para resolver un problema consiste en valorarlo y tomar decisiones adecuadas. No solo basta con saber qué hay que hacer, sino hacerlo.
En esta línea, López Aranguren 31 distingue entre «moral pensada» y «moral vivida». La primera es la capacidad de razonar y dar una respuesta teórica a los problemas morales. Con la segunda, la persona afronta mediante la «acción reflexionada» los problemas que se le plantean. La responsabilidad se sitúa en la moral vivida, siendo lo decisivo la acción. Emmanuel Mounier expresa esta idea con bastante claridad: «No basta con comprender, hay que actuar. Nuestra finalidad, nuestro fin último, no es desarrollar en nosotros o alrededor de nosotros el máximo de conciencia, el máximo de sinceridad, sino asumir el máximo de realidad a la luz de las verdades que hayamos conocido» 32.
Así pues, no se trata de desarrollar solamente una conciencia responsable, sino de tener la capacidad de responder con acciones concretas ante los requerimientos de la realidad. La acción coloca a la persona en la realidad del hombre vulnerable y que es privado de sus derechos fundamentales; lo coloca en una estructura social corrupta e injusta para los débiles.
Hans Jonas se pregunta: «¿Por qué tengo que obrar?, ¿qué fuerza mueve a la voluntad para la acción?». Para el filósofo alemán, la fuerza de un acto moral no está en la razón, sino en el sentimiento 33. En el pensamiento judío, el sentimiento que mueve a la acción es el temor de Dios. Platón lo sitúa en el eros, y Aristóteles, en la llamada eudaimonía (felicidad). La caridad es la gran novedad que aporta el cristianismo. Spinoza, el amor dei intellectualis; Kant, el «respeto»; Kierkegaard, el interés, y Nietzsche, el placer de la voluntad.
La acción responsable encuentra sentido en la frase de Jonas: «La razón tiene que añadirse al sentimiento para que el bien objetivo adquiera poder sobre la voluntad» 34, que recoge los tres componentes del acto humano: razón, sentimiento y voluntad. La acción responsable será capaz de articular los tres componentes.
La parábola del buen samaritano es narrada por el propio Jesús para ilustrar que la caridad hacia el prójimo es el sentimiento que mueve la acción. Enseña también que la responsabilidad por el herido debe llegar hasta el final; es decir, a la integración completa en la comunidad y a que se haga justicia con todos los que se quedaron heridos al borde del camino.
Desde una perspectiva cristiana no se puede hacer justicia sin la compasión, y viceversa. Si solo escuchamos la voz de la compasión, caeríamos en una postura asistencialista y lastimera hacia los pobres, que sería una irresponsabilidad. Si solo escuchamos la voz de la justicia, podríamos caer en un fariseísmo que tiene su fin último en el cumplimiento estricto de la ley, sin importarle la persona. Por ello, el sentimiento de la compasión hacia los pobres debe abrir camino a la justicia social, y la compasión ha de lograr que haya ternura en la justicia 35.
Luis Aranguren 36 describe las etapas que podría tener el proceso de solidaridad con los pobres. Después de la primera experiencia de ayuda considera necesario pasar a las siguientes, que denomina «acción transformadora» y «movilización».
Independientemente de que sean necesarias las acciones solidarias individuales, es necesario organizar la solidaridad con los pobres de modo que sea más efectiva y consistente.
En la fase de «acción transformadora», la ayuda a los pobres ha de plasmarse en itinerarios concretos de trabajo, esto es, en proyectos transformadores de la realidad con estas características:
1) Responder a las necesidades reales de las personas y de los colectivos excluidos.
2) Ofrecer objetivos factibles para su consecución, aunque remitan a un horizonte más amplio y utópico.
3) Ser concretos y, por ello, evaluables.
4) Realizarse en equipo, porque la solidaridad no atiende a mesianismos individualistas.
La Declaración de los derechos humanos plantea que la vida, la salud, la vivienda o la educación de las personas estén garantizados en una sociedad democrática. Para ello hay organizaciones públicas y otras de carácter privado que velan por estos derechos; especialmente de los colectivos más vulnerables. Ambas deben ir de la mano para construir un mundo más justo y solidario.
Antes de que el Estado garantizara el derecho de sus ciudadanos a la salud, la Iglesia ya había extendido una amplia red de hospitales y centros de acogida para los pobres. Actualmente sigue siendo pionera en la acción social a través de diversas instituciones; tanto en la atención primaria como en los proyectos de desarrollo y en la concienciación social.
La lucha contra la pobreza debe abordarse desde tres frentes: la asistencia primaria, la promoción de los pobres y el cambio de estructuras. Sin duda, un sistema educativo bien planteado puede contribuir a la promoción de los pobres y al cambio de la mentalidad y estructuras sociales injustas que generan desigualdad e injusticia social.
En estos últimos años ha aparecido un estudio sobre la Educación para el cuidado 37, cuya finalidad es el desarrollo integral de los alumnos para que alcancen una personalidad moral solidaria que dé respuestas al problema de la exclusión. Esta reflexión hunde sus raíces en la vulnerabilidad de las personas que necesitan cuidado de los demás y en las que ofrecen su tiempo para cuidarlas.
Educar a los alumnos para «el cuidado de los pobres» implica educar en el sentido de responsabilidad social que implica esta tarea. El proyecto educativo de la escuela no solo debe poner en relación a los alumnos con la realidad de la exclusión, sino enseñarles cuál es el proceso de la acción social organizada y colaborar en proyectos más integrales de solidaridad. Ello implicaría:
1) Reflexionar sobre las situaciones de injusticia social que existen.
2) Conocer los derechos humanos contenidos en la Carta de las Naciones Unidas.
3) Conocer por experiencia (empatía) los efectos de la pobreza y la injusticia en los ambientes más cercanos a la escuela.
4) Comprometerse en acciones para aliviar el sufrimiento de los pobres y combatir las causas de la injusticia.
5) Adquirir habilidades sociales para el cuidado de las personas vulnerables.
6) Conocer el funcionamiento de las organizaciones de solidaridad, ya sean de tipo público o privado (ONG).
7) Implicarse en acciones solidarias que llevan a cabo las ONG.
8) Colaborar en campañas educativas de concienciación ciudadana.
9) Participar en movilizaciones sociales por una causa justa.
Una primera experiencia de voluntariado fuera del centro educativo ayudaría mucho a los alumnos a conocer más en profundidad la realidad social y a conocer el dinamismo de la acción social de las organizaciones. Participar en proyectos de aprendizaje-servicio también sería una buena opción pedagógica, porque permitiría a los alumnos conocer la realidad desde una participación activa.
Para dialogar en grupo
1. Identifica las propuestas de intervención social de los poderes públicos (local, regional, estatal) para cuidar, restaurar e integrar a las personas más vulnerables. ¿Qué grado de efectividad tienen? Identifica también las propuestas de carácter privado y que se realizan a través de ONG.
2. ¿Has participado en alguna ONG como voluntario?, ¿cuál es el proceso que siguen con las personas con las que trabajan?
3. ¿Sabes cómo está organizada la acción social de la Iglesia?
4. Elige una ONG y describe cómo está organizada y cómo trabaja.
5. Desde lo leído en este capítulo, ¿cómo valoras la acción social que realizan los gobernantes?
EL INICIO DE LA ESCUELA POPULAR
(Roma, abril de 1597)
El padre José visitaba frecuentemente a los enfermos que le había asignado la cofradía de los Doce Apóstoles, a la que pertenecía, y una vez