ahora podemos ver que, tarde o temprano, nuestro problema con la bebida inevitablemente acabó haciéndose más grave.
Algunos médicos expertos en alcoholismo nos dicen que a medida que envejecemos el alcoholismo se va empeorando constantemente. (¿Conoces a alguien que no se vaya envejeciendo?)
Además, tras los incontables intentos que hacíamos para demostrar lo contrario, nos quedamos convencidos de que el alcoholismo es incurable — igual que otras enfermedades. No tiene “curación” en el siguiente sentido: no podemos cambiar nuestra fisiología y volver a ser los bebedores sociales moderados y normales que parecíamos ser en nuestra juventud.
Como decimos algunos, volver a ese estado nos sería tan imposible como le sería al vino convertirse en uvas. Ningún medicamento ni tratamiento psicológico que hayamos probado nos ha “curado” de nuestro alcoholismo.
Además, por haber visto a miles y miles de alcohólicos que no dejaron nunca de beber, nos quedamos firmemente convencidos de que el alcoholismo es una enfermedad mortal. No solamente hemos visto a alcohólicos beber literalmente hasta la muerte —pasando por el síndrome de abstinencia, muriendo con delirium tremens o durante convulsiones o muriendo de cirrosis del hígado directamente relacionada con su forma de beber— sino que además sabemos que, en muchos casos, aunque no se cita oficialmente el alcoholismo como causa de muerte, en realidad lo es. Muy frecuentemente una muerte cuya causa inmediata se atribuye a un accidente de automóvil, ahogamiento, o suicidio, homicidio, un ataque al corazón, pulmonía, quemaduras o apoplejía, es de hecho la consecuencia de una forma de beber alcohólica.
Naturalmente, la mayoría de los miembros de A.A. nos sentíamos a salvo de correr tal suerte cuando bebíamos. Y probablemente, la mayoría de nosotros ni siquiera nos aproximamos a las horribles etapas finales del alcoholismo crónico.
Pero nos dimos cuenta de que podríamos llegar a tal fin si seguíamos bebiendo. Si subes a un autobús con destino a una ciudad a mil millas de distancia, tarde o temprano acabarás llegando allí a no ser que te bajes del autobús y viajes en otra dirección.
Bien. ¿Qué haces si te enteras de que tienes una enfermedad incurable, progresiva y mortal — bien sea el alcoholismo o una afección cardiaca o cáncer?
Mucha gente simplemente se niega a aceptarlo, hacen caso omiso de la afección, rehúsan todo tratamiento, sufren y mueren.
Pero hay otro camino.
Puedes aceptar el “diagnóstico”, persuadido por tu médico, tus amigos o por ti mismo. Luego te puedes enterar de lo que se puede hacer, si acaso se puede hacer algo, para “controlar” la afección a fin de poder vivir muchos años felices, productivos y saludables siempre que te cuides apropiadamente. Te das plena cuenta de lo grave que es tu enfermedad y haces las cosas sensatas necesarias para llevar una vida sana.
En cuanto al alcoholismo es sorprendentemente fácil hacer estas cosas, si realmente quieres mantenerte en buena salud. Y dado que los A.A. hemos aprendido a disfrutar tanto de la vida, realmente queremos mantenernos en buena salud.
Nos esforzamos por no perder nunca de vista el hecho inmutable de nuestro alcoholismo, pero aprendemos a no amargarnos pensando en ello, ni a sentir lástima de nosotros mismos, ni a hablar sin cesar sobre el asunto. Lo aceptamos como una característica física nuestra, tal como nuestra estatura, o la necesidad que tenemos de llevar lentes o como cualquier alergia que tengamos.
Luego podemos buscar formas apropiadas para vivir cómodamente, no amargamente, con este conocimiento con tal de que empecemos simplemente por evitar ese primer trago (¿recuerdas?) sólo por hoy.
Un miembro ciego de A.A. dijo que su alcoholismo se parece mucho a su ceguera. “Una vez que acepté la pérdida de la vista”, explicó, “y empecé a aprovechar el programa de rehabilitación que tenía a mi disposición, descubrí que, con la ayuda de mi bastón o mi perro, realmente puedo ir a donde quiera con bastante seguridad, con tal de no olvidarme ni hacer caso omiso del hecho de ser ciego. Pero cuando me comporto como si no supiera que no puedo ver, me meto en líos y me lastimo”.
“Si quieres ponerte bien”, dijo una mujer, miembro de A.A., “simplemente tienes que seguir el tratamiento y seguir las indicaciones y seguir viviendo. Es fácil siempre que tengas en cuenta los hechos reales respecto a tu salud. ¿Quién tiene tiempo para sentir lástima de una misma o creerse maltratada por la suerte después de descubrir que hay tantas satisfacciones relacionadas con vivir felizmente y sin temor de tu enfermedad?”
Para resumir: Tenemos presente que padecemos de una enfermedad incurable y posiblemente mortal llamada alcoholismo. Y en lugar de seguir bebiendo, preferimos encontrar formas agradables de vivir sin alcohol y disfrutar de ellas.
No tenemos que sentirnos avergonzados de tener una enfermedad. No es una vergüenza. Nadie sabe exactamente por qué algunas personas llegan a ser alcohólicas y otras no. No es culpa nuestra. No queríamos convertirnos en alcohólicos. No nos esforzamos por contraer esta enfermedad.
A fin de cuentas, no sufríamos del alcoholismo por el puro placer de hacerlo. No nos pusimos deliberada y maliciosamente a hacer las cosas por las que más tarde nos sentimos avergonzados. Las hicimos en contra de nuestro mejor criterio y nuestros instintos porque estábamos realmente enfermos y ni siquiera lo sabíamos.
Llegamos a darnos cuenta de que nada bueno puede salir de los vanos arrepentimientos y preocupaciones fútiles por las posibles causas de nuestra condición. El primer paso hacia sentirnos mejor y recuperarnos de nuestra enfermedad es simplemente no beber.
Considera lo siguiente: ¿No preferirías saber que tienes un problema de salud que se puede tratar con éxito a pasar cantidad de tiempo atormentado por no saber qué te pasa? Esta imagen nos parece más atractiva y nos hace sentir mejor que aquellos seres lúgubres que solíamos ver. También corresponde más a la realidad. Lo sabemos. La prueba está en cómo nos sentimos, actuamos y pensamos ahora.
Todo aquel que quiera puede sentirse libre de pasar “un período de prueba” con este nuevo concepto de sí mismo. Después, quien quiera volver a los viejos tiempos es totalmente libre de comenzarlos de nuevo. Estás en tu derecho de recuperar tus sufrimientos si lo quieres.
Por otro lado, puedes guardar la nueva imagen de ti mismo, si así lo prefieres. Esto también es tu perfecto derecho.
5. “Vive y deja vivir”
El viejo refrán “Vive y deja vivir” parece tan común que es fácil pasar por alto su valor. Claro está que una de las razones por las que se ha repetido una y otra vez a lo largo de los años es que ha resultado ser muy útil de tantas maneras.
Los A.A. hacemos algunos usos especiales del refrán que nos ayudan a no beber. En particular nos ayuda a soportar a la gente que nos crispa los nervios.
Al volver a repasar nuestra historia de bebedores, muchos de nosotros podemos darnos cuenta de con cuánta frecuencia nuestro problema con la bebida parecía estar relacionado con otra gente. Probar la cerveza o el vino en nuestra adolescencia parecía algo natural, porque tanta gente lo hacía y queríamos tener su aprobación. Luego había las bodas y los bar mitzvahs y los bautizos y fiestas y partidos de fútbol y almuerzos de negocios… y se puede alargar la lista. En todas esas circunstancias bebíamos, por lo menos en parte, porque todo el mundo bebía y parecía que se esperaba que nosotros también lo hiciéramos.
Los que empezamos a beber solos, o a echarnos un trago a escondidas de vez en cuando, a menudo lo hacíamos para evitar que otra persona o personas supieran cuánto y con qué frecuencia bebíamos. Rara vez nos gustaba oír a nadie hablar acerca de nuestra forma de beber. Si lo hacían, solíamos darles “razones” por las que bebíamos, como si quisiéramos protegernos de sus críticas y sus quejas.
Algunos nos poníamos muy argumentadores e incluso beligerantes con otras personas después de beber. Pero a otros nos parecía que nos llevábamos mejor con la gente después de tomarnos uno o dos tragos, ya se tratara de un acontecimiento social, una venta difícil o una entrevista de trabajo o incluso hacer el amor.
Nuestra forma