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Soberanía alimentaria


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diálogos internos y externos a LVC, los autores examinan la ampliación del concepto de soberanía alimentaria en la primera década del siglo XXI a través de un diálogo de saberes con movimientos aliados conformados por pueblos indígenas, mujeres, ambientalistas, pastores nómadas, pescadores artesanales, consumidores y sindicatos. Este diálogo entre las “ausencias” (Santos, 2006), marginadas por la cultura dominante, suscitó la emergencia de la soberanía alimentaria como marco interpretativo movilizador de la acción colectiva y su posibilidad de incidir en la disputa epistémica sobre el sistema agroalimentario en la sociedad en general. Un resultado de ese diálogo sostenido es un llamado a reconcebir la reforma agraria desde una perspectiva territorial, de tal forma que la distribución de la tierra a los campesinos no termine truncando los derechos de las demás personas que comparten un mismo espacio rural.

      El capítulo “Resistencias campesinas, agroecología y soberanía alimentaria: narrativas y prácticas de la Unión Nacional de Campesinos de Mozambique”, de Boaventura Monjane, desarrolla la idea según la cual la soberanía alimentaria y la agroecología son propuestas populares que desafían al sistema agroalimentario hegemónico. Monjane parte de la experiencia del protagonismo de campesinos y campesinas de la Unión Nacional de Campesinos de Mozambique (UNAC) para abordar la resistencia a los patrones dominantes de la agricultura industrial capitalista representada por el agronegocio en aquel país. El autor resalta el trabajo político-organizativo y productivo, el uso de semillas nativas y la priorización de los mercados locales como formas cotidianas de lucha por la justicia cognitiva y la defensa de sistemas alimentarios controlados por los propios campesinos y campesinas, con vistas a la construcción de la soberanía alimentaria. Monjane argumenta que la unión entre diversos saberes y experiencias, característicos de un movimiento nacional multicultural e intergeneracional como lo es la UNAC, y el reconocimiento de la diversidad de conocimientos son capaces de tejer resistencia y protagonismo para superar, a través de la agroecología, el pensamiento abismal de los sistemas productivos y alimenticios dominantes.

      Aline Mendonça dos Santos y Cristine Jaques Ribeiro traen al debate, en el capítulo “La soberanía alimentaria y la economía solidaria como estrategias de la reforma agraria en Brasil”, la articulación entre soberanía alimentaria, reforma agraria y economía solidaria. Para las autoras, estos temas se configuran como estrategias fundantes de una lógica de vivir y de producir de forma agroecológica, con miras a fortalecer la resistencia contra la cultura capitalista y extractivista, que es impuesta en la sociedad a través del agronegocio. Como veremos también en otros capítulos, el texto apunta a la agroecología como línea transversal a estas tres estrategias —soberanía alimentaria, reforma agraria y economía solidaria—, en términos de garantía de la sostenibilidad de la agricultura y como posibilidad de expresión de manifestaciones socioculturales ignoradas por la racionalidad dominante. A partir de una reflexión teórica que incluye el análisis crítico de datos relativos a la economía solidaria en el contexto brasilero, el capítulo argumenta que reconocer el alimento como derecho humano implica relacionarlo con la concepción de justicia social. Frente al sufrimiento de las poblaciones más pobres causado por la devastación de sus territorios y de sus modos de vida, la justicia social está todavía muy lejos de alcanzarse cuando las cuestiones ambientales se concentran en la lógica de la acumulación y de la explotación. El capítulo resalta el papel de la soberanía alimentaria, de la agroecología y de la economía solidaria para la búsqueda de justicia social, económica y ambiental, al tiempo que reafirma la centralidad de la lucha por la tierra, la reforma agraria y la garantía de los derechos territoriales de las poblaciones.

      En “Estrategias de abundancia de los indígenas amazónicos en contexto urbano: hacia la soberanía alimentaria en Leticia”, Blanca Yagüe nos muestra, a partir del trabajo etnográfico con líderes comunitarias y organizaciones indígenas, las estrategias, a menudo “invisibilizadas”, para construir soberanía alimentaria en un espacio urbanizado multiétnico con gran presencia de productos globalizados e influencia de la sociedad hegemónica. Estas estrategias autónomas indígenas abarcan la producción local en chagras tradicionales y huertos urbanos, el uso e intercambio de semillas nativas, la articulación de redes de solidaridad e intercambio de alimentos entre la ciudad y los resguardos indígenas, el trabajo comunitario a través de las mingas, la venta de productos locales y tradicionales en el mercado y la generación de espacios propios para la venta, consumo e intercambio de alimentos. Lo que buscan estas estrategias es la manutención de las culturas alimentarias indígenas a través de la expansión hacia la ciudad de un modelo alimentario basado en el policultivo, desdibujando de esta manera las fronteras entre lo urbano y lo rural.

      En el capítulo “Huertos caseros: un lugar para ser llamado mío, suyo, nuestro. La importancia de las mujeres en la construcción de la soberanía alimentaria y de la agroecología en Brasil”, Laeticia M. Jalil, Michelly Aragão, Adriella Camila G. F. da S. Furtado da Silva, Islandia Bezerra, Mônica de C. R. dos Anjos y Lorena Lima de Moraes discuten, a partir del trabajo de campo realizado en dos regiones distintas de Brasil —el sertão nordestino y una región metropolitana al sur del país—, la construcción de patios productivos como espacios de empoderamiento y de autonomía de las mujeres rurales y urbanas. Las autoras presentan indicadores y racionalidades otras que apuntan a la importancia de estos espacios en la producción de sociabilidades, conocimientos, relaciones de solidaridad y reciprocidad, así como en la práctica de una agricultura agroecológica. Esto se da, según las autoras, de una manera que respeta las lógicas de organización de las mujeres, que son las responsables de estos espacios de producción de vida, de resistencias, de preservación y de cuidado. En consonancia con otros textos de la presente obra, este capítulo refuerza el enfoque estratégico de la práctica cotidiana de la soberanía alimentaria, expresada específicamente a través de los patios productivos. Estos espacios acaban por posibilitar mejoras en la seguridad alimentaria y nutricional de las familias, en la construcción de conocimientos y saberes, y en la renta familiar, además de contribuir al potencial de las mujeres para la participación política y la acción en los espacios públicos donde están insertas.

      Cuestionando aquellas lecturas de la alimentación, la cocina y la seguridad alimentaria que insisten en separar las comunidades locales de los sistemas mundiales, el capítulo de Maria Paula Meneses, “Cocina nacional, procesos identitarios y retos de soberanía: las recetas culinarias construyendo Mozambique”, analiza los contactos coloniales a través de los alimentos, en un amplio contexto global, e interroga el colonialismo desde una perspectiva de la historia subalterna. Con base en un análisis del conocimiento producido en forma de recetas por mujeres parte de la red de intercambios que conformaba y todavía conforma el océano Índico, la autora pregunta cómo el alimento —un pilar tan estable de la identidad— también puede ser tan fluido y cambiante, y cómo se pueden mantener los límites, aparentemente insuperables, entre las prácticas y los hábitos dietéticos específicos de cada grupo, mientras las dietas, recetas y cocina están en constante flujo. La autora demuestra que la comida puede personificar contactos geográficos y culturales y procesos de identidad que desafían las representaciones nacionales vigentes sobre la soberanía alimentaria. El análisis de las conexiones entre alimentos generadas por los encuentros coloniales permite visualizar los efectos de la colonización y de los procesos migratorios, elementos clave para comprender la soberanía alimentaria como parte del proceso de afirmación cultural y soberanía política.

      Luciana Buainain Jacob, en el capítulo titulado “De las monoculturas a las ecologías: agroecología para la soberanía alimentaria en Brasil”, aborda la lucha campesina por la soberanía alimentaria y la agroecología como expresiones de la globalización contrahegemónica, y resalta, desde el punto de vista epistemológico, elementos comunes en los que ambas se asientan. La autonomía, los agroecosistemas tradicionales, la ecología de saberes, la sostenibilidad, las metodologías basadas en la solidaridad entre grupos, comunidades y pueblos y la descolonialidad pueden ser considerados, según la autora, seis principios que subyacen a ambos conceptos. Según Buainain, para que la agroecología se contraponga radicalmente al paradigma de la agricultura industrial capitalista no puede ser pensada a partir de la misma razón sobre la que este paradigma fue fundando. Tampoco contará con las condiciones para promover transformaciones sociales profundas sin un reconocimiento de los grupos históricamente silenciados y que más sufren las consecuencias nefastas