de pensar y restituirse a la moral de la alianza con Dios. Indudablemente, se entremezclan voces acusadoras del consciente colectivo (de la trama historial) de una persona. También irrumpen voces inculpadoras, enjuiciatorias y hasta algunos se toman la atribución de hablar en nombre de Dios utilizando argumentos tales como “Dios te va a castigar”, “ya verás”. Cierran, indefectiblemente la posibilidad de la conversión y hasta desean la muerte…
Además, se presentan en las personas religiosas no bien formadas, los llamados “escrúpulos” en la voz de San Ignacio de Loyola. Hoy los definimos como obsesiones que en algunos casos llegan a ser recurrentes.
Por eso, en este Libro desarrollo la complejidad de este sentimiento y las vías de sanación comenzando por sopesar la veracidad del mismo. Cuando a la base de la personalidad existe otro sentimiento que es el de inferioridad, o bien descalificaciones, humillaciones o acusaciones proferidas a otros o recibidas, muy simplemente resulta descubrir que las personas que no han incorporado a su proceso de conversión este sentimiento de culpa, estén siendo asiduamente provocadas por el mismo. Por eso, no temamos asumir para transformar…
La culpa comúnmente se entrelaza con el miedo y con la desesperación, en ambos casos: tanto aquella ocasionada como la recibida. Los errores son exigencias propias del aprendizaje.
La mente tiene habilidades. Hay cosas que son conscientes y otras las soterramos en el inconsciente. Por tanto, se producen represiones neuróticas que pueden llegar a sujetar la vida. Así nunca seremos felices. La mente humana es como un jardín. Si queremos que crezcan flores, hay que arrancar las malas hierbas. Reprimir nuestras emociones no es bueno.
Apoyándome en la experiencia de décadas de atender a muchos hermanos y hermanas de la Iglesia y escuchar sus relatos para intentar brindarles una orientación en sus asuntos desde la fe, me encuentro con actitudes que se reiteran una y otra vez tales como los autorreproches que no pocas veces desembocan en autocastigos. Así es que podemos caer en una psiconeurosis religiosa cuando somos apoderados por la incorrecta vivencia de la culpa. Es una experiencia muy subjetiva.
En este libro apelo a la síntesis y entiendo que nocionalmente podemos descubrir el camino para erradicar sentimientos de estas características. Sabemos que la Palabra de Dios “ejerce poder en los creyentes” (1 Tes 2, 13). Ser creyentes implica “estar en el camino” y “estar en el camino” nos asegura como enseña San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios que “somos nuevas creaturas”.
El Magisterio de la Iglesia en su Catecismo (CATIC) nos recuerda en el punto 1784:
“La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida… Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpa… La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón”.
Los sentimientos de culpa siempre son insanos. Es por ello, que en este libro persigo un fin y es tratar de ayudar a ver para sanar. En consecuencia, ocupémonos de contribuir al plan de salvación. Dios nos quiere santos. No hay santidad sin completamiento en el plan de salvación.
Agradezco a Aquel que es LA VIDA: Cristo Jesús el Señor. Y a la Virgen nuestra Madre a quien, bajo la advocación de Sede de Sabiduría y Estrella de la Evangelización, encomiendo estos escritos para la Gloria de Dios y el bien de todo hombre de buena voluntad.
Y a todos los hermanos que se alimentan y siguen mis predicaciones por los distintos medios.
Por todo lo expuesto, a Dios sea la Gloria eternamente.
Claudio Rizzo.
33
1ª Predicación:
“El sentimiento de culpa I”
¿Culpable o inocente?
“Porque yo reconozco mis faltas
Y mi pecado está siempre ante mí…
Tú amas la sinceridad del corazón
Y me enseñas la sabiduría en mi interior”.
Salmo 51, 5.8
En verdad, sería casi imposible y aún equívoco contestarnos esta pregunta en la vida, que este peso, clásicamente llamado en la Escritura “culpa” está entrelazado con cosas concretas, circunstancias concretas, personas concretas. Todos vamos a coincidir, en mayor o menor grado, que la culpa es el sentimiento de auto condena que experimentamos tras haber hecho algo que creemos que está mal. Es imposible experimentar sentimiento de culpa sin estar previendo nuestro castigo o, en el caso de que la culpa haya sido proyectada, el de los demás. Aunque tal vez no seamos conscientes de ello, el sustrato básico de nuestra culpa siempre es la creencia de que hemos “pecado” y el miedo de que Dios nos atacará y castigará por nuestra indignidad.
Cuando describimos la esencia misma de Dios, decimos lo que da a luz la Escritura en 1 Jn y es que Dios es Amor.
Los creyentes nos apoyamos en la esencia de la misma Palabra que es viva y eficaz. Por tanto, advirtamos que no nos es posible coexistir la culpa y el miedo con el amor. Mientras mantengamos los sentimientos negativos de culpa y miedo, no nos será posible experimentar la paz y la presencia de Dios.
Podemos avizorar una profundización de la palabra que remarco en estas líneas y se torna recurrente. Me refiero a la palabra sentimientos… Tengamos en cuenta que los sentimientos son el resultado de la evolución de las emociones y se presentan de manera mucho más compleja. Existen dos tipos de sentimientos: aquellos que reciben el nombre de sensoriales: los que están unidos a lo pulsional e instintivo y los extrasensoriales que son una especie de reflejos condicionados del ser humano ante los influjos del amor de Dios. Son posibles, gracias a la presencia de la imagen de Dios en la naturaleza humana.
Evidentemente la culpa es un hecho psicológico al que debemos mirar con perspicacia, dado que el “click” en la mente lo lograremos sin tomamos la decisión de erradicarla.
Atendamos al ego debido a que intenta mantenernos atados a la culpa y es el modo de mantenernos atrapados en el pasado condenándonos a nosotros mismos y los demás. Así los anacronismos son reincidentes y la depresión patológica sigue siendo nuestro huésped…
La atracción del ego por la culpa puede ser plenamente comprendida siempre y cuando consideremos y entendamos bien la naturaleza de aquello que se denomina la percepción. Ante ella, podemos vislumbrar el mundo que nos rodea (lo circundante). Según la perspectiva, reaccionaremos de un modo o de otro. Por eso, los invito a acudir a un concepto antropológico y filosófico que nos permitirá entender en detalle la percepción: “el es acto por el cual un sujeto, organizando sus sensaciones presentes, interpretándolas (la inteligencia es la que guía las asociaciones) y completándolas con imágenes (imaginación) y recuerdos (que se los da la memoria, por ejemplo, uno se imagina que determinado árbol es grande por el tronco que tiene) capta un objeto que considera espontáneamente como distinto de sí (o sea, otra cosa que no soy yo) real (que permite captar el sentido de la realidad) y actualmente conocido (es decir, soy consciente)”.
Por lo expuesto, nos damos cuenta que a través de la percepción, que es un modo de conocimiento, podemos realizar dos juicios claramente distinguibles: el juicio de identificación, el cual consiste en reconocer el objeto, en nuestro caso la “culpa” y el juicio de realidad, el que consiste en ver si el objeto es o no es real, en nuestro caso si la culpa es tal o no y su grado de intensidad.
Para poder comenzar un trabajo más hondo, les propongo recordar una especie de prolegómeno que se presente a mi mente, por sentido común y es que “todo lo que nosotros tenemos está puesto por Dios”. Eso es pensar, actuar, usar nuestros sentidos. Por tanto, hagamos uso de nuestras capacidades.
Convengamos que cada uno de nosotros, a pesar de que profesamos la misma fe, ve el mundo de manera distinta, según cuáles sean nuestras necesidades individuales, nuestros deseos, nuestras experiencias pasadas, y nuestras creencias actuales.
A pesar de lo descrito en cuanto a la percepción, lo cierto es que son en realidad