esta configuración, en la disciplina RR.II., cuyo nombre y práctica son marcados por la imprenta Occidental, la doxa, en especial el realismo, perduraría. El realismo, como marco de referencia y porque condiciona en gran parte nuestras lecturas, seguirá siendo pertinente al momento de observar los cambios en la práctica. Seguirá siendo la referencia para la mayoría de los trabajos producidos, no a una escala global, sino a una inferior. Los que tendrán la oportunidad de hablar de las interacciones globales solo serán unos pocos y en términos de conformidad con una doxa, realista para algunos, liberal para otros, o culturalmente arraigada en cualquier fantasma de identidad estatal que sea. Queda que la reflexión en términos globales estaría a la vez en disminución, enfocando el trabajo de la mayoría de los académicos exiliados en las tareas que ya desarrollan (incluyendo una teórica, pero limitada en su audiencia y mercado) y ampliando la audiencia de unos pocos académicos.
En esa lectura, la relación de las Américas con Estados Unidos debe ser problematizada en una serie de temáticas: la dependencia, tanto en términos epistemológicos como materiales, más aún cuando la urgencia climática está creando una situación de segregación; la escala, siempre se puede preguntar si se debe pensar más allá del alcance de los intereses del Estado; el totalitarismo interno, que puede transformar las agendas de investigación en instrumentos de propaganda política; y las debilidades estructurales de las que las sociedades exiliadas padecen, que siempre van a tender a orientar los análisis hacia la relevancia del primus inter pares. Estas problemáticas no solo deben formularse, sino que sus consecuencias sobre el habitus deben ser anticipadas. Sectarismo, utilitarismo y elitismo son las tres tentaciones a las que las comunidades epistémicas no pueden ceder. Sectarismo, para que no se privilegie un cierto tipo de trabajo o una temática. Utilitarismo para que el mercado académico no se transforme en un campo más de corrupción. Elitismo, para que el debate académico siga abierto y que formas alternas de organización social a escala global sigan siendo formuladas. Los diferentes capítulos que integran esta publicación llevan a interrogar el Estado como referente analítico. El capítulo “Del concepto a la teoría de la gobernanza global: más incluyente con la sociedad civil en RR.II.” hace directamente eso. El capítulo “No más Eldorado o conocimientos que se pueden aprovechar” muestra que el conocimiento ajeno puede ser usado para abrir caminos epistémicos fuera de su contexto original. Cuando se aborda la cuestión de las relaciones internacionales entendidas desde una perspectiva neogramsciana, en el capítulo “El impacto de las tecnologías de la información y las comunicaciones en el siglo XXI: lectura desde el neogramscianismo”, se ponen en cuestión las relaciones de subordinación y la dependencia. Sin embargo, eso no quiere decir que no se puede pensar el Estado, en su identidad, tal como se hace en “La identidad social: parte esencial del autoconcepto del Estado”. Al fin y al cabo, parece importante subrayar que pensar más allá de los intereses del Estado no constituye una invitación a ignorarlo, sino un incentivo para conceptualizarlo de manera diferente, tal como se propone en “La identidad social: parte esencial del autoconcepto del Estado”.
En todo caso, en América Latina, más que en otras regiones del mundo, el riesgo de abandonar la reflexión a escala global es grande, eso por la estructura del mercado en el que se desenvuelven los académicos. A manera de ilustración, saber si el narcotráfico es una cuestión de seguridad internacional –que solo puede entenderse en el marco de las relaciones interestatales orientadas por la competencia por la seguridad– es una cuestión central para la agenda de investigación.
Con el proyecto de RR.II. globales, se supone que la reflexión global es la que hace un estudioso de las relaciones sociales entre grupos humanos, pero desde los lugares de exilio y en este momento de histéresis, pensar lo global podría siempre ser percibido como un desvío de atención de los asuntos más urgentes de la propia agenda.
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