Federico J. González Tejera

Cómo "hacerse el sueco" en los negocios con éxito


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de una de las categorías de negocio de la compañía en la que yo trabajaba: uno de esos ejecutivos con carisma. Con mucho atractivo personal y mucho ascendiente e influencia sobre empleados más jóvenes dentro de la organización, por su carácter y su sentido empresarial.

      Tras haber trabajado durante más de siete años en Madrid, en el departamento de marketing de una compañía americana de gran consumo, mi familia y yo nos habíamos mudado a Bruselas para un período de tres años. En principio, acordamos solo dos, pero la buena experiencia y la estabilidad que habíamos encontrado en Bélgica nos hizo quedarnos más tiempo de lo previsto. La vida en Bruselas había sido extraordinaria. Tanto en el ámbito profesional como en el personal, sabíamos que habíamos crecido y nos sentíamos muy satisfechos. Buenos amigos, buenas excursiones, buenos colegios, no tan horrible clima como pensábamos. ¿Qué más se podía pedir? Pero el proyecto por el que yo había venido a Bruselas estaba tocando a su fin, y en ese momento empezábamos a pensar cuál debería ser nuestro siguiente destino.

      Toni me telefoneó un día a mi oficina y, con su voz amable, me dijo: «Fede, tenemos que hablar con detalle. Tengo una oportunidad que creo es excelente para ti desde el punto de vista profesional, pero quizás algo controvertida desde el punto de vista personal».

      ¡Ups —me dije—, viene con una propuesta de ir a Kazajistán! No hay derecho, ya le advertí que no, que países de ese estilo estaban en nuestra «lista negra» (Bego, mi esposa, y yo habíamos recorrido los países donde yo consideraba que la compañía podría tener algún tipo de interés en mandarnos, y, tras considerar los pros y contras de cada uno, habíamos elaborado una lista con países a los cuales estábamos dispuestos a ir, «la lista blanca», y otra con aquellos que rechazaríamos, la «lista negra»).

      El trayecto desde mi despacho hasta el suyo se me hizo enorme. Normalmente, me llevaba solo dos o tres minutos atravesarlo, pero en aquella ocasión me pareció eterno. En esos dos minutos, todo tipo de pensamientos se amontonaban en mi cabeza. ¿Qué me iba a proponer? ¿Por qué me adelantaba que era controvertido? ¿Podría decirle que no?

      En la compañía existe un principio no escrito por el que se puede decir no a una proposición de trabajo siempre que se tengan buenas razones para ello. Obviamente, nadie quiere situar empleados infelices en lugares que no les gusten y acabar teniendo solo empleados divorciados: no sería bueno ni para el negocio ni para la moral de las «tropas». Pero también es cierto que, como en cualquier otra compañía, hay un principio no escrito que dice que esta no es una agencia de viajes y, por tanto, al final debe intentar maximizar los resultados poniendo la gente adecuada en los puestos adecuados.

      Llegué a su oficina y, tras seguir el protocolo habitual de saludar a su encantadora secretaria, entré y dije antes de sentarme: «Hey, Toni». Aún recuerdo la voz tan absurda que me salió. Era justo el tono que no quería tener en tal trance. (No sonaba lo suficientemente serio como para mostrar que era dueño de mi futuro. Pero la verdad es que en aquel momento tampoco me sentía seguro al cien por cien de serlo.) Allí estaba él, elegante como siempre, tranquilo, respirando humanidad. Y allí estaba yo, mirándole como un estudiante de seis años al que el profesor va a empezar a examinar. De todas formas, respiré hondo y me dije «Fede, tranquilo, solo tienes que actuar como si tú fueses el jefe y él un subordinado que te ofrece una idea. La piensas y, si no te gusta, dices que no». ¡Qué ingenuo es uno a veces!

      «Bueno, Fede, como creo que sabes, en los últimos meses he rechazado un par de oportunidades que habían surgido para ti, porque creí que no respondían a lo que querías, ni desde el punto de vista personal, ni desde el de contenido de trabajo; no consideré que fuesen las oportunidades adecuadas», dijo Toni (y yo sabía que lo que decía era verdad). «Ahora», continuó, «el caso es diferente. Tengo un puesto que, profesionalmente, es muy atractivo: el perfil que se busca está muy en línea con el tuyo. Pero, en lo personal, como te dije, tienes que evaluar si se adecúa a lo que buscas. Y debes evaluarlo, claro, con tu familia». Para mi tranquilidad añadió: «Si pensáis y concluís que, al final, el puesto no es conveniente desde este ángulo, la compañía está dispuesta a entender que lo rechaces. Y puedes estar seguro de que yo te apoyaré en la decisión, sea cual sea, ya que reconozco que lo que se te ofrece no se corresponde con lo que habías pedido».

      (¡Dios mío! ¿Qué será?, me estaba preguntando. Evitaba interrumpirle, pues suponía que debía esperar a que terminara.) «Bueno, Toni», dije ya, sin poder aguantar más el misterio, «¿qué es?» (Humm, este iba a ser un momento interesante. De hecho, justo dos años y medio antes, había vivido otro muy similar, cuando mi Director General en España, Paul, me había ofrecido ir a Bruselas para trabajar con Toni.)

      «En fin, Fede, el trabajo es el de Director de Marketing en la categoría de productos de papel…» (sobresaliente, reaccioné en mi interior: esa era una división muy interesante en cuanto negocio, y una oportunidad fantástica que había estado buscando). «Además», continuó, «el trabajo incluye la responsabilidad en cuatro países…». (No es posible, es magnífico, reaccioné de nuevo en mi interior! Pero en aquel mismo momento empecé a preguntarme dónde diablos sería aquello. No había ningún grupo de cuatro países en nuestra «lista blanca»…) «Bueno, más concretamente, dijo por fin, el puesto es el de Director de Marketing para nuestro negocio en los países Nórdicos, con base en Estocolmo, Suecia. La responsabilidad abarca Suecia, Dinamarca, Finlandia y Noruega».

      (¡Dios mío, ese debe de ser un sitio frío, pensé!) «Bueno Toni», dije, «así, de primeras, estoy de acuerdo contigo en que el trabajo suena fantástico, pero, honradamente, como has dicho al principio, el sitio definitivamente es controvertido». (En ese instante, repasé mentalmente los países que, tanto Bego como yo, habíamos discutido, y la verdad es que nunca habíamos considerado a Suecia como una posibilidad. Tanto es así que ni siquiera estaba incluida en la «lista negra».) Pienso que, para un español, Suecia, a priori y sin la información correspondiente, pertenece a ese grupo de países donde no entiendes muy bien que exista gente viviendo: ¿por qué narices alguien con sentido común va a vivir a un sitio tan frío e inhóspito, con el clima tan espléndido que puedes encontrar en el sur de Europa?…

      «Voy a hablarlo con Bego», terminé. «Vamos a pensarlo y te digo algo después del fin de semana».

      Dejé su oficina y, al salir, su secretaria, Marta, me miró con cara de complicidad, como diciendo ¿qué te ha parecido? La miré con un gesto agridulce y, sin responder, me dirigí a mi sitio por el mismo pasillo, que esta vez me pareció aún más largo.

      Entonces pensé, ¡nada, ni de broma! Bego lo va a considerar una locura, Suecia, ¡qué diablos pintamos allí! En estos momentos, es increíble cuán rápidos funcionan el cerebro y la imaginación: me veía volviendo ya el lunes por la mañana a la oficina de Toni y diciendo «no, gracias…». Me asaltaban razones alternativas que podía utilizar para defender el rechazo, y, al mismo tiempo, empezaba a hacer una especie de ranking sobre cuál de ellas podía sonar más seria. Imaginaba, después de haberlo rechazado, que me encontraba a la persona que finalmente había ido allí y que estaba por completo feliz, y me frustraba.

      En cuanto llegué a mi oficina, hablé con Luc, otro director de Marketing que trabajaba conmigo en la misma división. «Fede, es fantástico, qué oportunidad, vas a aceptar, ¿no? Figúrate, Suecia: bosques inmensos, naturaleza, calidad de vida increíble, una sociedad civilizada, deportes de invierno…», dijo para mi sorpresa.

      Después, hablé con Omeri, otro colega, y se expresó de la misma forma: «Fede, qué suerte, menudo país, es todo belleza. Yo lo aceptaría con los ojos cerrados, no lo pienses, di que sí!».

      Estaba no solo confundido, sino alucinando con sus reacciones, pues lo que buscaba era un poco de entendimiento, de comprensión, casi de misericordia para con mis sentimientos de re­chazo.

      Aquella tarde me fui a casa antes de lo habitual. Me resultaba bastante difícil concentrarme en el trabajo. Después de cenar y acostar a las niñas, cuando estábamos recogiendo las cosas le dije a Bego: «Toni me ha ofrecido hoy un trabajo, sobre el que deberíamos hablar. La verdad es que no está en línea con lo que habíamos pensado, pero, en fin, es una oportunidad