interioridad.
La vanidad ocupa entonces el centro de la vida. Es el imperio del postureo. Las relaciones humanas se vuelven superficiales y líquidas, y los compromisos se quiebran fácilmente. ¿Por qué dejamos atrás la intimidad, por qué ha dejado de interesarnos?
Pensar es difícil. Enseñar a hacerlo, aún más difícil. Tras un comportamiento poco reflexivo existe un niño pequeño al que se le han preguntado pocas cosas.
Cuando un niño dice: «Fulano es tonto», el adulto debería preguntarle: «¿Por qué dices eso?». Y proseguir el interrogatorio, sin dar por hecho que es verdad o mentira, tratando únicamente de indagar y hacerle indagar en por qué dice lo que dice.
Este ejercicio de reflexión, relativamente sencillo desde que los niños son pequeños, no es tan frecuente. Por eso se hace necesario promover una actitud de escucha, que acostumbre a los niños a pensar antes de actuar.
Al inicio del capítulo avanzamos dos razones que dan las propias adolescentes para acceder a una relación sexual: «Para sentirme querida», y «por inseguridad». Añadamos ahora otras respuestas sorprendentes y casi siempre tristes, que podrían tener nombre y apellidos:
1) Para destacar en el grupo al acostarme con el más guapo.
2) Para verme más mayor, más mujer o más madura.
3) Para poder contarlo y sentirme líder.
4) Porque me han dicho que es guay.
5) Porque buscas que alguien te quiera.
6) Porque me atrae su cuerpo, porque quiero sentir placer, porque él me presiona y quiere demostrarme así su amor. Y así lo retengo conmigo.
7) Para saber qué se siente, y hacerme la interesante delante de los demás.
8) Porque me siento útil para alguien.
9) Por curiosidad.
10) Para sentirme deseada.
11) Para buscar un poco de cariño.
12) Porque te insultan si eres virgen.
13) Por problemas en casa. Para mí, esa relación es un refugio.
14) Para sentirme valorada.
15) Por aburrimiento.
16) Como subidón de autoestima.
17) Para ser la envidia en una fiesta.
18) Porque nadie te explica la verdad de cómo son las cosas.
19) Porque te dicen que eres rara si no pierdes la virginidad antes del matrimonio.
20) Porque te cansas de hacer siempre lo mismo con tu novio, o novia, y quieres ir más allá.
21) Porque ya has hecho todo lo que puedes hacer, y es lo último que te queda.
22) Estaba borracha.
23) Para llevar la contraria a mis padres.
24) Para no ser un bicho raro.
Como resumen, podemos decir que en muchos casos se repiten tres razones:
1. Inseguridad, falta de autoestima, necesidad de aprobación.
2. Déficit de afecto, necesidad de sentirse querida de forma incondicional.
3. Debilidad ante la presión del chico y de la sociedad, que anima a iniciar relaciones sexuales.
Esas chicas, en muchos casos, tienen familias estables y unos padres que las quieren. Pero la adolescencia, la dificultad de las relaciones padres-hijos, la exigencia ineficaz y la rebeldía generan incomprensiones y malentendidos, y dificulta las relaciones entre ellos. Esto crea distancia, física y afectiva, y heridas que se abren y ya no se cierran.
Cuando los padres comprenden que «el adolescente necesita mucho más amor del que merece»[2], que la educación es un acompañamiento hacia la madurez, que el afecto físico es más necesario para los hijos durante la adolescencia y que no podemos exigir sin ayudar, estamos poniendo las bases para que se sientan seguros y queridos, y respondan mejor a lo que les pedimos.
[1] RUTLLANT, M. Cuatro pinceladas sobre la educación de los hijos para lectores que leen poco. Ed. Dra. Rutllant. 2013
[2] Edelmira DOMENECH, catedrática de Psiquiatría, Comunicación personal (Universidad Autónoma de Barcelona).
5.
EL AMOR SE TIENE QUE SENTIR
C. S. LEWIS, EL ESCRITOR INGLÉS DE Las Crónicas de Narnia y cuya vida se ha llevado al cine en Tierras de penumbra, tiene un libro que adoro, y que se ha convertido en uno de mis libros de cabecera. Se llama Los cuatro amores. Tengo que reconocer que estoy en deuda con él, ya que sólo cuando lo he leído ha cristalizado en mí un pensamiento que estaba escondido en algún sitio de mi conciencia. Se trata de la importancia del afecto en las relaciones humanas.
El cuerpo que tenemos es «el puente que nos une con el mundo»[1]. Ese cuerpo, alto o bajo, gordo o delgado, joven o viejo, tiene su propio lenguaje. No es igual dar un abrazo que dar la mano. No es igual un beso en la mejilla que en la boca. No es igual una sonrisa que un gesto desabrido. El cuerpo expresa sentimientos de amor o desafecto; si manejamos bien ese lenguaje, tenemos mucha capacidad de hacer felices a los demás. Y si no, de lo contrario.
En las relaciones humanas, especialmente en la familia, el amor se tiene que sentir. Muchos jóvenes me han dicho que no se sienten queridos por sus padres, lo que es una tragedia, ya que esos padres los adoran. «¿Por qué hay tanta gente que sabiéndose querida no se siente querida?»[2]. Es algo muy corriente, y una pena.
«El afecto es el amor de lo pequeño, de lo cotidiano y de lo sencillo (…), es la causa, en nueve casos sobre diez, de toda la felicidad sólida y duradera de nuestra vida natural (…), es el más sencillo y el más extendido de todos los amores (…), es un cálido bienestar y una satisfacción de estar juntos»[3]; es uno de los ingredientes que convierten el hogar en «un centro de reducción de tensiones y de recuperación de personas»[4] .
Es tan importante en la vida afectiva del ser humano que, a veces, uno se da cuenta de lo necesitado que estaba de abrazos cuando se nos muere un familiar cercano y todo el mundo te da el pésame.
Lo primero que tenemos que pensar es con cuánta frecuencia miramos a los ojos a las personas a las que amamos: el marido, la mujer, los hijos, los padres… Estamos tan pendientes de las pantallas que se nos ha olvidado mirarnos y escucharnos. No es raro entrar en un hogar donde cada miembro mira a una pantalla distinta. El esfuerzo de cerrarla para mirar a los ojos y escuchar activamente empieza a ser objeto de terapia.
En segundo lugar, podemos preguntarnos con qué frecuencia nos acariciamos, nos besamos o nos abrazamos dentro de la familia. Es cierto que algunas familias “arrastran” culturalmente un tipo de educación en la que esto no se hacía, ni se decían entre sí lo mucho que se querían. Pero también es cierto que el afecto “colorea” los otros amores y que, sin él, los demás —incluido el eros— quedan como desabridos. Y por supuesto, las relaciones familiares son mucho más gratificantes «con el vestido casero del afecto»[5]. Por eso es importante darle un beso a tu mujer o a tu marido cuando llegas a casa. Por eso es importante que los niños den un beso a sus padres cuando vienen del colegio, y cuando se van a dormir. Por eso es importante que los padres abracen a sus hijas. Incluso hay estudios que demuestran que cuanto más abraza un padre a su hija, y más cerca está de ella, más segura crece, y más tarde inicia sus relaciones sexuales. Porque no va buscando desesperadamente, fuera de casa, el afecto que le falta en el hogar.
Y es muy interesante observar cómo, en muchos casos, la cercanía del padre ha ayudado mucho a una hija a elegir bien el hombre con el que compartirá la vida. Y la lejanía del padre, o la mala relación con su hija han provocado justo lo