que estamos hechos.
Esto lo creo y lo he experimentado en más de una ocasión. Aunque a veces queremos obtener respuestas desde afuera, la verdad es que la reinvención auténtica de la vida y de los negocios sucede desde adentro.
El mundo exterior es siempre un reflejo del interior.
La historia del burro y la zanahoria con que inicio este libro la había escuchado hace muchos años, pero no fue sino hasta hace algunos meses que me la volví a topar y que hice conciencia no tanto del animal ni de la zanahoria, sino de la carreta completamente saturada y que era jalada por el animal con un enorme grado de dificultad. ¿Qué tanto llevaría a cuestas?
En esa parábola perdían todos: el dueño del burro porque este no se movía, y el burro porque no alcanzaba la zanahoria. Pero todo estaba centrado en la carga que llevaban. En lo que traían por dentro.
Shawn Achor, psicólogo estadounidense de la Universidad de Harvard y experto en felicidad y psicología positiva, dice muy claro: «Si conozco tu mundo exterior puedo predecir el diez por ciento de tu felicidad a largo plazo. El otro noventa por ciento proviene no del exterior, sino de la manera en que lo gestionamos internamente».
Es fundamental entender que todo procesamiento sucede en el interior. Bajo esa premisa llegamos a la conclusión de que el verdadero crecimiento radica en la capacidad que tenemos de entrar en nosotros y, desde ahí, hacer los ajustes necesarios para conectar con la vida que deseamos.
Pero (sí, desde luego hay un pero) estamos tan bombardeados por el exterior, tan expuestos al acelere constante, que pocas veces nos damos oportunidad de interrogarnos siquiera si lo que estamos haciendo y experimentando hoy es lo que realmente deseamos para el resto de nuestra vida. Vivimos en estado automático, apagando fuegos día a día, tratando de sobrevivir a costa de lo que sea.
Hace poco conocí a una persona a quien llamaremos Rafael. Un hombre de 45 años, gerente comercial de una importante compañía, casado, tres hijos, deportista y exitoso en su trabajo. Me pidió ayuda porque dentro de toda esa aparente felicidad que pudiera pensarse que tenía, él se encontraba vacío. «Me siento en el desierto, no sé qué me depara la vida», me comentaba con un cierto grado de angustia.
En medio de la plática, le hice tres preguntas:
-¿Qué es lo más importante para ti?
-¿Para qué naciste?
-¿Y qué estás haciendo al respecto?
Al principio se quedó en silencio, pasaron unos segundos y poco a poco comenzó a compartirme lo que probablemente traía guardado desde hacía muchos años: me decía que lo más importante para él eran sin duda su esposa y sus hijos, y que su deseo más profundo era ayudar a los demás, pero que al no haber intentado hacer nada al respecto, desde hace varios años dejó el tema a un lado. Ahora solo se refugiaba en las cuatro paredes de su oficina, haciendo lo que «todo el mundo hacía» para lograr encajar en la sociedad, según platicaba.
Lo cuestioné sobre su esposa, me confesó que tenía mucho tiempo de no tener pequeños detalles con ella, que ya la relación estaba en un punto muy tenso y que incluso habían caído en la terrible y peligrosa rutina. Cuando le pregunté sobre sus hijos, me dio una respuesta similar: «Bueno, trato de pasar tiempo con ellos, de darles lo mejor, pero sinceramente sí me falta mostrarles mi afecto y mi cariño».
Y así seguimos platicando de lo que aparentemente para él era lo más importante, pero que había dejado a un lado por lo menos importante.
En coaching hay una poderosa y muy conocida herramienta de autodiagnóstico a la que se le llama «Rueda de la vida», en donde la persona se califica de acuerdo con sus principales áreas: física, mental, espiritual, emocional, social, financiera, etcétera. Le pedí a Rafael que hiciera este ejercicio en casa y se sorprendió mucho al darse cuenta de que estaba por debajo de la media en lo que él consideraba más importante. Tenía llena su carreta de cosas sin significado para él.
Tiempo después me envió un mensaje por correo electrónico. Me escribía que pensaba mudarse a otro país para empezar de cero, pues sentía que ahí encontraría las respuestas.
Justo ese mismo día yo acababa de terminar de leer un maravilloso libro: ¡Despierta, estás vivo! (que, por cierto, te recomiendo ampliamente), escrito por el doctor Arnold Fox, así que decidí compartirle un fragmento del mismo:
«Podemos mudarnos, encontrar un nuevo trabajo o cónyuge, cambiarnos el nombre y hacernos una cirugía de nariz, pero una actitud negativa rápidamente hará que el “nuevo tú” sea tan infeliz y esté tan enfermo como el antiguo. Pero si el problema está dentro de ti, también lo está la solución».
En otras palabras, como yo mismo lo veo y se lo compartía a Rafael: si estás dentro de un túnel oscuro en tu vida, recuerda que así como tuvo una entrada, también hay una salida. Esa siempre es la buena noticia en cualquier crisis.
Tiempo después colaboré con una empresa cuyo personal no lograba alcanzar los resultados esperados.
Cuando platicaba con el director de Recursos Humanos, él achacaba la situación a la falta de profesionalismo, entrega y compromiso de su gente, sobre todo en algunos departamentos. Percibía que ya habían caído en una zona de confort.
Como en muchas organizaciones, al momento de brindarles algunas de mis conferencias y seminarios, y haciendo un poco de trabajo interrogatorio, me pude dar cuenta de que las principales áreas de oportunidad no eran la falta de trabajo o la falta de entrega que el director ponía en tela de duda. Era un asunto que provenía completamente de la raíz de la compañía. En poco tiempo habían tenido muchos cambios en los niveles altos de la organización y eso les estaba cobrando factura. También, como en el caso de Rafael, tenían un desorden en su carreta.
Existían problemas desde cómo «bajaba» la comunicación desde la dirección general a los empleados. Había mucho ruido entre lo esperado por los directores y lo ejecutado por el personal; en realidad, desde ahí empezaban las trabas. No era que unos estuvieran bien y otros mal, sino que trabajaban en canales y frecuencias completamente diferentes. Y desde esa raíz había que trabajar.
Estoy convencido de que cuando cambias, todo cambia. Por esa razón, tanto a Rafael como a esta organización les propuse lo que ahora quiero compartir contigo: limpiar desde adentro. Y ¿cómo hacerlo? Con un detox emocional.
Toxicidad emocional
Desde que nacemos, aunque ya traemos una genética determinada, adoptamos actitudes y creencias que van forjando la personalidad. Acorde con lo que observamos o con lo que escuchamos de voces ajenas, creamos nuestros propios filtros. Hay muchos factores externos que moldean nuestra forma de ver la realidad.
Nos condicionamos con base en el ambiente al que llegamos. Podemos nacer y crecer en un ambiente tanto sano como hostil, tanto amoroso como indiferente, con padres ausentes o sobreprotectores, padres conservadores o liberales, padres que basan su educación en el miedo o en el respeto. Padres que están involucrados en un negocio familiar y desean el mismo futuro para los hijos. Padres que se ubican por encima de los hijos para satisfacer sus propias necesidades.
A pesar de que vivir en estos ambientes para muchos puede ser la condena fatal —incluso ya escucho a algunos decir: «Es lo que me tocó, no hay de otra»—, la verdad de las cosas es que desde luego nos influye, pero no nos condena a una historia, y más cuando ni siquiera es nuestra propia versión, sino una previamente diseñada por otros. Las cosas no son tan malas como parecen, porque quienes nos reciben nos condicionan, pero no nos determinan.
Nuestra historia es única, pero la que hemos vivido hasta ahora no tiene que ser la única que tengamos. Siempre es posible escribir una nueva y reconstruirnos una mejor experiencia al vivir.
¿Siempre? Por supuesto, aun en las condiciones más desfavorables.
Pero