Francisco Javier de la Torre Díaz

Los santos y la enfermedad


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clero» 15.

      Su actividad más destacada como arzobispo en Cesarea de Capadocia, hecho que hacía de él «no solamente metropolitano de Capadocia, sino también exarca de la diócesis política del Ponto» 16, se ha sintetizado en su «atención especial a la necesidad de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos, de las viudas y de los necesitados en general» 17.

      Algunas vicisitudes climáticas terribles 18 –sobre todo las ocurridas entre el 367 y el 369– hicieron que nuestro pastor, según su hermano Gregorio de Nisa, vendiera «todos sus bienes y gastado el dinero en alimentos que escaseaban» 19. En «Capadocia coexistían la extrema pobreza y la extrema riqueza» 20, existían desigualdades sociales tremendas. Basilio se dedicó a uno de los más extraordinarios proyectos cívicos de la antigüedad 21. Y esta realidad, de acuerdo con los datos más fiables, comenzó al año siguiente de haber sido elevado al episcopado. Basilio, con fondos personales, comenzó a edificar una instancia hospitalaria que, en su honor, pasó a ser conocida por «Basilias», esto es, algo como «el lugar de Basilio». Una instancia que, adquiriendo dimensiones análogas a las de una ciudad, se convirtió –en palabras de su amigo Gregorio de Nacianzo– en un verdadero «ascenso accesible al cielo» 22, en un modelo a seguir en otros lugares de Capadocia y hasta en otras provincias.

      Para debilitar la posición de Basilio, Valente, emperador acérrimamente arriano, divide Capadocia en dos porciones: la Capadocia Segunda, alrededor de Tiana y entregada a un obispo arriano y a uno praeses, y la Capadocia Primera, compuesta por el resto de la antigua Capadocia unificada, bajo la autoridad de Basilio y de un consularis 23. Pero ni eso disminuyó la acción congregante de Basilio, y la verdad es que, después de avenencias y desavenencias, promociones aceptadas y rechazadas, la unión de corazones entre estos dos obispos se tornó virtualmente una realidad.

      Nuestro pensador destacó también por haberse convertido en uno de los mayores impulsores del monacato oriental y firme defensor de la ortodoxia de la fe en los dos turbados decenios que precedieron al I Concilio de Constantinopla (381). Fallece en Cesarea de Capadocia con solamente 49 años, «minado seguramente por su frágil salud» 24, en el primer día del año de 379 25. Es decir, aproximadamente dos años antes de que otro concilio declarase que la recta lectura de Nicea era la que Basilio defendió denodadamente durante su vida, especialmente en sus escasos ocho años de obispo, como genuino «pilar de la ortodoxia» 26. Como señaló Gregorio de Nacianzo, Basilio fue un modelo a imitar, quizá solo de un modo externo:

      Tan grande era su virtud y la grandeza de su fama; muchos de sus más pequeños rasgos, e incluso sus defectos físicos fueron asumidos por otros que deseaban la notoriedad. Por ejemplo: su palidez, su barba, su modo de andar, su forma vacilante de hablar, pensativa y generalmente meditativa, que en la imitación, insensata y desconsiderada de muchos asumió la forma de melancolía 27.

      3. Basilio y su vida como enfermo

      Partiendo de lo anterior, ahora podemos avanzar con mayor seguridad hacia el asunto capital de este estudio. Para ello, nos proponemos analizar fundamentalmente las cartas del propio Basilio, como centro de nuestra reflexión, pues le convirtieron en «un verdadero maestro del arte epistolar» 28. Posteriormente intentaremos de un modo un poco más breve mostrar la posible conexión entre lo que tales fuentes manifiestan y lo que nuestro pensador teorizó acerca de la teología de la enfermedad. Empezaremos con un estudio textual e histórico para, después, complementarlo con fuentes secundarias.

      a) Las enfermedades de Basilio

      En una primera aproximación cuantitativa a la cuestión de cómo Basilio de Cesarea encaraba sus enfermedades podemos señalar que, salvo error nuestro en la apreciación de la naturaleza de los términos usados, nuestro autor menciona sus enfermedades en cincuenta y cinco de sus misivas. Siendo el total de ellas unas trescientas veinte 29 –si incluimos entre estas las de la correspondencia con el filósofo pagano Libanio, que pueden plantear algunas dudas acerca de su autenticidad–, llegamos a la constatación de que nuestro autor se refiere a sus enfermedades en el 17 % de sus cartas. Aquí tenemos un valor que, a nuestro entender, y a pesar de todas las reservas y precauciones que se quiera tener, no se puede dejar de considerar significativo.

      Más relevantes aún que los datos anteriores son las conclusiones cualitativas más inmediatas a las que podemos llegar de la lectura de aquellas cincuenta y cinco cartas. Desde luego, podemos verificar que comienzan en el año 356 o 357, con no más de 28 años (cf. Epistolae 1), y continúan hasta el final de su vida (cf. Epistolae 277). Además, estas cartas se remiten a una diversidad de personajes: desde personas amigas y confidentes (cf. Epistolae 60) hasta importantes gobernantes eclesiales (cf. Epistolae 80; 90), civiles (cf. Epistolae 94; 142; 143; 163) y militares (cf. Epistolae 112; 148; 152s), con los cuales Basilio incluso podría tener motivos para ser muy circunspecto, no fuese su débil salud por demás conocida. Por último, debemos mencionar, desde ahora, que no es fácil saber bien de qué padecía Basilio en general, exceptuando algunos casos más concretos, en momentos precisos en que escribió algunas cartas en que habla de sus problemas de salud.

      De cualquier manera, nos parece probable que nuestro autor padeciera alguna debilidad de base que, como vimos, habría tenido una temprana manifestación cuando él todavía era, en palabras de su hermano y obispo de Nisa, un «niño» 30. Todo ello aun antes del deterioro de su salud en su vivencia ascética más austera en el Ponto y de todas las consecuencias de una vida episcopal vivida en continua tensión eclesial frente a la «soledad [...] y oposición simultánea a sus ideales teológicos y ascéticos» 31. Era aquella una debilidad que, desgraciadamente, nos es desconocida, pero que le causaba padecimientos globales que él estimaba como «para otro hombre posiblemente insoportables» (Epistolae 141,1). Solamente sabemos desde sus cartas que los problemas de salud, en ese caso en los riñones, eran igualmente comunes y debilitantes en su hermano Gregorio de Nisa (cf. Epistolae 225). Además de que los datos más seguros y relativamente objetivos de que disponemos, procedentes de las cartas de Basilio y sobre sus enfermedades, son considerables.

      Veamos esto mismo en los siguientes seis puntos, sistematizados así más por razones pedagógicas que cronológicas 32.

      1) Basilio padecía una enfermedad crónica en el «hígado» (Epistolae 138), que le había causado, desde su tierna juventud (cf. Epistolae 203), períodos prolongados de incomodidad y de abatimiento (cf. Epistolae 56; 138; 193; 203; 277), los cuales le «impedían alimentarse y dormir, llevándole a los confines de la vida y de la muerte, dejando únicamente aquella vida necesaria para sentir las penas» (Epistolae 138,1). ¿Fue algo relacionado con una forma de hepatitis? No sabemos. Sin embargo, su amigo Gregorio de Nacianzo acabó por afirmar que Basilio le había confesado, ciertamente en un asomo de exageración, que, a causa de aquella enfermedad, detuvo las flagelaciones que en otro tiempo sufrió, probablemente por el cese, que obviamente sería fatal, del funcionamiento del hígado (cf. Gregorio de Nacianzo, Orationes 43,57). En cualquier caso, y según Louis Duchesne, aquella enfermedad se deja evidenciar en el «tono inquieto y amargo de su correspondencia», muchas veces evidente 33.

      2) Nuestro obispo de Cesarea de Capadocia –ya en su tiempo acreditado como «el Magno Basilio», conforme testimonian las palabras de Gregorio de Nisa, escritas poco después de la muerte de aquel 34– padecía, además, de frecuentes episodios de fiebre (cf. Epistolae 138; 198; 244), algunos de ellos incluso de la así denominada «fiebre cuartana» (Epistolae 193), que sabemos hoy que es consecuencia de problemas en el bazo. Pasaba, fruto de enfermedades y padecimientos que menciona incluso como «habiendo llegado a tales extremos de sufrimiento tan difíciles de describir cuan de experimentar» (Epistolae 194), por períodos frecuentes de incapacidad de salir de la cama (cf. Epistolae 30; 139) y hasta de darse la vuelta en ella (cf. Epistolae 138; 162).

      3) En esa línea llega a afirmar que se veía a veces imposibilitado de «soportar el más pequeño movimiento sin dolor» (Epistolae 100), o incluso de mantener el ánimo para querer hacerlo (cf. Epistolae 98). De tal modo que advierte que tenía que «permanecer como las