Mauro F. Guillen

2030: Cómo las tendencias actuales darán forma a un nuevo mundo


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      La inmigración también es muy controvertida porque tendemos a concentrarnos más en los inconvenientes que en las virtudes. Los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman propusieron que en muchas áreas de la vida tomamos malas decisiones porque nuestro pensamiento está empantanado por el “sesgo de aversión a la pérdida”. Tras realizar muchos experimentos llegaron a la conclusión de que las personas en general prefieren evitar las pérdidas que concentrarse en ganancias equivalentes. Puede resultar sorprendente, pero a la mayoría de la gente le parece más atractivo dejar de perder 10 dólares que ganar 10 dólares.

      Para su tesis de maestría en la Universidad de Bergen la economista conductual noruega Thea Wiig llevó a cabo un experimento en el que le presentó a algunas personas ciertas estadísticas sobre el empleo de los inmigrantes (donde mostraba los posibles beneficios sociales de la inmigración) y el impacto de la inmigración en los programas sociales (donde mostraba las posibles pérdidas). Encontró que “las pérdidas ocupan más espacio que las ganancias” en la mente de las personas, lo que contribuye a las actitudes negativas hacia la inmigración. “La gente es susceptible a los enfoques negativos que hacen hincapié en los costos de la inmigración”, escribió. En particular, “la información conductual sobre la tasa de empleo de los inmigrantes en Noruega, que es de 60 por ciento, provoca que los individuos prefieran políticas migratorias más estrictas”. Las implicaciones de esta investigación son que las preferencias respecto a la inmigración y, por lo tanto, el abanico de políticas públicas posibles pueden moldearse e incluso ser manipulados en cuanto notamos que “la gente está más dispuesta a renunciar a los beneficios de la inmigración que a absorber sus costos”. Cuanto más nos acercamos a 2030, más importante es reconocer cuán hábil —e influyente— ha sido el enfoque negativo de la inmigración, y cuán efectivamente ha superado los argumentos de quienes promueven sus beneficios. En un artículo en The New York Times el periodista James Surowiecki argumenta que la retórica que sostiene que “estamos perdiendo nuestro país” resulta convincente porque apela a nuestro sesgo de aversión a las pérdidas, que les ha dado una ventaja electoral a los candidatos antiinmigración.

      Otras investigaciones que exploran el sesgo de aversión a la pérdida arrojan luz sobre el comportamiento de los propios inmigrantes. Al analizar las diferencias conductuales entre nativos, individuos nacidos en el extranjero que deciden inmigrar y extranjeros que permanecen en su país natal, un estudio encontró que de esos tres grupos los migrantes son los que tienen mayor tolerancia al riesgo. Esto puede explicar por qué tantos inmigrantes se vuelven emprendedores. Pero también es importante notar que los inmigrantes potenciales responden con más intensidad a las malas noticias sobre las condiciones económicas futuras que a las buenas, como todos los demás. Además, la inmigración está más motivada por las dificultades económicas en el país de origen que por las oportunidades en el país de destino, como nota Mathias Czaika en otro estudio. Este hallazgo muestra que, por lo general, los inmigrantes no sólo están tratando de mejorar los estándares de vida que tenían en su propio país: están escapando de condiciones económicas hostiles e incluso desesperadas.

      La posesión de propiedades (o la falta de ellas) es otro factor clave de la inmigración, porque afecta las actitudes hacia el riesgo. En un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, William Clark y William Lisowski encontraron que los inmigrantes sopesan cuidadosamente las posibles ganancias y pérdidas que conlleva la decisión de mudarse a otro país. Quienes son dueños de una casa o tienen otros tipos de propiedad son menos propensos a mudarse, dentro o fuera de su país. Es por eso que la redistribución de tierras en los países pobres podría reducir las tasas de migración más efectivamente que los muros fronterizos.

      Lo cierto es que hay muchas buenas razones para concentrarse en las ventajas de la inmigración. Un reporte de 2018 de los fideicomisarios de la Administración de Seguridad Social advertía que para 2030 sería imposible alcanzar el nivel mínimo de “suficiencia financiera de corto plazo” del fondo porque el gobierno lo usa para el pago continuo de beneficios, en vez de asegurar la viabilidad de largo plazo del sistema. USA Today recibió el reporte con el encabezado “La seguridad social y Medicare mueren lentamente, pero nadie en Washington mueve un dedo”.

      La inmigración representa no una amenaza sino una oportunidad lateral para asegurar la viabilidad futura del sistema de pensiones. Los inmigrantes pagan millones al año en impuestos de seguridad social por nómina, aunque estén indocumentados y usen números de seguridad social falsos. El grupo de reflexión New American Economy calcula que muy pocos de los 8 millones de trabajadores indocumentados que pagaron unos 13,000 millones de dólares en impuestos a la nómina en 2016 tienen derecho a recibir beneficios de seguridad social. Y resulta que los inmigrantes con sueldos bajos son los que más contribuyen, porque el impuesto de 6.2 por ciento de la seguridad social sólo aplica a los primeros 128,400 dólares en ingresos. “Deportar trabajadores indocumentados tendrá un impacto negativo, de corto y largo plazo, en los fondos de seguridad social, que están vinculados directamente con el crecimiento demográfico”, afirma Monique Morrissey, economista del Instituto de Políticas Económicas. En su reporte, los fideicomisarios de la Administración de Seguridad Social observaron por qué un aumento en las oleadas migratorias son potencialmente benéficas: “La tasa de costos baja con un aumento en la inmigración neta total porque la inmigración ocurre a una edad relativamente temprana, lo que aumenta las cifras de trabajadores cubiertos más pronto que el número de beneficiarios”.

      En resumen, los enfoques importan. Si usted piensa lateralmente puede convertir un problema en una enorme oportunidad. Cuanto más logremos enfocar nuestra atención en las oportunidades, más probabilidades tendremos de adaptarnos con éxito a los desafíos de 2030.

      ¿De verdad ocurre la fuga de cerebros?

      Hasta los opositores más acérrimos de la inmigración concuerdan en que necesitamos extranjeros altamente capacitados para llenar las lagunas de la economía estadunidense. Pero ¿eso significa aprovecharse de los países más pobres, que pierden a algunas de las personas más talentosas en provecho de otras naciones? En la década de 1950 los británicos acuñaron el término “fuga de cerebros” para calificar la pérdida de su capital humano en beneficio de Estados Unidos y Canadá, donde los médicos, ingenieros y otros trabajadores altamente calificados encontraban trabajos mejor remunerados que en su país natal. Durante las últimas tres o cuatro décadas un proceso parecido de migración de talento ha despojado a países en desarrollo como Bangladesh, Nigeria y Filipinas de buena parte de su capital humano más valioso. Según Anna Lee Saxenian, geógrafa y politóloga de la Universidad de California en Berkeley, el círculo de empobrecimiento provocado por la fuga de cerebros puede convertirse en un círculo virtuoso de “circulación de cerebros”, en beneficios de los países tanto de origen como de destino.

      Miin We, por ejemplo, emigró a Estados Unidos desde su nativa Taiwán para obtener un doctorado en energía eléctrica en la Universidad de Stanford. Tras graduarse en 1976 trabajó para las legendarias compañías Siliconix e Intel. Diez años más tarde cofundó en Silicon Valley VLSI Technology, una empresa dedicada al diseño y la manufactura de circuitos integrados. Para finales de la década de 1980 Taiwán se había convertido en un imán para la manufactura de chips, de modo que We decidió emplear a sus contactos en Estados Unidos para fundar Macronix, una de las primeras compañías de semiconductores del país y la primera compañía taiwanesa en aparecer en el índice Nasdaq. Su vida se convirtió en un tránsito permanente por el Pacífico. El emprendedurismo de Wu se alimenta, y se beneficia, tanto de su nación de origen como de su país de adopción.

      James Joo-Jin Kin se mudó de Corea del Sur a Estados Unidos en la década de 1960, en busca de educación. Cuando llegó a la Wharton School “ambas partes de la península coreana estaban devastadas por la guerra, y no puedes ni imaginarte lo sombrías que eran las perspectivas para todos los coreanos. Éramos desesperadamente pobres, y nuestra nación se encontraba en ruinas”. En 1969, tras obtener un doctorado y trabajar como profesor universitario, fundó Amkor Technology, un proveedor de servicios de empaque y prueba de semiconductores que en 2018 reportó ventas por 4,200 millones de dólares. Amkor emplea a casi 30,000 personas en fábricas del este de Asia y Portugal, además de tener varias instalaciones en Estados Unidos. El nombre de la compañía