Isabel Margarita Saieg

Serendipia antémica


Скачать книгу

mejor para la familia. Necesitamos ese dinero. Mamá no gana lo suficiente, yo menos, y Will está haciendo su mayor esfuerzo, igual que tú. Odio tener que convencerte, pero creo que esto es algo que debes hacer.

      Sus ojos estaban húmedos por la desesperación. Aun así, mantuvo la compostura.

      —Tengo dieciséis años, ¿por qué tengo que tomar este tipo de decisiones?

      —El mundo es un lugar muy cruel. Nos obligó a crecer rápido. No tuvimos opción.

      Una enorme ola de tristeza se asomó en los ojos de Helena.

      No era broma. Jamás tuvimos tiempo para jugar o disfrutar cuando niños. Mamá se enfermaba muy seguido y pasaba días encerrada en su habitación. Yo cuidaba de ella mientras Will se hacía cargo de los más pequeños. Luego, al llegar Helena a la familia, todo se hizo un poco más fácil, pero ya habíamos crecido. No era lo mismo.

      —Sí —dijo Helena—, definitivamente no tuvimos opción... Voy a hacerlo. Por ti, por mí, por todos. Además, me gusta mucho el trabajo.

      —Eso es lo más importante —respondí, abrazándola con un solo brazo para poder seguir caminando—. Yo compraré las bombillas, como regalo de felicitaciones.

      Helena rio. Sentí un pequeño halo de calor rodear mi corazón al oírla.

      —Gracias, Paris, siempre he querido una de esas. ¡Sueño hecho realidad! —dijo con ironía.

      —Lo sé, de nada. Soy el mejor hermano que podrías haber pedido.

      La sonrisa de Helena se volvió tenue, sin perder su belleza.

      —Sí. Lo eres.

      Continuamos nuestro camino hasta el mercado, que quedaba justo al lado del café en el que Helena trabajaba. Compramos las dos bombillas más baratas y volvimos a casa. En el camino, Helena me explicó cómo sería su dinámica desde ahora. Trabajaría los siete días de la semana, cambiaría de uniforme, pero sin contacto con los clientes, que era lo que más odiaba de ser barista. Desde ahora se encargaría del tema de la organización y el stock, que se ajustaba más a su estilo y personalidad que la preparación del café en la barra.

      Más allá del esfuerzo que tendría que hacer, estaba feliz. Me encantaba verla así. Lucía aún más bella con una sonrisa destellando en su fino rostro.

      Aun así, verla me daba miedo; miedo que mi hermana pequeña creciera, miedo de tener que tomar distintos caminos, miedo de perder el contacto, miedo de olvidarnos.

      La había conocido hacía tan poco, pero creía conocerla de toda la vida. Su espíritu nos robó el corazón a todos en la casa, y ella ha cuidado de nosotros mejor de lo que lo hubiéramos hecho por nuestra cuenta.

      Era una mujer preciosa, tanto por dentro como por fuera. La veía crecer más y más cada día. Helena y yo Paris, eso nos unía. Ambos teníamos nombres de personajes de la Ilíada, a diferencia de nuestros hermanos a quienes les pusieron nombres de importantes personajes históricos.

       Helena de Troya: la mujer más bonita de la época clásica. No me sorprendería que Helena Carson fuera la más bonita de la contemporánea.

      Ya veía el día en el que caería rendida ante los pies de algún chico. Solo esperaba que la tratase como la gema que era.

      La imagen de la melena negra de Mel apareció en mi mente, cayendo feroz hasta rozarle los omóplatos. Mi corazón volvió a acelerarse.

       Puede que Helena sea la mujer más bella, pero Mel es un ángel caído del cielo.

      No me sorprende que nadie hable de ello en la escuela después de todos los rumores que han salido a la luz. Empezando por el tema de que Cristine y los Oreveau la tienen controlada, lo que al parecer, no es mentira, hasta cosas mucho más macabras: desde esquizofrenia, hasta anemia severa. Es increíble cómo la gente es capaz de inventar semejantes estupideces solo para explicarse lo que no entienden.

      Estaba seguro de que Mel estaría de acuerdo conmigo.

       Capítulo 8

      9 de octubre, 21:29.

      PARIS CARSON

      Me encontraba tumbado en la cama mirando el techo. A mi izquierda, Amadeus dormía profundamente, y a mi derecha, Will leía un libro gordo y de letra muy pequeña. Detrás de sus lentes, arrugaba los ojos y fruncía la nariz para poder leer mejor. Su respiración era tranquila, casi armónica, y me ayudaba a calmar mi ansiedad.

      Quería escribirle a Mel, hacerle preguntas, quería conocerla como a nadie, pero hacerlo sería como jugar con fuego y aceite: siempre está la posibilidad de que termine explotando.

      Firmó como Šavannah. Supuse que Savannah era su segundo nombre, quizás de alguna forma había descubierto que Dante era el mío, y quiso usar un grafema como lo hice yo. En todo caso, saber su nombre completo estaba lejos de ser suficiente. Quería saber qué colores le gustaban, qué le hacía reír, qué le hacía llorar, con qué disfrutaba y qué detestaba. Debía hallar una forma.

      Miré a Will. Tenía los ojos clavados en aquella novela, y se veía tan apacible, que parecía imposible poder llamar su atención. Cuidadosamente, para no asustarlo, le toqué el hombro. Levantó su celeste mirada y, sin inmutarse, dijo:

      —Estoy ocupado, por si no lo notaste. ¿Qué quieres?

      —Necesito pedirte ayuda con algo. Es más o menos urgente.

      Se quitó los lentes y los puso sobre su cabello, haciendo que sus fríos ojos se viesen aún más radiantes. Así veía menos, pero le gustaba hacer eso con nosotros para parecer más intimidante y, por lo tanto, le dijésemos la verdad. Sus facciones, tan heladas como sus ojos, perforaban el aire como si amenazaran con clavarse en mi cuello y arrancarme las cuerdas vocales para que dejara de molestarlo y pudiese seguir leyendo.

      Puso un trozo de lana sobre la página para poder marcar dónde había quedado en su lectura. Me miró expectante y en silencio, esperando a que continuara.

      —Imagina esto —proseguí—: conoces a un chico, pero este chico tiene novio. Este novio es un opresor, violento y ha maltratado a este chico por muchos años, al punto de traumarlo. Tú quieres conocer a este chico, quieres sacarlo de su sufrimiento, pero es complicado, muy complicado, y...

      —Paris —me interrumpió—, ¿de dónde has sacado todo esto? Me estás asustando.

      Suspiré. Había hablado muy rápido. Traté de calmarme, pero me era difícil. Con los ojos negros de Mel tatuados en la mente todo era más difícil. Comencé a confundirme, y al parecer Will lo notó, pues luego dijo:

      —Mira, si estás tratando de decirme que eres gay, no le des tanta vuelta al asunto. ¿Por qué no me contaste antes?

      Reí, sin ánimo de ofender su sexualidad, por supuesto. Luego recuperé la compostura.

      —Solo traté de adaptar la historia para que fuese desde tu perspectiva.

      —No te hubiese servido de nada. Cuéntamelo tal cual es.

      —Hay una chica que jamás habla con nadie dentro de la escuela —volví a empezar—. Está saliendo con un chico que la obliga a hacer mil cosas para su propia satisfacción. Incluso le ha metido drogas en el cuerpo, es verdaderamente macabro —al notar el enojo en mi tono, me detuve unos segundos. Luego continué—: Quiero sacarla de ahí, pero no puedo hablar con ella dentro de la escuela. Los amigos de su novio la tienen controlada para que no hable con nadie que ellos no conozcan. No podría haberla conocido si no fuese porque nos quedamos encerrados en la bodega de la sala de arte y hablamos un rato. Encontré una carta que quería entregarle a su novio para terminar con él, y le envié una yo también, diciéndole que tenía mi apoyo. Ahora nos enviamos cartas mediante discos, pero, aunque está entendiendo un poco más lo