daba cuenta de que en caso de que volviera a su país y tuviera hijos gays, estos podrían casarse legalmente con personas del mismo sexo al margen del hecho de que su madre se hubiera molestado o no en hacer el peregrinaje de retorno para el referéndum de 2015? En las páginas que siguen presentamos pruebas que demuestran que, para Hannah y muchos como ella la respuesta a ambas preguntas es “sí”: entienden, en efecto, esos hechos. Participan cuando les importa mucho, porque no participar sería sumirse en un estado de disonancia o dilema: ese es el costo de la abstención.
No somos, claro está, los primeros en advertir este último tipo de costos. Para sacarse de encima la “paradoja de la votación” –su predicción de una concurrencia a las urnas cercana a cero en los grandes electorados–, la teoría de la elección racional adujo un deber de votar. En caso de abstenerse, las personas que sienten ese deber se privarían de las compensaciones derivadas de cumplirlo. Pero el constructo del deber no resuelve todos los problemas. Conceptualizado como un estímulo para votar, es estático y no explica los altibajos en los niveles de concurrencia a las urnas en las distintas elecciones. Tampoco explica por qué la gente común participa en acciones políticas colectivas respecto de las cuales no suele reconocerse que participar sea un deber, como en el caso de las protestas callejeras. Los modelos basados en las redes y la vergüenza, en los que la persona corre el riesgo de sentirse rechazada si se queda en casa, también dan a entender que la abstención es costosa. Pero estos modelos se concentran de manera excesiva en el papel que las redes personales inmediatas del individuo cumplen al impulsarlo a la participación política. Se esfuerzan por explicar –como hacen los modelos basados en el deber– la causa de que determinados tipos de elecciones desencadenen previsiblemente una participación generalizada, mientras que en otros la implicación popular es muy débil.
Uno de los cambios claves que hacemos consiste, entonces, en postular costos de abstención: el franco perjuicio de no participar, cuya magnitud depende, entre otras cosas, de lo mucho o poco que, según la persona, esté en juego en el resultado.
2) Muchas personas conciben el escenario estratégico de las elecciones y protestas desde un punto de vista supraindividual. Para desentrañar los misterios de la participación política, los factores específicos que influyen en la decisión de la persona de participar o no resultan tan importantes como el punto de vista desde el cual aborda esa decisión. Por entendibles razones de moderación y elegancia, los teóricos se consagraban antes a un solo nivel por vez, por lo general, el del individuo, a quien se atribuía la concepción de los costos y beneficios de la acción exclusivamente en función de lo que influían en él, de manera individual. Otros postulaban que las personas piensan qué hacer desde la perspectiva privilegiada de un planificador social o un dirigente partidario: se creía que los ciudadanos consideraban tanto los costos como los beneficios en ese macronivel. Nuestra teoría de la abstención costosa sostiene que las personas son capaces de pensar en distintos niveles. Consideran los costos de la participación desde la perspectiva de su propio tiempo y esfuerzo; consideran el contexto estratégico –las probabilidades de que el movimiento tenga éxito o de que el candidato preferido gane– desde una perspectiva situada por encima del individuo, normalmente la de un candidato o el líder de un partido o un movimiento y, en lo referido a los beneficios de resultados alternativos, los consideran tanto en el nivel individual como en niveles más altos. Lo que nuestra teoría de niveles múltiples pierde en sobriedad lo gana en exactitud.
3) Para entender la participación política, necesitamos menos economía y más psicología. Los politólogos conocen con claridad la influencia que las distorsiones y los sesgos cognitivos ejercen sobre las percepciones y decisiones de los ciudadanos (y de las élites políticas). Somos cada vez más conscientes de que las emociones también influyen sobre nuestras percepciones y acciones políticas. En las ciencias sociales ha surgido una nueva evaluación según la cual las emociones y la cognición no están en tensión, sino que actúan en sintonía. El reciente giro psicológico, promovido en importante medida por los economistas del comportamiento, ha nutrido el campo de la psicología política; así, abogaremos, hasta cierto punto, por un retorno a las ideas psicosociales sobre la participación, que muchos investigadores dejaron de lado con el ascenso de la teoría de la elección racional.
Tomamos en serio esa teoría y le hemos dado abundante uso en nuestro trabajo. Pero nuestro deseo de entender la acción colectiva nos ha trasladado hacia la psicología. La intuición inicial, al comenzar nuestra investigación, fue que, cuando a la gente le importa quiénes serán sus dirigentes electos y qué rumbo tomarán sus comunidades y países, puede verse arrastrada a la acción colectiva. Votarán y quizá incluso manifestarán sin que nadie les diga que tienen que hacerlo, y a veces sin que siquiera les resulte necesario reflexionar demasiado sobre su decisión de participar. A menudo, no solo la vergüenza social o la reflexión moral sino también algo mucho más rápido y espontáneo incita a la gente a actuar.
Algunas de nuestras intuiciones son producto de la introspección. Sopesamos cómo nos sentiríamos si nos preocupáramos mucho por el resultado de una elección, pero quedándonos en casa y dejando que otros decidan. Imaginamos esta situación como un incómodo estado de disonancia. No tardamos en advertir que nuestras intuiciones tenían su eco en las palabras de las personas a quienes entrevistamos. Por ejemplo, un hombre de Kiev les contó a nuestros entrevistadores cuáles habían sido los acontecimientos que en 2013 lo llevaron al activismo, en lo que llegaría a ser las protestas de Euromaidán. Recordaba cómo se había sentido al ver la imagen de una joven a quien habían golpeado en un mitin: “Vea, a veces hay momentos en que uno siente que empieza a desbordarse porque ya no es posible tolerar la situación”.
En un comienzo, tanteamos con expresiones como “disonancia interna”, pero más adelante, gracias a la psicología social y política, aprendimos mucho más sobre las respuestas preconscientes, las emociones de acercamiento y los efectos complicados y a veces sorprendentes de la ira, la indignación moral, la angustia y la culpa. Aunque no nos hemos convertido en modo alguno en psicólogos políticos, es indudable que nos inclinamos en buena medida hacia la psicología política como un instrumento que nos ayuda a comprender el mundo de la participación popular.
Un mapa de este libro
¿Con qué seguimos? Los capítulos 1 y 2 se concentran en la votación. La primera tarea que acometemos en el capítulo 1 consiste en demostrar los logros, pero también las deficiencias de las teorías heredadas de la participación electoral. La gama y la inventiva de las teorías acumuladas tornan necesaria una evaluación exhaustiva. Nuestra segunda tarea en el capítulo consiste en proponer nuestra propia teoría, que se centra en los costos intrínsecos de la abstención.
El capítulo 2 somete a prueba nuestra teoría en comparación con otras. Aportamos fundamentos para el constructo de los costos intrínsecos de la abstención, mencionado aquí y examinado con mayor profundidad en el capítulo 1. Los costos de la abstención, en efecto, influyen en la disposición a votar de las personas y suben y bajan claramente en función de lo mucho o poco que, en su opinión, esté en juego en el resultado. También sometemos a prueba las tesis acerca de la mayor disposición a votar en las elecciones reñidas –aunque las campañas y los partidos no inciten a hacerlo– y acerca de la fuerza de un sentimiento de deber cívico para llevar a la gente a las urnas. Demostramos que el deber cívico marca una diferencia, pero comprobamos que no es una norma absoluta sino condicional, de modo que, cuando está internalizada, actúa como los otros costos de la abstención.
Los capítulos 3 y 4 se concentran en las protestas. El capítulo 3 se pregunta: “¿Qué determina que la gente se sume a las protestas?”. Para proponer algunas explicaciones, comenzamos por una reseña de la abundante literatura teórica y luego presentamos una teoría de la abstención costosa de la participación, modificada a fin de que sea pertinente para las protestas. En el capítulo 4 nos basamos en investigaciones originales de varias democracias en vías de desarrollo, así como en una extensa bibliografía secundaria sobre las protestas en muchas regiones del mundo, para poner a prueba proposiciones claves derivadas de nuestro modelo. Indagamos si los objetivos de las protestas importan, y a quiénes; si las expectativas de los testigos sobre la magnitud de las protestas influyen en sus decisiones de participar, y demostramos que, en los hechos, la represión policial puede