Amanda Mariel

Aventura Escandalosa


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hecho lo correcto por su familia. Tenía que hacerlo. ¿Qué otra opción tenía? Sin ella, caerían en la indigencia. Serían arrojados a las calles de Londres y se desvanecerían en el caos de la gran ciudad. Estarían destinados al olvido de todos y tendrían que arreglárselas sin los medios y sin los conocimientos necesarios para sobrevivir a su nueva y dura realidad. No podía sentenciarlos a tal existencia.

      Grace inhaló despacio. Resignada a su destino, se alejó lo suficiente para mirar a los ojos verdes y tiernos de Lewis. Su mirada se penetraría en su memoria para siempre – el amor y la ternura de los que fue testigo estarían siempre con ella. Serían un constante recordatorio de lo que había sacrificado.

      “Grace, querida.” Él secó las lágrimas de sus mejillas. “Mi amor, sea lo que sea, puedes fiarte de mí. Confía en mí, cariño. Te ayudaré.” Recurrió a cada gramo de valentía y fuerza que poseía y se alejó de él. No había ninguna otra opción. Tenía que contarle lo que había pasado. Lo que se esperaba de ella. Tenía que romperle el corazón.

      Dio un paso hacia ella, pero antes de que pudiera alcanzarla, ella se volvió de espaldas. Las palabras nunca le saldrían mientras su mirada estuviese posada en ella. No podía ser testigo de cómo se le destrozaba el corazón. Grace abrió su boca para hablar, pero entonces la cerró de nuevo intentando buscar las palabras adecuadas. Aquellas que harían todo más fácil para los dos, pero tales palabras no existían.

      Maldición, era imposible.

      Le pasó los brazos por su cintura y tiró de ella hasta apoyarla contra su duro pecho antes de susurrarle al oído, “Todo irá bien. Dime qué pasa y déjame ayudarte.”

      “No puedes ayudar.” Nuevas lágrimas aparecieron y cayeron por sus mejillas. “Debo casarme con el Duque de Abernathy.”

      Lewis se puso rígido detrás de ella y respiraba entrecortadamente. “No puedes. No cuando estás enamorada de mí.”

      “Dios, cómo desearía que no fuese así.” Se giró entre sus brazos para mirarle y se le partió el alma.

      “Padre firmó ayer los papeles del compromiso. Planea anunciar el compromiso esta noche.”

      El pánico se reflejó en la expresión de Lewis. “Huye conmigo. Podemos irnos ahora. No hay necesidad de que te cases con un hombre a quien no amas.” Le imploró con la mirada. “Grace. No destruyas lo que tenemos. Aférrate a nuestro amor, a mí, con todo tu ser.”

      Ella se mordió el labio y desvió su mirada. Sentía el pecho pesado y las lágrimas brotaron libremente. Cerró los ojos fuertemente. Ella le amaba con todo lo que poseía, pero no cambiaba nada. Tenía que honrar a sus padres. Tenía que proteger a su familia.

      “Maldita sea, te amo,” dijo Lewis, su voz quebrada por la emoción.

      Ella volvió a mirarle, su corazón destrozado sin posible reparación. Tenía que conseguir que la odiase. Hacerle creer que estaban condenados desde el principio. Quizás entonces, él podría alejarse, seguir adelante con su vida. Tal vez, incluso encontrar otro amor.

      Se le formó un nudo en la garganta solo con pensar en esa idea, pero, aun así, le deseaba la felicidad. Él se merecía una vida de amor. Lo último que ella quería era que él se pasase los días y las noches llorando por su fallida relación.

      Cuadrando sus hombros, Grace le miró detenidamente. “A veces el amor no es suficiente. Mi vida está en Inglaterra. La tuya en América. Estábamos condenados desde el principio.”

      “Grace.” La apretó con más fuerza. “No quieres decir eso. Ven conmigo.”

      “No puedo.” Se soltó de su abrazo y colocó una mano entre los dos para impedir que la agarrase de nuevo. “Debo volver al baile y a mi futuro.”

      Dio un incierto paso hacia ella. “Estás equivocada. Tu vida está junto a mí. Déjame cuidarte. Permíteme amarte y mantenerte.”

      Grace cerró la distancia entre ellos y colocó un dedo enguantado sobre sus labios. “No lo hagas más difícil. Debes dejarme ir.” Cada momento que pasaba a su lado debilitaba su decisión. Si no terminaba su relación pronto, no seguiría adelante con sus obligaciones. Dios era testigo de que su corazón le pertenecía a Lewis. “No tengo opción. Debo respetar el acuerdo que mis padres hicieron. Yo…es mi deseo hacerlo.”

      Se dio la vuelta y corrió hacia el sendero del jardín. Lewis la alcanzó, la cogió por el codo e hizo que se parase. “Grace.” Ella tragó con fuerza. “Por favor, no.” Con una mirada repleta de dolor y sin decir palabra, la soltó.

      Grace se apresuró hacia el refugio de su casa, hacia la vida que sus padres habían planeado para ella. A final de mes se convertiría en la Duquesa de Abernathy, pero su corazón pertenecería siempre a Lewis.

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