buscaba y coqueteaba con ella. Le resultaba pintoresca y encantadora, algo que a la mayoría le parecía incomprensible. Últimamente se había convencido, con algo de morbosidad, de las bondades de su compañía, de que prefería la negrura de la muerte a la luz de la existencia. Hasta esta noche. Hasta que se encontró de pie frente a un precipicio de muerte y vacío como nunca había conocido, ante una noche sin estrellas. Cuando Nicole Cutty se vio ante ese abismo entre la vida y la muerte, eligió la vida. Y corrió como si la persiguiera el demonio.

      Sin linterna, cegada por la noche, atravesó la entrada principal. Él estaba a un brazo de distancia detrás de ella, lo que hizo que la adrenalina la inundara; corrió unos pasos en la dirección equivocada hasta que su vista se adaptó al brillo empañado de la luna. Divisó su automóvil, se orientó y corrió hacia él; buscó a tientas la manija y abrió la puerta con desesperación. Las llaves colgaban del encendido; Nicole puso en marcha el motor, movió la palanca de cambios y pisó el acelerador. La excesiva inyección de gasolina en el motor estuvo a punto de hacerla embestir de costado el vehículo que tenía por delante. Las luces dieron vida a la noche cerrada y por el rabillo del ojo vio brillar el color de la camisa de él cuando apareció por delante del capó del auto estacionado. No tuvo tiempo de reaccionar. Sintió el impacto sordo y el atroz balanceo de la suspensión: las ruedas registraron los desniveles del cuerpo de él antes de recuperar la tracción sobre el camino de grava. De manera instintiva, pisó el acelerador a fondo y giró apretadamente en U, para huir luego a toda velocidad por el camino angosto, dejando todo detrás de sí.

      Nicole giró el volante y derrapó al ingresar en la ruta principal, sacudiéndose en el asiento hasta que el coche se estabilizó; el velocímetro trepaba por encima de los ciento veinte kilómetros por hora, pero no le prestó atención. Flexionó el brazo del que él la había sujetado; ya se le estaba formando un magullón violeta. Sus ojos pasaban del parabrisas al espejo retrovisor. Transcurrieron más de tres kilómetros antes de que aflojara el pie sobre el acelerador y el motor de cuatro cilindros se aquietara. Estar libre no la aliviaba. Habían sucedido demasiadas cosas como para creer que el hecho de haber escapado pudiera hacer desaparecer los problemas de esa noche. Necesitaba ayuda.

      Al tomar la ruta de acceso que llevaba de nuevo hacia la playa, Nicole repasó mentalmente las personas a las que no podía pedir ayuda. Su mente funcionaba así, en negativo. Antes de decidir quién podía ayudarla, descartó a aquellos que no la comprenderían. Sus padres estaban en primer lugar. La policía, inmediatamente después. Sus amigas eran una posibilidad, pero eran débiles e histéricas y Nicole sabía que entrarían en pánico antes de que les explicara siquiera una fracción de lo que había sucedido. Su mente dio vueltas y vueltas, pasando por alto la única posibilidad real hasta que hubo descartado todas las demás.

      Nicole se detuvo en la señal de alto y retomó la marcha mientras buscaba su teléfono. Necesitaba a su hermana. Livia era mayor y más sabia. Racional de un modo en que Nicole no lo era. Si dejaba de lado la última parte de sus vidas y pasaba por alto la distancia entre ellas, sabía que podía confiarle su vida a Livia. Y aunque no estuviera segura de ello, no tenía otras opciones.

      Se llevó el teléfono a la oreja y lo escuchó sonar, con lágrimas cayéndole por las mejillas. Era casi medianoche. Estaba a una cuadra de la fiesta en la playa.

      —Responde, responde, responde. ¡Por favor, Livia!

      Dos semanas más tarde

      Bosque de Emerson Bay

      3 de septiembre de 2016

      23:54 horas

      SE QUITÓ LA BOLSA DE arpillera de la cabeza y respiró a bocanadas. Le tomó unos minutos a su vista adaptarse y que dejaran de bailarle siluetas amorfas delante de los ojos, que retrocediera la oscuridad. Escuchó, buscando la presencia de él, pero solo oyó el repiqueteo de la lluvia afuera. Dejó caer la bolsa de arpillera al suelo y caminó de puntillas hasta la puerta de la cabaña. Sorprendida al ver que estaba entreabierta, acercó el rostro a la ranura entre la puerta y el marco, y espió el bosque oscuro castigado por la lluvia. Imaginó la lente de una cámara en su pupila mientras espiaba por la hendija: el foco achicándose y retrocediendo lentamente para capturar primero la puerta, luego la cabaña, luego los árboles, hasta llegar a un panorama satelital del bosque entero. Se sintió pequeña y débil por esa imagen mental de sí misma, sola en una cabaña perdida en medio del bosque.

      Se preguntó si esto era una prueba. Si salía por la puerta y se adentraba en el bosque, existía la posibilidad de que él la estuviera esperando. Pero si la puerta abierta y el hecho de haber podido liberarse momentáneamente del grillete constituían un error, era el primero que él cometía y esta era la única oportunidad que ella había tenido en las últimas dos semanas. El primer momento en que no estaba encadenada a la pared del sótano.

      Maniatada y con las manos temblorosas, empujó la puerta y la abrió. Las bisagras chirriaron en la noche antes de que su quejido se aplacara bajo el abofeteo de la lluvia. Aguardó un instante, inmovilizada por el miedo. Cerró los ojos con fuerza y se obligó a pensar, tratando de sobreponerse al sopor de los sedantes. Las horas de oscuridad del sótano le atravesaron la mente como un relámpago en una tormenta. También, la promesa que se había hecho de que, si surgía la oportunidad de escapar, la tomaría. Había decidido días atrás que prefería morir luchando por su libertad antes que entregarse como oveja al matadero.

      Dio un paso vacilante fuera de la cabaña y salió a la lluvia espesa y pesada que le corrió en chorros fríos por la cara. Se tomó un momento para bañarse en ella, para dejar que el agua le lavara la niebla de la mente. Luego, echó a correr.

      El bosque estaba