atracción física que sentían. Eran como marionetas cuyas cuerdas volvían a moverse tras días de cautividad. Habían abierto la caja de Pandora de la atracción y se ahogaban en sus delicias. No había barreras ni restricciones. Por fin se sentían libres para entregarse a los deseos que los impulsaban.
Tras vivir esa primera oleada de excitación, se apartaron, jadeando, y sus miradas revelaron la fuerza de lo que acababan de experimentar.
–¡Oh, Dios! –gimió Aimi suavemente, apoyando la frente en la barbilla de él–. Lo había olvidado –dijo. Hacía tanto tiempo que no se permitía sentir que era casi como la primera vez.
–¿Que podía ser así? –preguntó Jonas con voz espesa. La rodeó con un brazo, atrayéndola hacia sí; alzó la otra mano y empezó a sacar las horquillas de su cabello, hasta que cayó como un halo sobre sus hombros–. Que Dios me ayude, yo también lo había olvidado –sonó sorprendido, atónito casi.
Aimi apenas escuchaba. Con cada inspiración se llenaba de su aroma y la piel bronceada de su cuello estaba muy cerca. Sólo tuvo que girar la cabeza para que sus labios hicieran contacto. Se estremeció de arriba abajo. Sacó la lengua y la deslizó por su piel, el gemido de Jonas casi la volvió loca. Pero quería mucho más. Un instante después, sus dedos impacientes desabrochaban su camisa para poder apartarla y reclamar su presa.
No tuvo mucho tiempo para disfrutar con su sabor y su tacto; los dedos de Jonas se hundieron en su cabello y la obligaron a echar la cabeza atrás.
–Me estás volviendo loco –declaró con voz gutural. Atacó su cuello con labios ardientes.
Aimi se aferró a sus hombros y su cuerpo empezó a fundirse como un metal. No tenía fuerza en las piernas, pero Jonas soportaba su peso sin problemas e hizo que se arrodillara con él. Sintió sus manos desabotonarle la blusa y abrirla, revelando la seda color miel de su sujetador. Una mano de dedos largos reclamó su seno. Instintivamente, se arqueó hacia él, cerrando los ojos y disfrutando de la placentera sensación. Las manos de él se movieron, acariciándola y apartando la barrera de seda, trazando un camino de llamas que sus labios siguieron después, hasta que su boca se cerró sobre un pezón y lo succionó. Entonces ella perdió el control.
Ya no eran posibles cordura o sensatez para ninguno de ellos. Sólo cabían las sensaciones y, como piedras de la playa, no podían evitar el embate de las olas de placer que los ahogaban. Se libraron de la ropa, afanándose por acercarse y descubrirse. Cayeron al suelo, un amasijo de miembros entrelazados, envueltos en una pasión tan cálida y húmeda como la noche que los rodeaba.
La urgencia del deseo impidió que se hicieran el amor con calma. Los dominaba el impulso primario de alcanzar el objetivo que sus cuerpos exigían. Aimi sólo sabía que cada beso y cada caricia incrementaba su necesidad de sentirlo dentro de ella. Lo anhelaba tanto que, cuando Jonas finalmente se colocó entre sus piernas y la penetró, dejó escapar un grito.
–¿Aimi? –Jonas se quedó quieto–. ¿Te he hecho daño? –su voz sonó cargada de pasión.
–No. Estoy bien. Es sólo que… hacía mucho tiempo –susurró ella, sin ganas de hablar.
La miró como si quisiera decir algo, pero ella lo apretó entre sus brazos y clavó los dedos en su espalda. Él volvió a moverse y segundos después se perdieron en una carrera hacia la liberación. Llegó como una explosión de fuego blanco que hizo que ambos gritaran. Abrazados, cabalgaron juntos sobre el placer, hasta que acabó. Después, saciados, se quedaron dormidos.
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