y las nobles cosas.
Los ejércitos del Reich marchan
con odas a la alegría como telón de fondo,
Tannhäuser aberrante babea a las puertas de Roma,
y todo puede impregnarse
de esa viscosidad tumefacta de las nobles cosas.
Te apacientas de viento.
Te nutres de grandes filosofías y de grandes retóricas.
Oh ingeniosos,
proposiciones no tan relevantes
como pasar una tarde en el Prater comiendo palomitas.
O una retórica confesional que va muy lejos
sólo para decir:
Krieg! Krieg! Krieg! Krieg!
Off Stage
para Ludwik Margules
Hundimiento invisible,
hundimiento embriagado y silencioso
Of his bones are coral made
Those are pearls that were his eyes
Conversaciones de taberna
al final de la representación
—los actores hablando ya sólo para sí.
La Sirena llamando incautos desde el piélago.
«Tuve el esplendor del mundo entre las manos
y las danzas de la muerte.»
El alcohol vuelve fuego las entrañas.
Gestos procaces
por un baile sostenido hasta la madrugada,
oh morcilleros,
fuera del escenario
las mismas calzas raídas.
Aprenderemos
después de jugarlo todo y de perder.
«Esqueleto cabalgando sobre vastas planicies
con el pendón desgarrado por el viento.»
Fuera del Escenario
son lo mismo el verdugo y la víctima,
el mismo átomo que gira,
la misma fracción del universo.
Y la Sirena a la orilla del piélago
llamando,
pez de rapiña,
salteadora de ensueños.
Paisaje de fuego
II
La puerta golpea.
Al azar
el viento precede los pasos.
Aromas de sal
y el caracol
junto a la puerta abierta que golpea.
Salitre creciendo en los muros de cal blanca
—fuga de insectos.
La tempestad fraguándose.
Silenciosos relámpagos.
Mariposa inmóvil en la hoja,
fragor de ríos subterráneos
acallando todo otro rumor.
La puerta golpea.
Los pasos se desligan de sus huellas.
Ante su umbral
doblega la memoria sus desiertos,
su fuego nómada.
La noche va cayendo,
noche violada.
La escaldan luces.
Impura noche luce sus mantos harapientos;
sus astros guarda.
Se desperezan felinos,
saltan
a la espesura negra.
La puerta golpea
y tierra adentro
el inasible desplazamiento de los astros.
Fiesta de insectos
y el contagio carnívoro
brilla sobre los cuerpos
en el rictus de una danza atroz.
La escama tornasol del ojo inmóvil
al sesgo airoso y fijo
sobre los cuerpos dúctiles.
Quieta cantárida en el cáñamo
élitros sedosos,
baba de caracol,
crepúsculo lunar sobre cortezas.
Ojos como grana,
frutos de vid,
espejos del dios entre nosotros
sus criaturas nutriendo,
sus dones abundando a aquél que no pregunta,
oh dador imparcial.
Lenta pantera se desliza
el racimo en sus fauces.
Blanco manso inclina la cerviz.
El dios dicta su imperio.
En las faldas del monte
roja la noche
estalla,
ciñe sus flancos la neblina.
El rayo se muestra,
el júbilo empuja sus turbas
en línea a los desfiladeros.
Lugar de piedras rotas,
dará piel a la voz,
nube a los rostros,
pues tantas armas fueron allí vencidas.
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