esperemos a ver qué pasa”.
—No, mamá, esto es gravísimo. Tenemos que cambiar compañeros de lugar, ya las cosas están graves.
Ya veníamos de López Rega, ya desaparecían compañeros, pero siempre decíamos que a nosotros no nos iba a pasar, hasta que nos pasó. Es como el cáncer: uno habla del cáncer como “ay, pobre, le agarró”, pero nunca pensás que te puede pasar a vos.
Y nos pasó.
Pero las consecuencias de la Dictadura no fueron ni son personales, son sociales y todavía pueden verse, 45 años después. Una de las principales es la raíz que dejó imbricada, porque los macristas que vinieron después, fueron parecidos a los milicos.
La raíz que dejó la Dictadura hizo que, una vez terminada, las Madres viviéramos muchas situaciones violentas. Por ejemplo, Alfonsín parecía bueno, pero lo que nos hizo a nosotras fue terrible. La gente ni sabe: primero nos quisieron sacar de la Plaza con un montón de tipos vestidos con boinas blancas, el primer jueves de la democracia. Vinieron a sacarnos, diciendo “basta de Plaza”. Eso es violencia. Después, fueron los que escribieron “Madres de terroristas” en las paredes de nuestras casas. Todo eso fue en la época de Alfonsín, no de la Dictadura.
Después vino Menem, que era tan hijo de su buena madre, que en 45 días entró 11 veces a la Casa de las Madres y nos robó de todo: archivos, fotos, cosas valiosas que estaban en las vitrinas. O sea que los dirigentes de lo que se suele llamar “democracia” o que “fueron elegidos por el voto”, también nos persiguieron. La Dictadura es la violencia, la desaparición, la muerte en masa, el exilio, los presos políticos. Pero los otros no dejaron de dar sus golpes duros.
Los únicos Gobiernos que nos trataron como corresponde fueron los de Néstor y Cristina Kirchner. Para las Madres, fueron los compañeros de nuestros hijos. Haberse reconocido como tal fue una de las cosas más fuertes que hizo Néstor, además de haber impulsado los juicios y de habernos dado todo lo que nos dio, su amor y su vida; para nosotras, el regalo más grande fue que dijera que éramos sus madres y que nuestros hijos eran sus compañeros. Esa fue la mejor reivindicación y la más importante, la mejor de todas.
Los demás Gobiernos, pareciese que tuvieran una misma impronta que la Dictadura. Cortamos el árbol, pero vuelve a crecer, a veces más fuerte, a veces menos, pero siempre con la misma raíz: mucha violencia para el pueblo, hambre, desocupación.
La lucha individual también es una consecuencia de la Dictadura: que cada uno se ocupe de lo suyo, como implicó la reparación económica que las Madres de la Asociación rechazamos terminantemente. Es una forma de violencia. Son todas cosas que son consecuencia de la Dictadura. Es como un río que se contamina: nunca se termina de sacar la basura.
Por eso, me parece que el propósito del golpe fue diezmar a los revolucionarios, porque eran muchos y hacían un trabajo muy serio. Hubo 30.000 desaparecidos, y más también; más de 15.000 asesinados en las calles; dos millones en el exilio y 9.000 presos políticos. La sociedad argentina les debe un reconocimiento mayor, pero es algo muy complicado porque han sido muy denostados, hasta por los políticos de los mismos partidos en los que militaban.
Nuestras hijas y nuestros hijos no necesitan monumentos ni placas, sino que en las escuelas esté lo que hicieron como parte de la historia, y esa parte no está. Ni siquiera está la de las Madres, con todo lo que hicimos. Hemos hecho historia por muchos lugares.
Nosotras siempre decimos que nuestros hijos nos parieron en la lucha y, desde que empezamos, no paramos nunca. Las Madres somos como un huracán, como una vez me dijeron en Brasil. No nos para nadie, no paramos de hacer, de inventar, de inventarnos, de pensar, de crear, de hacer cosas nuevas todo el tiempo.
Ellos nos enseñan todo el tiempo. De mis hijos aprendí la solidaridad y la entrega a una causa. Esas son las dos cosas más fuertes, que me hicieron cambiar la vida totalmente porque yo creía que si daba la ropa que quedaba, eso era solidaridad, y mi hijo me dijo: “No, mamá. Eso hacen los ricos. Dar lo que les sobra, lo que ya no usan más. La solidaridad es dar algo que a uno le cuesta dar, compartir lo poco que uno tiene”. Eso es lo que me hizo cambiar inmediatamente… y ya no tuve más vida personal. Para mí no existió nada más que esto. Me entregué por completo. No hubo otra vida, igual a como hacían los chicos, porque yo les preguntaba: “El domingo, ¿no vienen a comer?”. Y me decían: “Comemos todos los días con vos, mamá. Los domingos tenemos que hacer muchas cosas”. Era una manera de vida de mucha entrega y de tomar a la política como sentido de la vida. Me decían: “Mirá, mamá, la política tiene que ser parte de la vida de uno, no es un ratito. Es desde que te levantás. Cuando creas que no hacés política, que comprás un kilo de manzanas y otra señora compra una sola manzana, eso es política. Ella no tiene para comprar lo que vos tenés, por razones políticas”.
Son cosas muy fuertes que te van metiendo en el cuerpo y que las Madres intentamos poner en práctica todos los días, desde la época de la Dictadura. Desde entonces, hubo que luchar muchísimo. Por ejemplo, la Armada Argentina secuestró, torturó y tiró vivas al mar a nuestras tres mejores compañeras. Fue un golpe muy duro para desarticular a las Madres y fue muy difícil volver a empezar y volver a convencerlas de que había que seguir yendo a la Plaza y que no podíamos entregar el movimiento así.
Empezamos a pensar en dejar algo escrito para que quedara constancia de que las Madres habíamos existido. Por eso, armamos la Asociación ante un escribano público, para dejarlo escrito para el futuro porque veíamos que la cosa venía mal y podíamos desaparecer muchos, y el movimiento se iba a desarticular. Los años 78 y 79 fueron muy difíciles, de mucha represión, de persecución, de espionaje, intentaron secuestrarnos. La pasamos mal. Los yanquis nos decían “tienen a sus primeras mártires” y nosotras no podíamos creer que estuviera pasando eso. Empezaron a ir a nuestras casas y a robarnos. Algunas Madres no se daban cuentan y decían: “Me llevaron todo, la frazada, la heladera”. Y después de todo, agregaban: “Sí, me faltan dos hijos”. Y yo les decía: “Madres, lo único que nos faltan son los hijos. Porque si no, sus hijos son igual a una heladera, una manta o un televisor. No, lo único que me falta de mi casa son mis hijos. Lo demás se repone”. Costó mucho. Fue muy difícil, como una educación constante.
Pero me da mucho orgullo que hayamos podido sostener la Plaza cada jueves y lograr la socialización de la maternidad: son las dos cosas que me dan más satisfacción, porque fueron las más difíciles. La Plaza porque, a muchas, hubo que convencerlas para seguir yendo. Hay algunas que se dicen “Madres”, pero nunca pisaron la Plaza: son madres de desaparecidos, pero no Madres de Plaza de Mayo, que es otra cosa. La socialización de la maternidad también fue muy difícil porque decirle a una madre que no saque más la foto del hijo, que no hable más del caso personal, no es muy fácil y eso nos costó casi dos años. Algunas llevaban la foto en la cartera y cuando llegaba un periodista sacaba la foto del hijo.
Lo pudimos hacer. Y pudimos vencer a los milicos. Por eso, tal vez, hay quienes dicen que, si no fuera por las Madres, la Dictadura hubiera seguido mucho más tiempo. Hace poco, dos años, más o menos, vino un compañero que estuvo preso en Rawson, que vive allá. Estuvo preso en el momento en que en Rawson no había nada. Era una cárcel muy impiadosa. Me contó que cuando ellos se enteraron de que las Madres marchábamos en la Plaza, para el mes de junio de 1977, les agarró como un ataque de felicidad, golpeaban las paredes, los techos, gritaban, lloraban. Ahí se dieron cuenta de que no querían morir en la cárcel. Lloraba cuando me lo contaba y me hacía llorar a mí. Si sirvió para eso, ya está: es una victoria.
Hay dos cosas que me dijeron sobre las Madres y no las creía. Una vez, un profesor dijo: “Ustedes van a estar en todos los diccionarios del mundo”. Y ya estamos en muchos. Y, en otra oportunidad, un alemán me dijo: “Ustedes van a hacer como esa historia en la que alguien puso una semilla de almendro debajo de una piedra y todos se empezaron a reír, porque no creían que pudiera crecer. Y creció”. Son cosas que me anunciaron y que, de alguna manera, están pasando.
Todo esto lo tomamos con orgullo porque lo vivimos en nombre de nuestros hijos. Por eso, hace un tiempo que las Madres decimos que no somos un organismo de derechos humanos, sino una organización política que defiende la vida del otro, por