recorrer las tres, sin tropiezos, bosques, lagos y montañas, tal es la tranquilidad que se siente en aquel ambiente, donde alguna vez el alma argentina ha de retemplarse con visiones de belleza.7
Para Elflein, la dicotomía entre la urbe y el campo no siempre es la misma que la establecida entre civilización y barbarie, al menos no en cuanto al peligro que la última supone. Si bien señala la falta de desarrollo económico y apunta en numerosas ocasiones hacia el beneficio que obtendrían los poblados que visita si la industria y los transportes llegaran hasta allá, no por ello presenta la falta de tales recursos como un peligro. A tal punto contradice aquella suposición, que hace explícitas las condiciones de tranquilidad y amabilidad que primaron durante su viaje, y aprovecha para incluir también el otro asunto que la atraviesa: el del lugar de las mujeres —no sin disfrazar de irrelevante, en tanto íntima, su sugerencia.
Al tiempo que Elflein recorre el territorio nacional, no sólo trabaja su conflicto identitario en términos de nacionalidades y vínculos con el país —a cuyos pobladores más antiguos se aproxima con la autoridad de ser “embajadora de la metrópolis”—8, sino que, al incorporar a tal perfil su condición como mujer, amplía la posibilidad de ciudadanía, entonces tan restringida para las mujeres. De ahí que, en todos sus relatos de viaje, se detenga al menos una vez a hacer un llamado a las mujeres para participar en el espacio público, para abrirse paso donde no hay caminos y llegar más allá de los límites de las ciudades. Para Elflein, la modernización de la nación consiste también en abrir esas fronteras vedadas a las mujeres.
A continuación, se ofrece una serie de relatos de viaje que aparecieron en La prensa entre abril y junio de 1918 bajo el título de “Por los pueblos serranos”.9 En ellos, Ada María Elflein recorre distintos pueblos de las provincias de San Luis y Córdoba, regiones en las que los viajeros, a decir de la misma autora, “no verán lagos deslumbradores ni el blanco esplendor de cumbres andinas; pero lo que vean les quedará grabado en la mente, indeleble, rodeado de un encanto especial”.
En estas páginas, Elflein recorre poblados que aún no sabían de la explotación industrial, de la contaminación del transporte, pero la inminencia de su pasos se presiente en el texto, leído desde el siglo xxi. Por los pueblos serranos ofrece la oportunidad de recorrer regiones que aún conviven con la naturaleza estrechamente. A través de la prosa modernista con que la autora los describe, los paisajes adquieren vívidos matices que dan lugar a regiones enteras que cobran vida en el relato de lo cotidiano. Así sucede aún cuando se trata de un momento aparentemente inerte como la hora de la siesta:
¿Conocen mis lectores una siesta de verano de tierra adentro?
Se cierra la puerta de calle, se cierran las ventanas, y sobre la casa y sus habitantes cae un manto mágico tejido de sol y de quietud, de pesada fragancia a flores y olor a tierra caldeada, de suave zumbido de insectos y una dulce pereza a la que es inútil oponer resistencia. En sus jaulas, los pájaros silban quedamente. El viento adormece y despierta a ratos y entonces sacude con leve caricia las hojas, que rompen en un susurrar breve y pasajero, como si de pronto se les ocurriera algo que necesariamente tuvieran que decirse. La naturaleza está como diluida en resplandor. Afuera, en la calle polvorienta, se siente el paso acompasado de alguna recua de burritos, y por el patio florido cruzan los criados criollos de la casa, morenos, silenciosos, corteses y sonrientes. Llevan estera viejas para tenderlas bajo el tupido parral… Van también a dormir, hasta la hora del mate. El pueblo entero duerme.
Las costumbres de provincia y el ritmo calmo de sus gentes se narran con descripciones adornadas de sutil naturaleza, pero Elflein no se limita a los páramos tranquilos por donde parece no transcurrir el tiempo. Por el contrario, permanece atenta al habla de la gente, a su humor, a sus costumbres y, desde luego, al más mínimo atisbo de modernidad, ajustando su prosa a las exigencias de cada episodio. Así, al internarse en lo más profundo de una mina, celebra el encuentro con los metales y las máquinas:
la faz artística de la fábrica: ese conjunto de maquinarias que zumban como monstruosos abejorros; que sueltan repentinos chorros de vapor con silbidos malignos que parecen burlarse de nuestro sobresalto; que trabajan con un ruido uniforme de pisadas, como si las moviese un gigante encerrado; máquinas que gimen acongojadas; máquinas que bufan enfurecidas; máquinas que elaboran en silencio como esclavos resignados.
Por los pueblos serranos ofrece un complejo mosaico de impresiones en las que la misma autora queda retratada como personaje de su tiempo, evidenciando formas de relación, aversiones y preocupaciones de entonces. Estos relatos, pese a la distancia temporal de más de un siglo que nos separa, dan cuenta de una época clave en la consolidación ya no sólo de la Argentina, sino de todas las sociedades actuales de América Latina.
Ana Negri
Bibliografía
Barbarosch, E., V. Lescano Galardi, y T. Ortiz, “Consolidación del Estado argentino y la educación universitaria. (1880-1916)”, Revista Electrónica del Instituto de Investigaciones Ambrosio L. Gioja, año III, núm. 4, 2009, pp. 108-124.
Elflein, Ada María, Impresiones de viajes, Cynthia Cordi (ed.), Haedo, Los lápices editora, 2018.
Giordano, Verónica, “De ‘ciudadanas incapaces’ a sujetos
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