enfrentar. Es de las cuestiones más complejas, porque, además, está en juego que en el intento no te frustres. Debes analizar con sinceridad de dónde vienes y adónde deseas llegar. Tienes que definir un objetivo lo suficientemente estimulante, sin ser tan excesivo como para que te lleve al fracaso, y debes saber aceptar tu momento.
Soy partidario de que esos objetivos sean realmente alcanzables, porque no te puedes plantear algo imposible y alejarte de la realidad. La complejidad tiene que venir dada por tu experiencia en el objetivo: pasar de cero a diez en un instante de entusiasmo no suele dar buenos resultados.
Soy una persona optimista, ya te irás dando cuenta, y tiendo a lo irrealizable y a creer que lo voy a conseguir, pero luego rebobino y pienso en las cosas que son reales, examino la situación, veo el tiempo que le puedo dedicar y analizo esa curva de la emoción. Por tanto, deja pasar el entusiasmo y vuelve al equilibrio emocional, porque tomar decisiones cuando estás eufórico lo más probable es que te lleve a un camino erróneo.
Alrededor de ese gran objetivo yo me planteo unos microobjetivos flexibles que voy acomodando según varíe mi realidad. Las metas están vivas y como tal hay que tratarlas, por eso tienen que ser modificables según las dificultades que te vayas encontrando. Si estás haciendo una carrera y ves que el ritmo elegido no es el idóneo, tendrás que cambiarlo para no fundirte. Es la garantía de llegar con cierta salud mental y física al final.
Esto es aplicable absolutamente a todo; creo que es un indicativo de inteligencia. Por ejemplo, en mi mundo, en el mundo de los kilómetros, imagínate una marca que ha lanzado una zapatilla al mercado con una evolución sobresaliente por la incorporación de una placa de carbono en su suela que, junto con la ligereza y la densidad, proporciona una mejora del rendimiento que está en torno al cuatro por ciento. Ante esto, si fuéramos la competencia, ¿qué haríamos? Habría dos posibilidades: seguir como siempre y no rectificar o parar todo y adaptarse a los nuevos cambios, que están testados y funcionan. Hemos de ser capaces de dar la vuelta a la realidad porque el mundo cambia. Esto mismo me lo dijo Paolo Vasile en una cena:
—La vida cambia. Mira a tu hijo. Tú estás todos los días viéndole y no le ves crecer, pero deja de verle una semana y te darás cuenta de cuánto ha cambiado.
Y es cierto, porque dejamos de tener contacto con la realidad. No dejes nunca de contactar con lo que está pasando fuera. El mundo es un proceso vivo y por eso los objetivos que te marques tienen que estar muy bien hilados, da igual del tipo que sean: profesionales, personales, deportivos o empresariales, aquellos que quieras conseguir o mejorar en un momento determinado de tu vida. No pierdas de vista lo que está pasando en el exterior mientras tú también evolucionas. Dos evoluciones paralelas que se tienen que ir encontrando en el camino para que el objetivo tenga equilibrio y el éxito deseado.
3
El talento oculto
El talento es algo tan curioso, tan libre, tan íntimo, que nos puede llevar toda una vida y no encontrarlo, a pesar de que creo firmemente que todos tenemos alguno, incluso varios. Algo que nos hace diferentes, que nos da un superpoder para destacar. Puede ser una capacidad, una habilidad para realizar de manera innata o para llevar a cabo una actividad. Se supone que el talento es hacer una determinada cosa sin que nos suponga demasiado esfuerzo.
Esto del talento suena bien, como si en verdad hasta yo lo hubiera expresado de manera que solo con tenerlo fuera una fuerza extraordinaria como para atraer todo lo bueno, todos los éxitos, uno detrás de otro. Y no es así.
El primer problema del talento es detectarlo, saber cuál es. A veces requiere un viaje interior para descubrirlo y, en otras ocasiones, como fue la mía, es otra persona quien ayuda a descubrirlo. Sea como sea, el talento es la primera parte de esta película, luego viene realmente lo difícil. Y esta es la del trabajo, la del esfuerzo, la de la dedicación para sacar lo mejor de ese talento, para no frustrarlo y reventarlo a mitad de camino de lo que podría llegar a ser.
Cuántas veces nos preguntamos qué hubiera sido si… Yo a veces lo hago. Qué hubiera sido en la vida si no me hubiese topado con unos vecinos a los que les gustaba salir a correr y si no hubiese desarrollado el hábito de correr con ellos. Fue así, con ellos, como destapé mi talento. De manera anecdótica y fortuita. A mí me gustaban, ya lo he comentado, todos los deportes, pero esta disciplina me descubrió que podía llegar a ser excepcional, aunque en ese momento no tenía la menor idea.
Una vez descubierto el talento —o cierto talento— se abren un buen puñado de factores. ¿Cuánto quieres potenciarlo? ¿Estás dispuesto al sacrificio total? ¿Hacia dónde quieres ir? Tampoco es fácil encontrar a esa persona o a un equipo cualificado que sepa guiarte y que te diga, que te explique, que te asesore y te haga ver que si sigues ciertos pasos puedes llegar hasta donde te propongas. En realidad, los caminos a veces son muy inciertos, diría que demasiado. Cuando pasa el tiempo es cuando de golpe comprendes muchas cosas. Pero ya han ocurrido, ya no se pueden reescribir, eres mero espectador o contador de tu propia vida, y hablas en pasado. Es útil para actuar de ahora en adelante. Eso siempre sirve.
En mi caso hubo unos años en los que era consciente de que tenía cierto talento para correr, y lo que hice fue no taparlo ni esconderlo. Hacía carreras, pero también otros deportes, y me servía para poner los peldaños de mis primeros sueños. Fue la etapa en la que, ¡qué curioso!, llegué a imaginarme que saldría en televisión corriendo. Era un «flashazo»; otro fue que vestiría la camiseta de España compitiendo.
Luego está la vida que nos regala momentos impagables en los que somos capaces de cumplir esos sueños de niño. Ahora, a mis cuarenta y ocho años, no tengo más que pensamientos de agradecimiento por lo que a mí me ha dado. Siento que todos los esfuerzos han tenido su recompensa.
Es difícil cuantificar el talento. ¿Cuánto puedes tener y hasta dónde te puede llevar? A mí nadie me dijo: «Si sigues hasta aquí conseguirás esto o lo otro». La suerte que tuve es que, en mi época de adolescente, la gente que me rodeaba no eran profesionales en el mundo del alto nivel, pero sí eran buenas personas. No eran entrenadores capacitados para hacer florecer ese talento, no eran los mejores jardineros por decirlo de alguna manera, pero no me marchitaron, lo dejaron estar hasta que llegó mi momento. Por eso se retrasó quizá todo en el tiempo. Otros, con dieciocho años, estaban ya curtidos en mil batallas y yo, sin embargo, comenzaba, deslumbrado por todo lo que me iba encontrando.
Ya lo he dicho antes. Cuando empecé a estudiar INEF y vi cómo trabajaban los deportistas de alto rendimiento fue el momento en el que me di cuenta de que eso era lo que yo quería para mi vida. Durante esos años ocurrió algo que retrató a la perfección la evolución de mi vocación: cada vez estudiaba menos y entrenaba muchísimo más. La balanza se descompensó dejando en evidencia mis intereses reales y el verdadero motivo que me había llevado hasta ahí. La transformación. Y eso que apareció algún trago duro, porque durante el primer año me lesioné una rodilla y, como todavía no era un profesional, tuve que pasar por el canal normal médico, no el de los deportistas, y eso supuso que se me fueran ocho o nueve meses hasta que me pude operar del menisco. Engordé doce kilos y después me lesioné la otra rodilla. Los avatares normales a lo largo de una carrera deportiva. Ahora, que han pasado treinta años y sigo corriendo muchos días por los mismos sitios —¡cuántos kilómetros habré hecho ya!, ¡cuántas vueltas a esa pista!—, no dejo de sentir algo especial. Allí fue donde se detonó ese crac dentro de mí capaz de desencadenar todo. Ese todo que, hoy, ya retirado de la alta competición, no ha acabado.
Si hay un talento que me ha dejado el paso del tiempo y, además, que más me ha sorprendido porque no pensaba que fuera capaz de desarrollarlo así, ha sido la fortaleza mental. No creía que fuera tan fuerte para lo malo y para lo bueno.
Toda la vida nos pasamos descubriendo capacidades, que con esfuerzo y con trabajo, podemos desarrollar y vivir de ellas. |
Ahora, por ejemplo, yo he descubierto que soy capaz de comunicar, cosa que en otro momento ni me hubiera imaginado. Por eso te invito a estar atento, a hacer ese viaje interior para que te descubras.
Por lo rápido que trascurre todo, debemos tomar decisiones cuando somos jóvenes,