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Amenazados
Seguridad e inseguridad en la web
Cristian Barría Huidobro, phd
Sergio Rosales Guerrero, msc
Primera edición: Marzo de 2021
©2020, Cristian Barría Huidobro y Sergio Rosales Guerrero
©2020, Ediciones Universidad Mayor SpA
San Pío X 2422, Providencia, Santiago de Chile
Teléfono: 6003281000
ISBN Impreso: 978-956-6086-04-8
ISBN Digital: 978-956-6086-05-5
rpi: 2020-A-7355
Dirección editorial: Andrea Viu S.
Edición: Pamela Tala R.
Diseño y diagramación: Pablo García C.
Diagramacióon digital: ebooks Patagonia
[email protected] www.ebookspatagonia.com
Índice
Una guerra silenciosa
II Gente invisible en el escenario
De cómo el peón se volvió tan poderoso como el rey
Hackear una elección
Ciber ejércitos para todos los gustos
Cómo organizar una revolución
Cómo ganar una ciber guerra
La imposibilidad de escoger todos los números de la ruleta
Perder para ganar
Conclusión: eclipsados por la luna
Lo que ha sido es lo que será,
y lo que se ha hecho es lo mismo que se hará,
y nada hay de nuevo bajo el sol.
¿Hay algo de lo que se pueda decir,
“Mira, esto es nuevo”?
Ya ha estado ahí, siglos antes de nosotros.
Eclesiastés, 1, 9-10
… Y todo lo demás bajo el sol
está en sintonía,
pero el sol
está eclipsado por la luna.
Pink Floyd, Eclipse
Introducción
I
Odiseo fue el primer hacker de la historia humana. Introdujo un caballo de madera hueco, repleto de guerreros aqueos, en el interior de la ciudad más segura de la tierra. Los troyanos se creían a salvo de cualquier invasor que pretendiera atravesar sus muros. Y ese fue el comienzo del final. Es decir, el hecho de sentirse seguros, el exceso de confianza, algo que equivalía a dormirse como la liebre a la vera del camino mientras la tortuga, lentamente, avanzaba y no paraba de avanzar. ¿Hubiese sido posible descubrir el engaño? ¿Lo hubiésemos descubierto nosotros? Todo parece indicar que no, pues así como somos de buenos engañando, no lo somos para descubrir engaños.
La capacidad humana —escribe el biólogo Robert Sapolsky— para el engaño es enorme. Poseemos la trama nerviosa más compleja de músculos faciales y usamos cantidades masivas de neuronas motoras para controlarlos: ninguna otra especie puede fingir o esconder facialmente lo que piensa o siente. Y tenemos lenguaje, ese medio extraordinario de manipulación que pone una distancia entre el mensaje y su significado (Sapolsky, 2017).1
Pero el engaño es solo la partida de esta historia. La estratagema de Odiseo, narrada por Homero, ya no en La Ilíada sino en La Odisea o, más tarde, por Virgilio en La Eneida, daba cuenta de un trabajo singular, pero con carácter universal: el engaño o decepción es un método de consecución de metas que se encuentra ampliamente difundido en el mundo natural, no solo entre los mamíferos mayores o menores, sino que también entre los componentes de menor tamaño de la vida, como la araña saltadora que se asemeja a la hormiga o el cuco, un pájaro que utiliza mediante el engaño a padres adoptivos para que alimenten y cuiden a sus propias crías.
Algo similar ocurre con los virus, que para penetrar la delicada armazón exterior de la célula, se envuelven en una capa de lípidos grasos que les permiten vulnerar el sistema inmune del organismo anfitrión. Algunos de estos virus poseen incluso la capacidad de modificar rápidamente el envoltorio en respuesta a los factores cambiantes del entorno. Así, dado que el virus no puede reproducirse por sí mismo y requiere de una célula anfitriona para hacerlo, recurre a las ventajas que le ofrece el engaño.
Solo que el virus no sabe que engaña. El ladrón común que recurre al fraude para robar, como cuando ingresa en una propiedad que no es la suya con la excusa de que va a realizar un trabajo o un encargo, sí lo sabe. El virus puede acabar matando a su anfitrión, pero es inocente. El ladrón puede llevarse todo lo que quiera, sin quitarle la vida a nadie, pero aun así es culpable.
Pensamos que estas características del mundo natural son como las reglas de un juego en el que estamos obligados a participar si no queremos vivir como ermitaños. (De paso, el ermitaño podrá salvarse de ladrones o asaltantes ocasionales, pero no así de un virus que ronde por las inmediaciones).
Y el nombre del juego es “amenaza”.
Y su característica más notoria es que nunca se detiene. Es como la tortuga de la fábula, algo que la liebre debió tomar en cuenta. O como los ciudadanos de Troya que, confiados en el espesor de sus muros, dormían relajadamente, más bien confiados en que el enemigo por fin había desistido de tomar la ciudad. Los habían visto embarcarse y partir, ¿no es verdad? Y es cierto, se habían ido. Pero se habían quedado.
Uno de los aspectos menos conocidos sobre la historia del caballo de madera es que no todos los troyanos cayeron en el engaño. Algunos de ellos lo supieron: Laocoonte, el sacerdote y Casandra, la hija del rey Príamo, quisieron hacerse oír advirtiendo del peligro, pero la acción de los dioses confabulados en contra de la ciudad impidió que la palabra engendrara la duda y la sospecha, condiciones necesarias para subvertir el decreto del destino. También Helena, según Homero, sospechando del ardid, imita las voces de las esposas de los hombres ocultos en el interior del caballo. Uno de ellos, Anticlo, se dispone a responder a la llamada, pero Odiseo es más rápido y oportunamente le tapa la boca con la mano.
Todo esto parece