los misericordiosos, porque Dios será misericordioso con ellos (Mt 5,7). Reconoce, ¡oh cristiano!, la dignidad de tu sabiduría y entiende cuál ha de ser tu conducta y a qué premios eres llamado. La misericordia quiere que seas misericordioso; la justicia, que seas justo, a fin de que en la criatura aparezca el Creador y en el espejo del corazón humano resplandezca expresada por la imitación la imagen de Dios»31.
EL HOMBRE DE LAS BIENAVENTURANZAS
Las diez bienaventuranzas nos plantean un desafío de vida, que a nosotros, cristianos temerosos y mediocres, nos resulta un hueso duro de roer. Y en parte es cierto. Solo Jesucristo pudo en realidad vivirlas y abarcarlas en plenitud. ¡Él fue el Hombre de las Bienaventuranzas!
¿Qué queda para nosotros, servidores inútiles y con tantas incoherencias?
No tenemos que olvidarlas ni tampoco desesperar ante su desafío. Por eso, sería justo y necesario periódicamente, o cada vez que nos acercamos al Sacramento de la Reconciliación, releerlas y meditarlas, incorporándolas a nuestro examen de conciencia.
Como frente a un espejo, veremos reflejadas en ellas, de manera patética e impactante, las penurias y los quebrantos de la humanidad y de nuestra patria.
Para encarnar el mensaje de las bienaventuranzas, conviene recordar lo que recomendaban los antiguos monjes a los novicios que deseaban ingresar a la vida monástica. Les insistían en que imitasen las diferentes virtudes de los habitantes del monasterio. Unos eran más pobres, otros más mansos y pacientes, algunos más sacrificados, y otros más misericordiosos...
Con las bienaventuranzas sucede algo similar. Si bien debemos procurar vivenciarlas a todas ellas, habrá alguna que sentiremos de manera especial en “carne propia”; y nos sentiremos más identificados con ella. Pero también nos daremos cuenta, de que alguna otra nos resulta más lejana y difícil de practicar. Trataremos entonces de dedicarnos especialmente a ella.
Así, humildemente, sin prisa y sin pausa, iluminados por el ejemplo de Cristo y el de tantos cristianos anónimos, iremos recorriendo con corazón dilatado, el arduo pero gratificante ascenso al monte de las bienaventuranzas.
31. San León el Grande, Homilía 95,2 ss. (trad. en: San León Magno. Homilías sobre el Año Litúrgico, Madrid, 1969, pp. 369 ss. [BAC 291]).
DOMINGO 5°
«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la sal del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”» Mt 5,13-16
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«La lámpara colocada sobre el candelero, de que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, verdadera luz del Padre, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Tomando de nosotros nuestra carne, se ha hecho y se ha llamado “lámpara”, es decir. Sabiduría y Palabra del Padre según su naturaleza, y es proclamado en la Iglesia de Dios por la piedad y la fe. Glorificado y manifestado entre las naciones por el ejemplo de su vida y la fidelidad a los mandamientos, brilla para todos los que están en la casa, es decir, para este mundo. Es exactamente lo que dice la misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para ocultarla bajo un cajón, sino para ponerla sobre el candelero y que dé luz a todos los que están dentro de casa (Mt 5,15)... Nuestro Salvador y nuestro Dios nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal, y por eso en la Escritura se le llama “lámpara”. Al disipar como una lámpara la oscuridad de la ignorancia y las sombras del pecado, se ha convertido para todos en el único camino de salvación. Por el conocimiento y la virtud, conduce al Padre a los que quieren recorrer con él, como un camino de justicia, la senda de los mandamientos divinos.
El candelero es la santa Iglesia. En su predicación reposa la Palabra luminosa de Dios, que ilumina a los hombres del mundo entero como a los moradores de su casa, y llena todos los espíritus del conocimiento de Dios...»32.
UNA CUESTIÓN DE BUEN GUSTO
Cuando en España se refieren a una persona diciendo de ella que es “muy salada”, están hablando de su chispa, de su buen humor y de su simpatía. Como la sal en las comidas, el “salado” contribuye también a darle buen gusto a la vida.
En el plano de la fe sucede otro tanto. El hombre sabio en la Biblia, saborea las cosas de Dios y las comparte con los hombres. Sin embargo, uno puede sentirse a dis-gusto, en ambientes en donde la fe ha perdido su sabor. Es que se la ha recibido de forma pasiva: más por tradición que por convicción; y solamente sobrevive convertida en rutina.
También puede ocurrir que el mensaje cristiano resulte soso y carente de esa “chispa” del Espíritu. Se ha dejado seducir, y se ha diluido un mundo materialista e indiferente, que embota el corazón y le impide paladear los valores espirituales.
La medicina en la antigüedad, llegó a la conclusión de que para el hombre “nada es más útil que la sal y el sol”: “nihil esse utilius sale et sole” (Plinio el Anciano). Y esta máxima, no ha perdido actualidad.
Cristo, el sol invicto, ilumina y da sentido a la humanidad. Nosotros, tenemos que irradiar esa luz con nuestra vida; aunque más no sea que como una débil lucecita.
En la noche, la pequeña luz de una colilla de cigarrillo o de la humilde lámpara de un rancho, puede servir en el lejano horizonte, como punto de referencia; señalando rumbos a los peregrinos de la fe.
“A ustedes, padres y padrinos, se les confía la misión de acrecentar esta luz, para que el niño, iluminado por Cristo, viva siempre como hijo de la luz” (Ritual del Bautismo).
32. San Máximo Confesor, Quaestiones ad Thalassium, 63; PG 90,667. 670 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1972, i 7).
DOMINGO 6º
«Dijo Jesús a sus discípulos: “Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás, y el que mata será condenado por el tribunal’. Pero yo les digo que todo