caluroso, y había que cobrar fuerzas espirituales. Aquí la vida comienza a esas horas mañaneras, quizá para evitar las horas de mayor calor durante el día.
Tras el desayuno, dedicamos la mañana a las comunidades de religiosos y religiosas que están en el territorio de esta misión. Por ceñirme a las hermanas, que llegaron de España cuando vinieron los primeros misioneros asturianos, dejo constancia de la labor que desempeñan las Dominicas de la Anunciata, muchas de las cuales ya son vocaciones nativas de Benín y Camerún, que fueron poco a poco sustituyendo a las españolas que estuvieron en el comienzo de esta misión. Junto a otras religiosas ellas trabajan en la misión no solo como catequistas y alentadoras en el terreno estricto de la liturgia y la evangelización, sino también atendiendo a niños pequeños y a chicas adolescentes, desarrollando un precioso trabajo de educación y acogida para los más pequeñitos, y de acompañamiento de las jóvenes, a las que dan también clases prácticas de formación profesional adaptada al mundo femenino. Hemos visto tantos niños por doquier, tantísimos pequeños que llenan de alegría y de esperanza cada trozo de esta tierra, que uno piensa inevitablemente en otros continentes y culturas donde, habiendo calculado su egoísmo estéril, terminan por caer en la tristeza sin salida, la que propicia todas las crisis morales y económicas con todas sus variantes.
Es una de las notas que mayormente me rondan y me están sonando en este viaje: la esperanza de un pueblo a través de sus niños. Sin duda, hay que educarlos, acompañarlos, y que las familias también aquí tienen sus dificultades de toda índole, pero, en medio de las evidentes penurias materiales, la alegría que hay en esta gente y que se hace danza y sonrisa en cada uno de los más pequeños es una saludable provocación para el Primer Mundo, que no sabe por dónde ir, aturdido por su no saber de dónde viene, habiendo abandonado sus raíces creyentes y humanas y no saber adónde volver cuando la casa del origen como pueblo cristiano queda difuminada o censurada.
Jesús lo dijo con toda claridad a sus discípulos: «Dejad que los niños se acerquen a mí» (Mc 10,13), y esto es también una realidad en África por la labor educativa que una misión eclesial también lleva adelante. Hablando de educación, me ha parecido preciosa la labor que hacen las Dominicas de la Anunciata en el internado para niñas y chicas. Tanto ellas como las otras hermanas realizan una extraordinaria labor en favor de la mujer. No se dedican a divulgar programas de esterilización, ni lógicamente tampoco prácticas abortivas, por más que haya imposturas desde organismos internacionales bien conocidos que pretenden el control de la natalidad empezando por los nacimientos de los más pobres: que no nazcan, que no haya embarazos, que se vayan… pues el mundo y sus recursos se ha hecho pequeños para el tamaño de nuestro egoísmo y el mantenimiento de nuestro poder. Así piensan los prepotentes desde su mentalidad dominante, y desde sus despachos acristalados con buena refrigeración. Pero la vida les explota en las manos cuando pueblos como el africano desbaratan sus cálculos y sus medidas.
La Iglesia no promueve una maternidad y paternidad irresponsables ni juega con el flagelo del sida dando consejos y moralina, sino acompañando y educando la vida real en la que Dios ha escrito un sentido, donde ha marcado un origen y propicia un destino. Por eso estas hermanas también enseñan a niñas y mujeres, a niños y hombres (estos, lamentablemente, con menor audiencia), cómo se cuida la vida, cómo se conocen sus leyes, escritas por el Creador, cómo está hecho el cuerpo por dentro y por fuera, cómo se limpia con la debida higiene, cómo se respeta al otro, cómo se vive el amor según la edad y cómo se debe construir una verdadera familia. El trabajo es lento y paciente, pero es el único que consigue salvar a la persona, fundamentar la familia y construir un pueblo. Curiosamente, la propuesta cristiana, entendida en su integridad, es la única que ha conseguido erradicar la pandemia del sida en lugares como Uganda, donde su tasa era elevadísima. Es preciosa, digo, esta labor educativa que hacen las hermanas en la misión, en la que no hay que emplear macroprogramas mundiales de conocidas organizaciones internacionales y laboratorios que responden a consignas políticas e ideologías de género, y quizá por eso mismo aparecemos los cristianos y la Iglesia católica en tantos lugares como «enemigos del progreso», entendiendo por este lo que lamentablemente más ha destruido los verdaderos derechos de los más pobres, de los niños y de la mujer.
Un día que comenzó con el momento hondamente religioso del rezo de Laudes y de la celebración de la santa misa fue poco a poco llegando a lo más concreto de las personas a las que se sirve y se acompaña, buscando su bien en nombre del Señor Jesús y sabiéndonos enviados, misionados por él. Jamás el amor a Dios y el amor al prójimo han sido lo mismo, pero son sencillamente inseparables.
4
UNA CELEBRACIÓN JUBILOSA Y PLATEADA:
VEINTICINCO AÑOS DE PRESENCIA EN BENÍN
En un día de fiesta mayor, con una iglesia abarrotada de cristianos y habiendo preparado los aledaños con carpas para que la gente pudiera seguirla protegiéndose del sol, pudimos celebrar este primer domingo de Cuaresma dando gracias por el evento de esta efemérides particular: la llegada de los primeros misioneros asturianos a Bembéréké, hace de esto veinticinco años ya.
La dignidad de la celebración, cuidadísima en los cantos, en los símbolos y ofrendas, en la preparación para escuchar la Palabra de Dios, en el respeto admirable tan lleno de unción por la santa eucaristía, hizo que todos nos conmoviésemos profundamente. El señor obispo la diócesis de N’Dali, a la que pertenece nuestra misión de Bembéréké (hoy día es la parroquia más grande, con cerca de 3.000 km2 y 90.000 fieles que atender), Mons. Martin Adjou, me invitó a presidir la santa misa. La celebramos en francés, pero hubo intervenciones en varios idiomas más: inglés, español y las lenguas locales, como el fulfule y el batonou o baribá. La homilía fue traducida al francés y a estas dos lenguas propias del lugar. Ha habido momento para la acción de gracias, para el recuerdo memorial y también para el compromiso firme con esta Iglesia particular hermana.
Escribí la homilía para evitar excederme en el tiempo o para no quedarme corto, porque aquí, en África, la liturgia puede pecar –y así lo sienten realmente– de escasa, de demasiado breve, como si impusiésemos prisa a lo más santo. Estas fueron mis palabras:
Querido hermano en el episcopado, Mons. Martin Adjou. Queridos hermanos sacerdotes, religiosas y religiosos, catequistas, hermanos todos en el Señor: paz y bien.
La Iglesia proclama en este día, primer domingo de Cuaresma, que Jesús se marchó a Galilea para proclamar el Evangelio de Dios. Ese mismo Evangelio se ha venido proclamando en todas las lenguas, en todos los lugares a través de los veinte siglos de cristianismo. Y llegó incluso aquí, a Bembéréké, con la misma fuerza esperanzadora que siempre tienen las cosas de Dios. Él es la Palabra, y como tal se nos deja oír, se nos deja entender, y aprende nuestras lenguas para que nosotros le podamos acoger oyéndole en el mismo idioma con el que nosotros nos llamamos, nos amamos, soñamos y esperamos.
Debo deciros un pequeño detalle de coincidencia en fechas: hace veinticinco años yo fui ordenado sacerdote. Evidentemente, la noticia no se supo en Benín, ni yo tampoco supe que empezaba una misión católica en Bembéréké por parte de la diócesis de Oviedo dando comienzo a esta parroquia. Hoy, veinticinco años después, al visitaros con este motivo y al contemplar bien cimentada ya esta realidad, yo recibo el mayor de los regalos que he recibido en este año, y por el que con vosotros doy gracias al buen Dios.
Aquel Jesús que con sus primeros discípulos fue predicando el Evangelio del Reino por Galilea tras saber que habían matado a Juan el Bautista, les mandaría a estos mismos discípulos ir hasta los confines de la tierra para anunciar su Evangelio de vida y resurrección cuando él volvió a su Padre al terminar su ministerio aquí en la tierra. Comenzaron aquellos primeros cristianos a difundir la Buena Noticia y llegaron a España también. Siglos después, los cristianos de España, los que viven en mi región de Asturias, de la diócesis de Oviedo, volvieron a escuchar el mandato de Jesús y vinieron hasta este precioso lugar en Bembéréké para unirse a los cristianos que ya había y juntos seguir edificando la Iglesia del Señor como un anuncio de Buena Noticia.
El arzobispo de entonces en la diócesis de Oviedo, Mons. Gabino Díaz