Algernon Blackwood

El valle perdido y otros relatos alucinantes


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Ha sacudido nuestra naturaleza fundamentalmente, radicalmente. La mente humana ha sido traumada, quebrada, dislocada”.13

      En los cuentos de Blackwood, la inspiración parecía estar agotándose. Los contenidos en Relatos del día y la noche (1917) son, en general, menores; Los lobos de Dios y otros relatos místicos (1921) consta de cuentos derivados en gran medida de las experiencias compartidas de Blackwood y su viejo amigo Wilfrid Wilson, quien aparece como coautor; Lenguas de fuego y otros bosquejos (1924) también decepciona. Ésta fue su última colección original de cuentos hasta Shocks (1935).

      Blackwood, mientras tanto, se estaba dedicando sobre todo al teatro. Karma: una obra sobre la reencarnación, escrita con Violet Pearn, se publicó en 1918; parece que nunca se montó. Obras de teatro posteriores —La travesía (1920, con Bertram Forsyth), Por la rendija (1920, con Violet Pearn), Magia blanca (1921, con Bertram Forsyth) y Casa de medio camino (1921, con Elaine Ainley)— se montaron, aunque sólo La travesía y Por la rendija tuvieron éxito. Probablemente lo más emotivo de la obra de Blackwood en los años 1920 sea su conmovedor relato de las primeras tres décadas de su vida, Episodios antes de los treinta (1923). Pero los viajes —tanto al extranjero como a los hogares de numerosos amigos en Inglaterra— hicieron de los años 1920 un periodo de gran satisfacción para él.

      Fue en la segunda mitad de esa década que Blackwood volvió a escribir para niños. Un variopinto conjunto de obras se produjo en este periodo, pero ninguna es especialmente notable excepto Dudley y Gilderoy: un desvarío (1929), una encantadora fábula sobre las aventuras de un perico y un gato que se salen de su casa, abordan un tren y realizan otras hazañas sorprendentes. Varios relatos de Shocks, inspirados por su asimilación de la filosofía mística de G. I. Gurdjieff y su discípulo P. D. Ouspensky, demuestran que Blackwood aún tenía cosas que decir en el ámbito del terror sobrenatural, mientras que otros relatos de ese volumen, de manera notable “En otro lugar y de otra forma” y “El hombre que vivía para atrás”, ambos inspirados por la teoría del tiempo serial de J. W. Dunne, casi podrían clasificarse como ciencia ficción.

      Y, sin embargo, los años 1930 trajeron un cambio en la carrera literaria de Blackwood que nadie hubiera podido imaginar: su transición de autor a personalidad de la radio. Su trabajo para BBC Radio empezó en 1934 y consistía en adaptar sus propios cuentos ya publicados o crear relatos originales para transmitirlos por radio. Lo que es aún más notable, Blackwood apareció en un segmento de tres minutos en la primera transmisión televisada comercial en Gran Bretaña el 2 de noviembre de 1936, en el programa de variedades Picture Page. El biógrafo Mike Ashley muestra por qué Blackwood “era ideal para la televisión”:

      Pero no volvió a salir en televisión hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

      En esa guerra, desde luego, Blackwood era muy viejo para participar militarmente, pero eso no significó que estuvie­ra exento de sus estragos. Por poco pierde la vida cuando la casa de su sobrino en Lawn Road, Hampstead, donde se estaba quedando, recibió el impacto directo de una bomba alemana el 13 de octubre de 1940. Sobrevivió de pura casualidad, pero muchos de sus papeles y efectos personales fueron destruidos. Para el propio Blackwood, desdeñoso como era de las posesiones materiales, quizás esto tuviera poca importancia, pero ha tenido un impacto en nuestro entendimiento del transcurso de su vida: esos papeles podrían haber subsanado lagunas vitales en nuestro conocimiento de ciertos periodos de los que ahora sólo tenemos indicios sugerentes.

      Al igual que Blackwood. Quizás en sus últimos años haya sentido que aquello era una causa perdida; que la ciencia y las comodidades materiales habían avanzado tanto que el asombro y la maravilla de la Naturaleza eran cosa del pasado. No obstante, en su ensayo “Sueños y hadas” (1929) se aferra a una tenue esperanza de que la tecnología quizá no aplaste por completo nuestra percepción de los misterios del cosmos:

      Ariel como una longitud de onda personificada que escuchamos en nuestra sala de estar, los “invisibles mensajeros del aire” mientras las olas de éter nos traen sonido o imagen a través de una máquina que cuesta muchas libras —y éstas, aunque son maravillosas, no encierran ningún misterio del espí­ritu. El asombro del espíritu no es el asombro de una mente instruida. El comprador cuestiona, pero no se estremece con una deliciosa fascinación de otro mundo.

      No queda del todo claro a qué se refiere con el último comentario; casi podría verse como una justificación de la ciencia ficción, un género literario que Blackwood nunca abordó excepto en algunas de sus últimas obras. No obstante, es evidente que él mismo conservó su sentido de asombro hasta el final y buscó transmitirlo a otros de la manera más sincera y potente que pudo. A pesar de que sus mejores obras se escribieron en un tiempo relativamente corto, que comprende las primeras dos décadas del siglo xx, cada uno de sus relatos, novelas, obras de teatro e incluso ensayos y reseñas busca descubrir esas capas de misterio que se ocultan tras la fa­chada de lo conocido: el misterio de los bosques, de los desiertos, de los picos nevados y, el más significati­vo de todos, de la psique humana. Ésta es la lección final que aprende O’Malley: