llena eres de gracia;
el Señor es contigo; bendita tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Dios Todopoderoso y Misericordioso
nos bendiga y nos guarde,
Él que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Me planteo esta pregunta: ¿qué difundo a mi alrededor: paz, confianza?; ¿o al contrario: agitación e inquietud? Pido a Dios la gracia de que su paz habite en mí y me convierta en un verdadero artesano de la paz.
«Cuanto más recogido vive alguien en lo más íntimo de su alma, más fuerte es la irradiación que proviene de él y que atrae irresistiblemente a los demás tras de sí».
SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ
Leo y medito el texto de Isaías citado anteriormente: Así ha hablado el Señor Dios, el Santo de Israel: «Seréis salvos si os convertís y estáis tranquilos; en la serenidad y en la confianza está vuestra fuerza». Pero no habéis querido.
Guardo estas palabras en mi corazón e intento repetirlas a menudo a lo largo del día: En la serenidad y en la confianza está vuestra fuerza.
[1] Etty HILLESUM. Diario: una vida conmocionada. Barcelona, Anthropos, 2007.
Día 2
La paz, don de Dios
Señal de la cruz
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Invitación al recogimiento
Me sereno, me sitúo en el momento presente y respiro despacio. Con una actitud de fe, me pongo bajo la mirada de mi Padre del Cielo, que me ama con ternura. Estoy atento a la presencia de Dios dentro de mi corazón. Me recojo unos minutos.
Espíritu Santo, Tú que eres la luz, Tú que eres el consolador, ven a guiar mi oración de hoy. Hazme conocer la belleza y la hondura del amor divino. Ven e instaura en mi corazón la paz de Dios; y hazme capaz de transmitir esa paz a mi alrededor.
Meditación
El Señor nos llama a estar en paz y a transmitir esa paz a nuestro alrededor: así seremos de verdad Hijos de Dios.
La paz que debe habitar en nuestro corazón es, por encima de todo, un don de Dios. Evidentemente, hace falta cierto esfuerzo por nuestra parte: tenemos una tarea que cumplir, y eso es lo que veremos en los próximos días. Pero la paz es ante todo un don que hay que acoger, una gracia que hay que pedir y recibir. Solo Dios puede comunicarnos de verdad la paz: nuestros esfuerzos humanos no son suficientes.
Conviene meditar los textos de la Escritura que nos hablan de la paz como de un don de Dios.
Los pasajes más significativos los encontramos en el evangelio de san Juan, en el discurso del Señor posterior a la Cena.
Después de lavar los pies a sus discípulos, mientras comparten su última comida, Jesús les habla largo y tendido. Antes de adentrarse en la Pasión les deja, por decirlo de algún modo, su testamento espiritual.
Al comienzo del capítulo 14 nos encontramos con estas palabras: No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí.
Los discípulos están agitados e inquietos por todo lo que sucede en Jerusalén, por la creciente hostilidad hacia Jesús.
Por eso, lo primero que les pide Jesús es que se calmen, que no se alteren, que adopten una actitud de fe.
Y si Jesús les pide eso, es para que puedan escuchar todas las cosas importantes que le queda aún por decirles.
El corazón agitado suele ser incapaz de escuchar la palabra de Dios, mientras que en un corazón sereno esa palabra puede penetrar hasta lo más hondo.
Un poco más adelante Jesús se refiere a la venida del Espíritu Santo. Y a continuación encontramos esta espléndida promesa: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27).
Muy poco antes de despedirse de sus discípulos, Jesús les promete la gracia del Espíritu Santo y les deja ese don tan precioso de la paz.
La paz que promete Jesús no es la del mundo. No es la tranquilidad de aquel a quien todo le va bien, que tiene los problemas resueltos y los deseos satisfechos; una paz que, por otra parte, sería bastante inusual. La paz que Jesús nos promete es una paz que puede recibirse y experimentarse incluso en situaciones difíciles y de incertidumbre, porque tiene su origen y su fundamento en Dios.
Y, cuando va a concluir su largo discurso, al final del capítulo 16, justo antes de la oración sacerdotal del capítulo 17 en la que deja de hablar a sus discípulos para dirigirse al Padre, sus últimas palabras vuelven a referirse al tema de la paz:
Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). Es como si el objetivo último de todas las palabras que Jesús ha dirigido a sus discípulos fuese el de afianzarlos en la paz.
Los discípulos deben hallar la paz en la certeza de la victoria de Cristo sobre todas las fuerzas del mal que agitan el mundo: Confiad: yo he vencido al mundo.
Al mismo tiempo, Jesús nos muestra cuál es el secreto de la paz y su verdadera fuente. Nuestra paz es la paz de Jesús.
Es la unión con Jesús, la escucha de su palabra, la fe, la confianza, la oración y el amor lo que nos permite recibir en nuestros corazones la paz de Dios.
Oración
Confiémonos a la Virgen, Reina de la Paz:
Dios te salve, María; llena eres de gracia;
el Señor es contigo; bendita tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Dios Todopoderoso y Misericordioso
nos bendiga y nos guarde,
Él que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Entiendo mejor que la verdadera paz tiene su origen en Jesús.
Pido la gracia de vivir más unido a Él, de pasar menos tiempo dándole vueltas a lo que me inquieta y me preocupa, y más tiempo pensando en Jesús, acogiendo sus palabras, invocándole.
Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.
SAN