en cada tecnología (por ejemplo, la máquina de vapor) a un mayor rendimiento en el uso de la energía. Max Weber argumentó que las decisiones empresariales sobre los procesos industriales o productos nuevos se basaban en los precios y no en cálculos energéticos. Los empresarios no prestaban ninguna atención a las cuentas energéticas per se (Weber, 1909). (En 1909, no era obligatoria una auditoría ambiental de las empresas que aún no se requiere hoy en día.) Max Weber (cuya crítica contra Ostwald fue muy alabada por Hayek años más tarde) todavía no cuestionaba los precios de la energía desde un punto de vista ambiental, como lo haríamos ahora.
A partir de 1973 se publicaron algunos famosos estudios sobre el flujo de energía en la agricultura, de los cuales los más conocidos son los de David Pimentel que demostraban una disminución en la eficiencia en la producción de maíz en Estados Unidos, debido a un uso intensivo de insumos energéticos (provenientes del petróleo). La agricultura mexicana de la milpa era energéticamente más eficiente que la agricultura de Iowa o Illinois. Un nuevo campo de investigación (histórico y transversal) se abrió con estos estudios sobre la eficiencia en el uso de energía en distintos sectores de la economía, incluyendo el propio sector energético (leña, petróleo, gas, etc.) (Peet, 1992), y también teniendo en cuenta que una mayor eficiencia energética podía, paradójicamente, conducir a una mayor utilización de energía, al reducir su coste (el efecto Jevons). Tales análisis energéticos no implican en absoluto la adopción de una «teoría energética del valor». Tampoco implican que haya escasez de fuentes de energía. Tal vez el problema más grave para la sustentabilidad sea la disponibilidad (o la toxicidad) de los materiales o la falta de sumideros para los desechos, más que la escasez de recursos.
El uso de materiales
El indicador denominado IMPS (MIPS, en inglés) representa el insumo de materiales por unidad de servicio, y fue desarrollado por el Instituto de Wuppertal (Schmidt-Bleek). Suma los materiales utilizados en la producción. Por ejemplo, kilogramos de cobre pero también los materiales desechados en la extracción del mineral de cobre (las mochilas ecológicas). Se cuentan los minerales, los portadores de energía (carbón, petróleo, gas), toda la biomasa (aunque no el agua, que se utiliza en cantidades mucho mayores), incluyendo todo el «ciclo de vida» hasta las fases de disposición final o reciclaje. Esta utilización de materiales se mide en kilogramos o toneladas, y se compara con los servicios proporcionados, sector por sector, y, en principio, para toda la economía. Por ejemplo, para proporcionar el servicio de un kilómetro/pasajero, o el espacio de vivienda de un cierto número de metros cuadrados, ¿cuál es la cantidad de material usado, comparando diferentes regiones del mundo, o comparando los valores actuales con los históricos? ¿Es el IMPS de la rehabilitación de viviendas menor que el IMPS de la nueva construcción? ¿Es el IMPS de la enseñanza a distancia menor que el IMPS de la enseñanza presencial, suponiendo claro está que sean el mismo servicio? El IMPS ha sido muy útil en los años noventa para introducir la idea de «mochila ecológica», tan relevante en esta época en que los impactos ambientales se desplazan del Norte al Sur. Su intención era medir la intensidad del uso de materiales en el proceso de producción. No es relevante, ni pretende serlo, para el análisis de la toxicidad de los materiales.
La idea del IMPS se desarrolló más a fondo en las estadísticas publicadas por el World Resources Institute en 1997 con respecto a la demanda directa de materiales y la demanda total de materiales (la diferencia son las «mochilas ecológicas») de las economías de algunos países (Estados Unidos, Alemania, Holanda y Japón) tanto desde las fuentes domésticas como las importaciones, falseando así la hipótesis de la «desmaterialización» de la producción.
Se cuenta pues la extracción/producción doméstica de recursos naturales en un país durante un año, más las importaciones, menos las exportaciones de tales recursos. Esto se convierte en acumulación de stock o en producción de residuos. Se incluyen tanto los materiales no renovables (combustibles fósiles, minerales) como materiales renovables (madera, materiales que se procesan como alimentos). La producción doméstica incluye por lo menos una parte de las «mochilas ecológicas» pero si, como en Europa, el tonelaje de las importaciones es mucho más alto que el de las exportaciones, la estadística de Flujos de Materiales sólo muestra una parte del desplazamiento de las cargas ambientales a otros continentes. Existen dificultades estadísticas para calcular las «mochilas ecológicas» de las importaciones de materiales extraídos/producidos en lugares distantes bajo condiciones tecnológicas, geográficas y sociales diferentes. Hay trabajos posteriores sobre los flujos de materiales presentados en el año 2000 por el World Resources Institute y otros centros de investigación, comparando la situación de los países citados anteriormente y también de Austria en cuanto a los Flujos de Materiales per cápita (Matthews et al., 2000. Véase también, pp. 358-359).
La oficina de estadísticas de la Unión Europea, Eurostat, publica actualmente una estadística del uso de materiales, en toneladas, en todas las economías europeas (habiendo construido una serie entre 1980 y el 2000) (Weisz et al., 2001), y para España está disponible el reciente y excepcional trabajo de Oscar Carpintero quien ha calculado cuarenta años de uso de materiales en la economía española desde la década de los cincuenta, mostrando que a) el tonelaje (incluyendo mochilas ecológicas) crece al mismo ritmo que el PIB, b) los materiales abióticos crecen más que la biomasa, cuyo uso crece relativamente poco a partir de la década de los sesenta, c) las importaciones de materiales crecen mucho más que las exportaciones, d) el uso de materiales (uso corriente más acumulación de stock) en España es per cápita todavía menor que la media de la Europa más próspera, pero seguimos avanzando rápidamente. No hay pues en España ninguna señal de «desmaterialización» de la economía, ni en términos absolutos ni per cápita, ni tampoco (a diferencia de Alemania) relativamente al PIB (Carpintero, 2002, 2003). Claro está que por decirlo así, al medio ambiente la mejora por unidad de PIB poca cuenta le trae, si resulta que el PIB aumenta.
Todos los índices que se mencionan aquí se miden en unidades diferentes. ¿Cómo debe juzgarse una situación en la cual, por ejemplo, un indicador o índice sintético como el uso de materiales (en toneladas) aumenta mientras la AHPPN mejora, el REIE cae y el PIB crece, el desempleo disminuye pero crece la violencia doméstica? La conmensurabilidad implicaría la reducción de tales valores a un supervalor que abarque todo, pero esto no es necesario para alcanzar apreciaciones razonables a través de una suerte de evaluación macroeconómica multicriterial (Faucheux y O’Connor, 1998).
¿Se desmaterializa el consumo?
En las teorías económicas de la producción y el consumo, reinan soberanamente los principios de la compensación y de la sustitución. No así en la Economía Ecológica, en la cual se utilizan diversas escalas de valor para «tener en cuenta la naturaleza». En la teoría del consumo de la Economía Ecológica algunos bienes son más importantes y no pueden ser sustituidos por otros (los economistas ortodoxos llaman a esa situación un orden «lexicográfico» de preferencias y creen que es un evento extraordinario). Así, ningún otro bien puede sustituir o compensar la mínima cantidad de energía endosomáticamente necesaria para la vida humana. Esto no implica una visión biológica de las necesidades humanas, al contrario, la especie humana exhibe enormes diferencias intraespecíficas, socialmente definidas, en el uso exosomático de la energía, es decir en su «tecnometabolismo». Decir que el consumo endosomático de 1.500 o 2.000 kcal o el uso exosomático de 100.000 o 200.000 kcal por persona/por día son necesidades o deseos socialmente construidos, sería dejar de lado las explicaciones ecológicas y/o implicaciones de semejante uso de energía, en tanto que llamar al consumo diario de 1.500 o 2.000 kcal una «preferencia individual inescrutable revelada en el mercado» sería un buen ejemplo del punto de vista metafísico de la economía convencional (véase en Martínez Alier y Schlüpmann, 1987, la polémica al respecto entre Hayek y Lancelot Hogben).
Existe otro enfoque que, como señala John Gowdy, utiliza como base el «principio de irreductibilidad» de las necesidades (proclamado por Georgescu-Roegen en la anterior edición de la Enciclopedia de las Ciencias Sociales, en el artículo sobre «Utilidad»). Según Max-Neef (Ekins y Max-Neef, 1992) todos los humanos tienen las mismas necesidades, descritas como de «subsistencia», «afecto», «protección», «entendimiento», «participación», «ocio», «creación», «identidad»,