esos viejos fantasmas.
Aunque nosotros los escondamos, el Señor los conoce. Por eso podemos pedirle luz a él para asumir nuestra verdadera historia, para ver eso que supimos esconder con tanta habilidad. Así nos haremos cargo de nosotros mismos e irá brotando poco a poco el deseo de reconocer la verdad de frente, aunque moleste. La liberación podrá ser muy traumática, porque tendremos que pasar por aquel dolor que habíamos ocultado. Pero se trata de vivirlo ahora en la presencia de Dios, cobijados por su amor, sostenidos por su poder, como el niño que debe atravesar un lugar oscuro y frío, pero en los brazos de su padre querido.
Ir a la raíz
Es allí, en lo oculto del corazón, a donde trata de entrar el Espíritu Santo, porque quiere sanarnos a fondo. Eso es precisamente lo que más le interesa, porque todo lo demás puede ser cáscara, apariencia, mentira; porque muchas veces la porquería del corazón se disfraza de buenas obras y de bellas palabras: Satanás se viste de ángel de luz (2 Cor 11, 14). Ya decían los Proverbios que lo que más hay que cuidar es el corazón (Prov 4, 23). Por eso es tan importante reconocer nuestras verdaderas intenciones, descubrir con claridad las opciones profundas que hemos tomado en el corazón, contárselo al Señor sabiendo que él nos comprende, nos ama, nos espera todo lo que sea necesario, nos abraza. Hace falta presentarle al Señor esas perturbaciones que nos condicionan.
Quizás, en este camino de oración sanadora, también lleguemos a tomar consciencia de un momento de nuestra vida en el que tomamos una decisión que nos llevó a nuestro estado actual. Por ejemplo, quizás un día, cansados de ciertas cosas, dijimos algo como lo siguiente: “A partir de ahora se acabó la alegría”. “Desde ahora solo voy a sobrevivir, la felicidad no es para mí”. “Como nadie me quiere, ahora voy a optar por aislarme de todo”. Esas malas decisiones nos quitaron la alegría, el entusiasmo, el gusto de la convivencia, las ganas de vivir a fondo. Por eso es importante volver atrás, de la mano del Señor, y decirles que no a esas decisiones dañinas.
Ponerle un nombre al sentimiento
Hay algo muy importante para ser realmente verdaderos frente a Dios: ponerle nombre a lo que sentimos, darle un nombre a esa mala experiencia que nos está dominando interiormente. Le llamaré “desilusión”, o “fracaso”, o quizás “abandono”, “humillación”, etc. La palabra que elija debe expresar claramente mi sentimiento. Eso puede doler, porque no nos gusta reconocernos “abandonados” o “fracasados”, pero es necesario hacerlo para que le abramos la puerta al Señor y él pueda sanarnos de verdad. Cuando tenemos esa claridad delante de Dios, entonces sí podemos decirle de corazón: “¡Libérame, Señor! ¡Sáname, Señor!”.
En positivo
Una vez que descubrimos la raíz de nuestro problema, le pusimos un nombre y le contamos todo al Señor, es importante que oremos de forma positiva. Porque si nos expresamos de manera negativa eso puede producir el efecto contrario: alimentar nuestra negatividad y nuestra angustia. Si alguien pide: “ayúdame a perdonar a esas malas personas que se aprovecharon de mí”, esa oración solo agrandará las heridas, alimentará el rencor y el dolor. Lo mismo sucede cuando una persona piensa demasiado en su sufrimiento y dedica mucho tiempo a lamentarse. Hay que orar en positivo, porque solo así abrimos el corazón a la paz, a la alegría, a la esperanza que el Señor nos quiere regalar. Por ejemplo: “Señor, dame la gracia de comprender y de amar a todos como tú los amas”. “Dame la alegría del perdón”. “Regálame un corazón lleno de paz y de comprensión como el tuyo”.
Cuando uno dialoga así con el Señor, con claridad, confianza, y de manera positiva, al terminar la oración sabe que ya no está solo con sus problemas y angustias, y la paz interior irá echando fuera todas las oscuridades del corazón.
Este libro
Aquí encontrarás oraciones para distintas situaciones y para diversos sentimientos que necesites expresarle a Dios. Podrán ayudarte, pero primero es necesario que hables con él concretamente sobre lo que te pasa, con tus propias palabras. Luego, las oraciones de este libro podrán ser muy útiles para ponerles palabras a algunas cosas que quizás no pudiste expresar. Lo importante es que hagas la hermosa experiencia de compartir con el Señor tu vida real. Eso también te ayudará a crecer en la amistad con él.
Siento que me desean el mal
Aunque no tengamos problemas graves y nuestra vida transcurra en paz, la mirada de los demás puede llegar a hacernos daño. Cuando sentimos que nos miran mal, sin amor, con envidia o desprecio, eso provoca una inseguridad interior, puede debilitarnos y confundirnos. Quizás en nuestro corazón sospechamos que nos están deseando el mal, y tememos que eso nos pueda arruinar la vida. En esos momentos, es importante alimentar la fortaleza interior, y la oración es un arma muy poderosa para lograrlo. Porque en la oración sincera nos exponemos ante el poder infinito de Dios y nos dejamos penetrar por él. De esa manera, la mirada de los demás dejará de hacernos daño y podremos caminar seguros.
Señor, a veces siento
que soy una molestia para los demás,
que mi presencia incomoda.
Quizás hay algo en mí que trastorna sus corazones.
Porque me parece que no se alegran con mis alegrías,
que mi bien les provoca envidia.
Por eso prefiero no hablar
de mis logros o de mis proyectos.
Otras veces me parece que disfrutan cuando me va mal,
que no me aprecian,
que les da placer comentar mis debilidades y errores.
Por eso temo que, cuando yo esté en un mal momento,
me abandonen y me destrocen con sus críticas.
También temo que me hagan daño con su envidia
cuando descubran algo que pueda perjudicarme.
Señor, en su mirada no encuentro amor ni comprensión,
sino malos sentimientos.
Por eso vengo a tu presencia,
mi Señor lleno de amor y de poder.
Mira a este hijo tuyo que te suplica.
No me abandones, roca mía.
Tú eres mi protección,
rodéame con tu presencia
para que ningún mal me alcance.
Protégeme para que no puedan hacerme daño
con sus envidias y malas intenciones.
No permitas que algún envidioso me haga mal,
no dejes que los espíritus dominantes
quieran adueñarse de mi vida.
No dejes que se alegren con mis males
ni que hagan planes para perjudicarme.
Tú eres mi único dueño, el Señor de mi existencia,
nadie tiene derecho a hacerme daño
ni a desearme el mal,
porque soy tu creatura, obra tuya, tu hijo.
Mi vida es tuya y de nadie más.
Reina en mi existencia con tu gloria,
cúbreme con tu fuerza protectora.
Si pongo toda mi confianza en ti,
podrán hacerme tambalear,
pero no podrán voltearme;
podrán lastimarme,
pero no podrán destruirme;
podrán