como tarea. Estamos atados a esta tarea: «Hay humildad y abandono en la entrega del hombre a su incumbencia» (ibid., p. 144). La fatiga no es solo un fenómeno concomitante, sino que el esfuerzo recae sobre la fatiga. Por su misma tensión, se combina el impulso del esfuerzo con la fatiga; para producir el esfuerzo, debe superar la fatiga. Para que la creación del trabajo humano sea efectiva, debe triunfar de la desesperación y de la fatiga. Tendremos así una oposición:
Figura 31
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Una dualidad de dos vectores de sentido opuesto, pero inseparables: el esfuerzo que se aventura con su impulso, y la fatiga que lo frena con su peso. El esfuerzo no es un conocimiento, sino un acontecer: es acción que se realiza en el presente. Al contrario, la fatiga retrae el presente. El dinamismo del impulso se compone de estos dos elementos al mismo tiempo. El esfuerzo es un esfuerzo en el presente y el retraso es retraso sobre el presente. ¿Resulta, entonces, que la fatiga es una condena? Siempre que se considere que el esfuerzo es electivo, es una lucha en contra de la materia. La verdadera condena sería la desesperación, en la que un ser finito se encuentra impotente de cara a sus ambiciones. Pero el esfuerzo puede ser victorioso.
Se debe partir del instante del esfuerzo y de su dialéctica interna para captar filosóficamente la noción de actividad y su papel en la existencia. Aparecerá el sentido de condena que el esfuerzo lleva dentro de sí, al descubrirse su relación con el instante. No es un acto de magia que es indiferente al instante. El esfuerzo del trabajo humano es continuo hasta el cumplimiento de la obra. En una poesía, los instantes mueren en la continuidad del poema, como en un cuadro los rasgos particulares se funden en la expresión de la visión y del sentimiento; el arte está libre del instante, no está en el presente. En el juego, también los momentos se pierden en la representación del juego; pero el trabajo no es un juego. El esfuerzo excluye el juego, es fatiga. Aun la mística del trabajo y sus valores sociales se colocan en otro plano, por encima del esfuerzo. El valor del sacrificio, la alegría del deber cumplido y la libertad están fuera del instante.
Al contrario, la duración del esfuerzo se hace con interrupciones, a cada instante se sigue la obra, paso a paso, según se efectúa. En esta duración se asume el instante, este vive y rompe la continuidad del tiempo. La fatiga es comprometida con el presente. El esfuerzo está en lucha con el instante en cuanto presente. Se entrega al presente, una entrega inevitable, sin regreso. El devenir anónimo y continuo del tiempo es negado por el esfuerzo, se opera un corte, el ser toma posición: el esfuerzo es la realización del instante. Por este se sitúa la actividad en la existencia del hombre, se vuelve presente. Es el presente originario. Desde este evento presente se derivan las nociones del «acto», cortado por el instante, y de la resistencia de la materia. Es un momento de la aventura ontológica. Por lo tanto, «actuar» es asumir el presente. En el fluir anónimo de la existencia, el presente propicia la aparición del sujeto. El esfuerzo, que se efectúa en el acto, afirma al sujeto en la lucha con esta existencia. El acto es la asunción del presente, pero el acto como incorporado es esencialmente servidumbre, sujeción a un sujeto. No obstante, es también la primera constitución del existente, de cualquiera que sea.
Por la fatiga, la relación esfuerzo-trabajo se articula con el retraso del presente. El presente se constituye con el tomar a cargo su presente. También el esfuerzo es condena en tanto asume el instante, como un presente inevitable. Es condena en tanto asume plenamente el instante. Y porque se estrella en contra del instante, y choca con la eternidad, por ser evento indestructible. En el trabajo está el evento de un compromiso sin rescate. No es la pena que implica el esfuerzo la que determina la esclavitud. El esfuerzo implica esta pena porque es, en el instante, un evento de servidumbre. Es la maldición antigua del trabajo, que se encuentra entera en el «instante» del esfuerzo. La esclavitud no se encuentra en la relación del hombre con la materia. Este es el sentido del esfuerzo: viene del instante (instante del ser) en que el esfuerzo se realiza... y la fatiga pesa. La fatiga viene de esta condena al presente; la fatiga es condena «a ser». Es también un empobrecimiento, una lejanía de las fuentes, una ruptura con las fuerzas vivas. Cansarse es eso: «cansarse de ser» por la fatiga. La fatiga causa un retraso aportado para el existente; revela la existencia. Y este retraso constituye la «presencialidad» del presente, la servidumbre del presente.
No es que con el retraso se abandone el mundo, no es que se caiga en una soledad, pero se percibe la contrariedad del peso, la incomunicación, como una marcha trabada de un ser que no continúa, como desarticulado en sí mismo, que no se reconstituye en el instante, a pesar de estarle entregado irremisiblemente. Es una existencia, pero con hesitación. Este decaimiento de la fatiga crea la distancia donde se inserta el acontecer del presente. Es un evento que propicia el surgimiento de la existencia. Así, entonces, la existencia del existente se muestra como esencialmente «un acto». Aun, si se llega a un descanso, no es un abandono del ser: el descanso no es pura negación del presente, es todavía una tensión en la que se da cumplimiento al «aquí». Por tanto, también la esencia del descanso sigue relacionado al el ser. Se ve claramente que la presencia no significa temporalidad, sino fuerza, es presencia de ser. En el momento activo del acto, lo que constituye su actualidad, es la asunción del presente. Esta es la máxima presencia del acto, y el presente adquirido en esta asunción posee un destino: el mundo en la aventura ontológica, que expresa la función ontológica del acto. Lo que se asume es el mundo... es como personalizar el mundo.
4. Existente en el mundo
Puede observarse el mundo desde otra perspectiva, y organizar una nueva terminología que permita acercarnos al ser particular en el mundo y buscar su significado. El ser particular recibe su existencia en el mundo. El mundo aparece aquí como la región de seres, donde la apertura hacia las cosas se hace efectiva. Consecuentemente, el término mundo deberá cobrar sentido desde mi presente: desde el instante debe descubrirse el «ser en el mundo». Mundo no es únicamente un conjunto de cosas particulares que se ofrecen en la experiencia al yo existente. Ser en el mundo implica nuestra relación con las cosas, las cosas no se nos dan como indiferentes o meramente allí en el mundo. Al asumir el instante se nos compromete con el ser, con el mero existir de las cosas, en la aventura de la acción de ser. Ser en el mundo para nosotros es estar pegado a las cosas y, en consecuencia, seguir la suerte y las mutaciones de su ser.
4.1 Deseo del existente
En De Dios que viene a la idea, Levinas (1995), nota que hay una transformación: ya no es el ser como verbo, en su devenir, sino un sustantivo que reemplaza al verbo. Sustantivos caracterizados por adjetivos, seres dotados no solo de cualidades cognoscibles, sino de valores que atraen o repelen. No hay cosas indiferentes en el mundo, porque las cosas se ofrecen a nuestras intenciones. Los atractivos de las cosas rigen el ser del mundo. A esta relación que integra nuestro ser en el mundo se le denomina la «intención», la cual puede ser consciente o inconsciente, y en cada caso determina nuestra relación con el valor de las cosas, y se expresa como «deseo». Estar ahí entre las cosas suscita el deseo y la pasión, lo cual es diferente de la simple «cura» del existir del recuerdo heideggeriano, porque el deseo está vinculado con los «deseable»: el valor de la cosa se da como deseable, se establece como un objetivo, lo cual encuentra su expresión en el «acto» como término final. La fuerza del deseo caracteriza nuestro ser entre las cosas: «Y no solamente el deseo nos transporta hacia las cosas, sino que a menudo va más allá de las cosas, de una a otra sin límites: el objeto deseable entonces es superado y trascendido» (p. 76).
Este es otro modo de entender el ser, y no el puro ser seco y esquelético pegado a la existencia de los objetos, la pura conciencia de que estos objetos existen; hay algo más que esta conciencia y que el mero objeto consciente. Es notorio el enfoque que los psicólogos han dado al inconsciente. Ya que este descubrimiento ha sido realizado y admitido, es necesario que el filósofo reflexione sobre esta realidad. No se trata de un tipo de conciencia, una conciencia, además, paralela a lo consciente, que se denomina «inconsciente». Desde la fenomenología, la función del inconsciente debe situarse en su relación con la iluminación consciente del ser. Son dos formas de iluminación