Dani Collins

Un príncipe y una tentación


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Se quedaron así lo que le pareció una eternidad y el corazón le latía con tanta fuerza que casi no podía llenar los pulmones.

      –No hemos terminado de hablar –consiguió decir ella con un hilo de voz.

      Sabía que debería soltarlo y retroceder un paso, estaba perpleja por el interés que percibía en su mirada.

      Sin falsa modestia, sabía que era hermosa, y por eso le enfocaban tan a menudo los objetivos de las cámaras. Además, los hombres la miraban con deseo todo el rato.

      No había ningún motivo para que reaccionara ante la avidez descarada de ese hombre, pero lo hacía y era una reacción sexual y primitiva que le abrasaba las entrañas y… Efectivamente, era un deseo recíproco. Él la miraba como si la encontrara atractiva y ella, desde luego, lo encontraba atractivo hasta decir basta. Incluso, era posible que hubiera algo químico entre ellos, porque bajó la miraba a su boca sin querer, y el anhelo se disparó.

      Él esbozó media sonrisa. Ella sabía que estaba captando su reacción y que le divertía. Le dolió, se sintió torpe y transparente. No podía contener los sentimientos que se adueñaban de ella y era una cruz que llevaba a la espalda. Ese era tan intenso que no lo había sentido nunca y la alcanzaba en todos los aspectos: en el físico, el mental, el emocional… La tenía completamente cautivada.

      –Sí, hemos terminado de hablar.

      Él dobló el brazo que tenía agarrado ella y le puso una mano firme y cálida en la cintura mientras tiraba un poco del otro brazo para acercarla un paso.

      –Pero si quieres empezar a hacer otra cosa…

      ¡Ni se te ocurra! Se ordenó a sí misma. Sin embargo, fue demasiado tarde, porque él estaba bajando la cabeza y ella estaba separando los labios con avidez.

      Capítulo 2

      ÉL SABÍA utilizar esa boca creada expresamente para el sexo y le dio un beso ardiente y sin contemplaciones.

      Ella supo inmediatamente que estaba castigándola, aunque no con violencia. Quería que reaccionara, que se derritiera y se rindiera a él, que quedara claro quién llevaba las riendas… y estaba consiguiéndolo, estaba neutralizando cualquier resistencia posible, estaba conquistándola.

      Sin embargo, se activó el instinto de supervivencia que tan dolorosamente había moldeado. Había aprendido a responder con un ataque a los ataques de los demás.

      Le devolvió el beso con toda la rabia que le había provocado y con toda la frustración que había despertado en ella. No se limitó a aceptar el beso, lo igualó. Se puso a su altura hasta que notó el calor de su cuerpo a través de la tela de seda que llevaba encima. Luego, le mordió leve pero amenazadoramente el labio inferior e introdujo los dedos entre su pelo. Era absolutamente impropio de ella ser así de agresiva en el terreno sexual, pero ¿cómo se atrevía a presentarse allí para acusarla e intimidarla?

      ¿Parecía intimidada?

      Notó la sorpresa de él y que… se endurecía. Esa reacción la estimuló, la excitación fue apoderándose de ella como una oleada que le sensibilizaba las zonas erógenas. Arqueó la espalda para pegar los pechos a su granítico pecho. Contoneó la pelvis contra la protuberancia que notaba detrás de la cremallera.

      La abrazó con más fuerza y la besó con más intensidad, pisó el acelerador. Bajó una mano por su espalda hasta que le tomó uno de los glúteos por encima de la seda.

      Era una sensación maravillosa que ella no podía dominar y se apartó un poco para dejar escapar un gemido y tomar aire.

      Él gruñó y le recorrió el cuello con la boca mientras se frotaba contra ella con una intención evidente.

      Angelique, dominada por la situación, le dejó. Estaba acostumbrada a que la trataran como una mezcla de trofeo y diosa en un pedestal. Ningún hombre la había besado como a una mujer que no solo deseaba, ¡que anhelaba! Aquello era completamente real, terrenal y elemental.

      Inclinó la cabeza hacia atrás, la melena le cayó como una cascada y, efectivamente, era posible que estuviera rindiéndose, pero no a él, a eso, a ellos, a lo que estaban creando juntos…

      Él murmuró algo bajando los labios de una clavícula al borde de la camisola.

      –Sí… –susurró ella.

      Se sentía rebosante, anhelaba que le tomara los pechos con la boca. Cuando él subió una mano para acariciarle un pecho por el borde…

      –Espera…

      Él, sin embargo, ya había tomado el disco plateado que llevaba colgado del cuello para ponérselo por encima del hombro.

      La excitación lo dominó en cuestión de segundos. Estaba a punto de hacer el amor con una mujer excepcionalmente apasionada.

      Entonces, se abrió la puerta e irrumpieron unos hombres armados.

      El corazón le explotó e, instintivamente, intentó ponerla detrás de él, pero ella se resistió mientras gritaba:

      –¡Estoy bien! ¡Orquídea, orquídea! ¡Alto, orquídea!

      Ella levantó una mano como si así pudiera detener las balas e intentó ponerse delante de él como si pudiera protegerlo con ese cuerpo esbelto y delicado. Sin embargo, Kasim sentía una descarga de adrenalina como la de los intrusos y la rodeó protectoramente con los brazos mientras, un poco tarde, caía en la cuenta de que eran los guardas de seguridad que había visto al llegar.

      –No pasa… nada. Tranquilos, de verdad –insistió Angelique con la voz temblorosa mientras miraba a Kasim con una expresión de humillación–. Suéltame para que pueda aclarar esto.

      Él la agarraba con fuerza y tuvo que obligarse premeditadamente para relajarse.

      –Estoy bien –repitió ella mientras se soltaba de él temblando visiblemente–. Sinceramente, ha sido culpa mía. Él estaba mirando mi collar y debería haberle avisado de que tuviera cuidado.

      ¿Que estaba mirando su collar? Tenía el pintalabios corrido y estaba congestionada desde la frente hasta el borde del top. Los guardas no eran tan tontos. Sin embargo, sí eran profesionales.

      –¿Segundo nivel? –le preguntó uno.

      –Nenúfar –contestó ella.

      Angelique se dirigió a un panel para reiniciar algo, suspiró y volvió a su mesa para tomar el móvil con una mano todavía temblorosa.

      –Gracias. Volved a vuestros puestos –añadió ella.

      Los guardas enfundaron las armas, se retiraron y cerraron la puerta.

      Se oyó la videollamada que había marcado ella, pero tomó un pañuelo de papel, se inclinó sobre un pequeño espejo de mesa y empezó a limpiarse los labios precipitadamente.

      –Solo tardaré un segundo, pero si no…

      –Oui! –exclamó una voz masculina con un gruñido.

      –Bonjour, Henri.

      Angelique inclinó el teléfono para ver la pantalla. Todavía parecía desorientada y abochornada, pero intentó esbozar una sonrisa firme.

      Kasim estaba completamente atónito. Ese beso había sido tan placentero que solo podía pensar en seguir donde lo habían dejado.

      –Je m’excuse. Ha sido solo culpa mía –siguió Angelique–. Falsa alarma. Orquídea, orquídea. Solo ha sido un simulacro.

      –Qu’est ce qui c’est passé?

      –Es una historia un poco larga y estoy haciendo una cosa. ¿Puedo llamarte más tarde?

      –Estoy mirando las grabaciones de seguridad.

      –Muy bien –replicó ella en un tono algo agobiado como si fuera a contestar una pregunta que