Santa Teresa de Jesús

Obras completas de Santa Teresa de Jesús


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cielo, este grandísimo favor del Señor, deja el alma con grandísimas ganancias, como ahora diré.

      CAPÍTULO 19

      Prosigue en la misma materia. - Comienza a declarar los efectos que hace en el alma este grado de oración. - Persuade mucho a que no tornen atrás, aunque después de esta merced tornen a caer, ni dejen la oración. - Dice los daños que vendrán de no hacer esto. - Es mucho de notar y de gran consolación para los flacos y pecadores.

      1. Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura, de manera que se querría deshacer, no de pena, sino de unas lágrimas gozosas. Hállase bañada de ellas sin sentirlo ni saber cuándo ni cómo las lloró; mas dale gran deleite ver aplacado aquel ímpetu del fuego con agua que le hace más crecer.

      Parece esto algarabía, y pasa así. Acaecídome ha algunas veces en este término de oración estar tan fuera de mí, que no sabía si era sueño o si pasaba en verdad la gloria que había sentido; y de verme llena de agua que sin pena destilaba con tanto ímpetu y presteza que parece lo echaba de sí aquella nube del cielo, veía que no había sino sueño. Esto era a los principios, que pasaba con brevedad.

      2. Queda el ánima animosa, que si en aquel punto la hiciesen pedazos por Dios, le sería gran consuelo. Allí son las promesas y determinaciones heroicas, la viveza de los deseos, el comenzar a aborrecer el mundo, el ver muy claro su vanidad, esto muy más aprovechada y altamente que en las oraciones pasadas, y la humildad más crecida; porque ve claro que para aquella excesiva merced y grandiosa no hubo diligencia suya, ni fue parte para traerla ni para tenerla. Vese claro indignísima, porque en pieza adonde entra mucho sol no hay telaraña escondida: ve su miseria.

      Va tan fuera la vanagloria, que no le parece la podría tener, porque ya es por vista de ojos lo poco o ninguna cosa que puede, que allí no hubo casi consentimiento, sino que parece, aunque no quiso, le cerraron la puerta a todos los sentidos para que más pudiese gozar del Señor. Quédase sola con El, ¿qué ha de hacer sino amarle? Ni ve ni oye, si no fuese a fuerza de brazos: poco hay que la agradecer. Su vida pasada se le representa después y la gran misericordia de Dios, con gran verdad y sin haber menester andar a caza el entendimiento, que allí ve guisado lo que ha de comer y entender. De sí ve que merece el infierno y que le castigan con gloria. Deshácese en alabanzas de Dios, y yo me querría deshacer ahora. ¡Bendito seáis, Señor mío, que así hacéis de pecina tan sucia como yo, agua tan clara que sea para vuestra mesa! ¡Seáis alabado, oh regalo de los ángeles, que así queréis levantar un gusano tan vil!

      3. Queda algún tiempo este aprovechamiento en el alma: puede ya, con entender claro que no es suya la fruta, comenzar a repartir de ella, y no le hace falta a sí. Comienza a dar muestras de alma que guarda tesoros del cielo, y a tener deseo de repartirlos con otros, y suplicar a Dios no sea ella sola la rica. Comienza a aprovechar a los prójimos casi sin entenderlo ni hacer nada de sí; ellos lo entienden, porque ya las flores tienen tan crecido el olor, que les hace desear llegarse a ellas. Entienden que tiene virtudes y ven la fruta que es codiciosa. Querríanle ayudar a comer.

      Si esta tierra está muy cavada con trabajos y persecuciones y murmuraciones y enfermedades -que pocos deben llegar aquí sin esto- y si está mullida con ir muy desasida de propio interés, el agua se embebe tanto, que casi nunca se seca; mas si es tierra que aun se está en la tierra y con tantas espinas como yo al principio estaba, y aun no quitada de las ocasiones ni tan agradecida como merece tan gran merced, tórnase la tierra a secar.

      Y si el hortelano se descuida y el Señor por sola su bondad no torna a querer llover, dad por perdida la huerta, que así me acaeció a mí algunas veces; que, cierto, yo me espanto y, si no hubiera pasado por mí, no lo pudiera creer.

      Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí, caigan, no desmayen, si no se quieren perder del todo; que lágrimas todo lo ganan: un agua trae otra.

      4. Una de las cosas por que me animé -siendo la que soy- a obedecer en escribir esto y dar cuenta de mi ruin vida y de las mercedes que me ha hecho el Señor, con no servirle sino ofenderle, ha sido ésta. Que cierto, yo quisiera aquí tener gran autoridad para que se me creyera esto. Al Señor suplico Su Majestad la dé. Digo que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración, con decir: «si torno a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio de ella». Yo lo creo, si se deja la oración y no se enmienda del mal; mas, si no la deja, crea que la sacará a puerto de luz. Hízome en esto gran batería el demonio, y pasé tanto en parecerme poca humildad tenerla, siendo tan ruin, que, como ya he dicho, la dejé año y medio -al menos un año, que del medio no me acuerdo bien- Y no fuera más, ni fue, que meterme yo misma sin haber menester demonios que me hiciesen ir al infierno. ¡Oh, válgame Dios, qué ceguedad tan grande! ¡Y qué bien acierta el demonio para su propósito en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida y que todas las caídas que la hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio: ¡algo le va en ello!

      5. ¡Oh Jesús mío! ¡Qué es ver un alma que ha llegado aquí, caída en un pecado, cuando Vos por vuestra misericordia la tornáis a dar la mano y la levantáis! ¡Cómo conoce la multitud de vuestras grandezas y misericordias y su miseria! Aquí es el deshacerse de veras y conocer vuestras grandezas; aquí el no osar alzar los ojos; aquí es el levantarlos para conocer lo que os debe; aquí se hace devota de la Reina del Cielo para que os aplaque; aquí invoca los Santos que cayeron después de haberlos Vos llamado, para que la ayuden; aquí es el parecer que todo le viene ancho lo que le dais, porque ve no merece la tierra que pisa; el acudir a los Sacramentos; la fe viva que aquí le queda de ver la virtud que Dios en ellos puso; el alabaros porque dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las quitan. Espántanse de esto. Y ¿quién, Señor de mi alma, no se ha de espantar de misericordia tan grande y merced tan crecida a traición tan fea y abominable? Que no sé cómo no se me parte el corazón, cuando esto escribo; porque soy ruin.

      6. Con estas lagrimillas que aquí lloro, dadas de Vos -agua de tan mal pozo en lo que es de mi parte- parece que os hago pago de tantas traiciones, siempre haciendo males y procurando deshacer las mercedes que Vos me habéis hecho. Ponedlas Vos, Señor mío, valor; aclarad agua tan turbia, siquiera porque no dé a alguno tentación en echar juicios, como me la ha dado a mí, pensando por qué, Señor, dejáis unas personas muy santas, que siempre os han servido y trabajado, criadas en religión y siéndolo, y no como yo que no tenía más del nombre, y ver claro que no las hacéis las mercedes que a mí. Bien veía yo, Bien mío, que les guardáis Vos el premio para dársele junto, y que mi flaqueza ha menester esto. Ya ellos, como fuertes, os sirven sin ello y los tratáis como a gente esforzada y no interesal.

      7. Mas con todo, sabéis Vos, mi Señor, que clamaba muchas veces delante de Vos, disculpando a las personas que me murmuraban, porque me parecía les sobraba razón. Esto era ya, Señor, después que me teníais por vuestra bondad para que tanto no os ofendiese, y yo estaba ya desviándome de todo lo que me parecía os podía enojar; que en haciendo yo esto, comenzasteis, Señor, a abrir vuestros tesoros para vuestra sierva. No parece esperabais otra cosa sino que hubiese voluntad y aparejo en mí para recibirlos, según con brevedad comenzasteis a no sólo darlos, sino a querer entendiesen me los dabais.

      8. Esto entendido, comenzó a tenerse buena opinión de la que todas aún no tenían bien entendido cuán mala era, aunquemucho se traslucía. Comenzó la murmuración y persecución de golpe y, a mi parecer, con mucha causa; y así no tomaba con nadie enemistad, sino suplicábaos a Vos miraseis la razón que tenían. Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades no habiendo llegado entonces con gran parte aun a cumplir toda mi Regla, ni a las muy buenas y santas monjas que en casa había (ni creo llegaré, si Dios por su bondad no lo hace todo de su parte), sino antes lo era yo para quitar lo bueno y poner costumbres que no lo eran; al menos hacía lo que podía para ponerlas, y en el mal podía mucho. Así que sin culpa suya me culpaban. No digo eran sólo monjas, sino otras personas; descubríanme verdades, porque lo permitíais Vos.