Guillermo Javier Nogueira

El niño problema


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“pensemos” o busquemos, y así seríamos hablados por otro, como dice Jacques Lacan. La corrección y eficacia de estos modos operativos varía según el sujeto y las circunstancias. Vale la pena tener en cuenta su funcionamiento probabilístico que nunca llega al 100% correcto o errado, lo que deja lugar para las variaciones y la creatividad, lejos del determinismo mecanicista.

      El descubrimiento de las neuronas espejo y las neuronas canónicas abren una enorme ventana que recién comienza a explorarse. Por ella se cuelan las ideas de aprendizaje consciente e inconsciente posibilitando nuestros vínculos sociales, junto a otras como el reconocimiento de la intencionalidad como valor fundamental de las conductas humanas.

      Estos avances en el conocimiento de la génesis de nuestras conductas pueden resultar preocupantes. Es que nuestro narcisismo se incomoda al descubrir que aquello que nos hace presumir de ser conductores libres, creadores y poseedores de la capacidad de elegir podría no ser tan así. Este desconcierto y frustración frecuentemente se expresa como psicofobia, tal como dice la filósofa Kathinka Evers. La búsqueda de certezas y coherencia, claves del funcionamiento cerebral tan necesarias para nuestra existencia, se ve amenazada y de ahí esta reacción.

      Los modelos

      ¿Seremos autómatas computacionales? ¿Estamos predeterminados? ¿Por quién, por y para qué?

      Los modelos de inteligencia artificial, el conductismo y el cognitivismo ingenuo se han aproximado bastante a estas posibilidades y han aportado elementos interesantes y valiosos para avanzar en nuestro conocimiento del hombre y sus conductas. No obstante ninguno de ellos logra dar una explicación final, amplia y satisfactoria. Incurren en reduccionismos de grado variable, dejando de lado aspectos sustanciales de las características de los hombres y sus conductas. Dicho de otro modo: quedan demasiado anclados al polo animal sin dar buena cuenta de algo tan esencial como lo mental y sus características.

      K. Evers propone que la mejor opción explicativa actual es la del materialismo ilustrado, que a mi criterio no difiere demasiado del materialismo emergentista. Ambos dan la posibilidad de cambios por autogestión, concepto semejante al de autopoyesis propuesto por Humberto Maturana. Parten de reconocer que nuestros cerebros cambian y evolucionan incesantemente construyendo la realidad e inclusive las concepciones que tenemos de nosotros mismos, por ello somos seres capaces de influir en dicha realidad y crear sentido. Nuestro cerebro es el constructor y como tal nos da un cierto poder sobre sus propias construcciones. “Ni los dioses imaginados ni la concepción estática de la naturaleza y las leyes pueden darnos igual poder”. Creo que a esta idea apunta Yuval Noah Harari cuando habla del “Homo Deus”.

      “No somos máquinas biológicas encadenadas que operan de manera automática”, o como expresara quejumbrosamente un psiquiatra americano: “me resisto a pensar en mis pacientes como conjuntos de neurotransmisores desordenados”. Puede pensarse –como lo hace Maturana– en nuestros cerebros como sistemas cerrados pero vinculables, radicando en el vínculo las posibilidades de modificación.

      Otro aspecto destacable y a tener en cuenta es que aquello que llamamos mundos (exterior-interior) son construcciones del cerebro, más aún, de cada cerebro a partir de su propia experiencia. Seleccionamos estímulos y los organizaremos de una manera individual según la estructura y organización de nuestro cerebro donde de acuerdo a nuestra experiencia previa, sea ella exitosa, placentera, deseada o no, fundarán nuestros afectos y valores. Creamos y construimos un mundo que finalmente es imaginado. La corrección de este proceso tendrá que ver con cuán ajustada, correcta y útil es esa imagen en relación con lo que definimos como realidad. Las dificultades para definir esta última son de larga data y aún subsisten. Ese terreno ha sido extensamente transitado por los filósofos con debates sobre el sujeto, el objeto, la cosa en sí, la existencia real de un mundo fuera de la sensopercepción de un observador, el valor del lenguaje como dador de existencia y mucho más. Recordar la expresión “en el comienzo fue el verbo” o en El diario de Adán y Eva de Mark Twain, cuando Adán le dice a Eva que debe ir a ponerle nombres a los pájaros. Si bien estos ya existían, carecían de existencia real para los humanos hasta que se los pudiera nombrar y referirse a ellos en su ausencia. Eso significa introducirlos en el lenguaje con las infinitas posibilidades de la semántica, la sintaxis y las interacciones en el “lenguajear”, como dice Maturana.

      El hombre y los homínidos

      Fenomenológicamente podemos señalar algunas de las diferencias observables entre el hombre actual y los homínidos cercanos:

      1. La bipedestación que libera las manos para realizar otras tareas aparte o simultáneamente con la traslación. También permite una mejor visión de más largo alcance. Ambas son ventajas evolutivas notables: pensar en la posibilidad de advertir el peligro desde lejos y arrojar una piedra o una lanza a la carrera.

      2. El lenguaje, que si bien no es privativo del hombre, lo es en su complejidad y esencialmente en su capacidad simbólica que le permite enseñar, transmitir y comunicar, en ausencia de los objetos o de las circunstancias. También instaura la noción del tiempo en tanto pasado, presente y futuro simbolizables por los verbos y su uso.

      3. Basado en lo anterior, desarrolla una compleja y fructífera relación con el medio y sus semejantes. Aparecen conductas sociales cada vez más elaboradas y una cultura cada vez más rica y cambiante. Esto, en última instancia se traduce en una adaptación más exitosa al medio y, por ende, una mejor supervivencia y mantenimiento de la especie.

      4. Las particularidades de su cerebro, con sus memorias y el lenguaje, posibilitan a su vez conductas organizadas en secuencias temporales anticipatorias e intencionales. Puede convencer y también engañar y suponer con razonable certeza lo que piensan sus semejantes. Esto va adquiriendo mayor relevancia y es abordado bajo la denominación de teoría de la mente. Merced a ella puede desarrollar estrategias, ponerlas a prueba, guardarlas como memorias si son exitosas o para evitar repeticiones en el fracaso. En todo caso podrá utilizarlas según convenga, con un importante ahorro de recursos cognitivos. También puede flexibilizar las mismas para lograr nuevos y mejores ajustes a situaciones novedosas o cambiantes.

      La mayor parte de las particularidades aquí señaladas, pueden ser reunidas bajo la denominación de funciones ejecutivas y sus conductas inteligentes. Le pertenecen en exclusividad al menos por su magnitud y tienen su sede en el lóbulo frontal, más precisamente en la parte anterior del mismo, el prefrontal, que adquiere su mayor desarrollo en los homínidos y particularmente en el hombre, sin excluir otras estructuras cerebrales conectadas con él, en particular el cerebelo, que ha dejado de ser considerado solamente en relación con el movimiento para incluir sus aportes a una extensa variedad de conductas complejas.

      5. La peculiar oposición del dedo pulgar, que motivara tantos estudios, parece hoy día un dato menor en comparación con lo anterior.

      Lo humano

      Hasta aquí me he limitado a una caracterización unidimensional del hombre: ser un animal un tanto especial. Si bien esta característica es basal, constitutiva, no agota los componentes característicos del hombre.

      Existe otro ámbito, no tangible, pero no por ello inexistente: lo mental. Es precisamente en este ámbito donde se da la génesis de esas conductas que definiríamos como complejas y específicamente humanas.

      Si bien podemos comenzar con el planteo cartesiano: puedo dudar de todo menos de que pienso, luego existo, esto deja sin resolver el origen del pensamiento o de la existencia misma. El mismo Descartes lo pone oscuramente en el cerebro y de esa manera intenta salir del atolladero de explicar cómo algo inmaterial, el pensamiento, lo mental, se vincula con algo material como el hombre animal y ese órgano del mismo al que alude.

      Divide el estudio en la res cogitans que reserva para los filósofos y la res extensa, destinada a los biólogos. No obstante este aparente dualismo que se instaura a posteriori como dominante, Descartes consideraba que el pensamiento y la existencia se dan como una unidad constitutiva del ser pensante. Pienso al mismo tiempo que existo y es mi existencia biológica razón de ser de mi pensamiento, y es este el que da cuenta de mi existencia