estas dos cosas contrarias, el valor y la cobardía. Comencemos por el valor. Trata de decirme lo que es esta cualidad, que siempre es la misma en todas estas ocasiones tan diferentes. ¿No entiendes aún lo que digo?
LAQUES: —Aún no lo entiendo bien.
SÓCRATES. —He aquí lo que quiero decir. Si, por ejemplo, te preguntase yo lo que es la actividad que se refiere a correr, tocar instrumentos, hablar, aprender, y a otras mil cosas a que aplicamos esta actividad mediante las manos, la lengua, el espíritu, que son las principales; ¿me comprenderías?
LAQUES: —Sí.
SÓCRATES. —Si alguno me preguntase: Sócrates, ¿qué es esa actividad que se extiende a todas estas cosas?, le respondería que la actividad es una facultad que hace mucho en poco tiempo; definición que conviene a la carrera, a la palabra, y a todos los demás ejercicios.
LAQUES: —Tienes razón, Sócrates; está bien definida.
SÓCRATES. —Pues defíneme lo mismo el valor; dime cuál es esta facultad, que es siempre la misma en el placer, en la tristeza y en todas las demás cosas de que hemos hablado, y que no muda jamás, ni de naturaleza, ni de nombre.
LAQUES: —Me parece que es una disposición del alma a manifestar constancia en todo, puesto que es preciso dar una definición que comprenda todas las diferentes especies de valor.
SÓCRATES. —Así es preciso hacerlo para responder exactamente a la cuestión; pero me parece que no tienes por valor toda constancia del alma, y lo infiero de que pones el valor en el número de las cosas bellas.
LAQUES: —Sí, sin duda, y de las más bellas.
SÓCRATES. —Sí, esta constancia, cuando va unida a la razón, es buena y bella.
LAQUES: —Ciertamente.
SÓCRATES. —Y cuando se tropieza con la insensatez, ¿no es todo lo contrario?, ¿no es mala y perniciosa?
LAQUES: —Sin contradicción.
SÓCRATES. —¿Llamas bello a lo que es malo y pernicioso?
LAQUES: —No lo permita dios, Sócrates.
SÓCRATES. —¿Luego a esta especie de constancia no le das el nombre de valor, puesto que no es bella, y que el valor es algo bello?
LAQUES: —Dices verdad.
SÓCRATES. —La paciencia o constancia, unida a la razón, ¿es en tu opinión el verdadero valor?
LAQUES: —Así lo creo.
SÓCRATES. —Veamos. ¿Es la que va unida a la razón en ciertos casos, o la que está unida en todos, en las cosas pequeñas como en las grandes? Por ejemplo, un hombre gasta constante y prudentemente sus bienes, con una entera certeza de que sus gastos le producirán un día grandes riquezas; ¿llamarás a este hombre valiente?
LAQUES: —No, ¡por Zeus!, Sócrates.
SÓCRATES. —Pero un médico, por ejemplo, tiene a su hijo único o a cualquier otra persona enferma de una inflamación del pulmón; este hijo le persigue y le pide de comer y beber; el médico, lejos de dejarse llevar, sufre con paciencia sus lamentos: ¿le daremos el nombre de valiente?
LAQUES: —Tampoco es ese valor, a mi parecer.
SÓCRATES. —En la guerra, he aquí un hombre que está en esta disposición de alma de que hablamos; quiere mantenerse firme, y sosteniendo su valor con su prudencia, le hace ver esta que será bien pronto socorrido; que sus enemigos son mucho más débiles, y que él tiene la ventaja del terreno; este bravo, que es tan prudente, ¿te parece más valiente que su enemigo que le espera a pie firme?
LAQUES: —No, sin duda; este último es el valiente, Sócrates.
SÓCRATES. —Sin embargo, el valor de este último es menos prudente que el del primero.
LAQUES: —Eso es cierto.
SÓCRATES. —Se sigue de aquí, que un soldado de caballería, que en un combate pruebe valor, fiado en la destreza con que maneja el caballo, será menos valiente que el que esté privado de esta ventaja.
LAQUES: —Sí, ciertamente.
SÓCRATES. —¿Dirás lo mismo de un arquero, de un hondero y de todos los demás, cuya firmeza esté sostenida por su habilidad?
LAQUES. —Sin dificultad.
SÓCRATES. —Y los que, sin haber aprendido nunca el oficio de buzos, tuviesen el valor de sumergirse en el agua ¿te parecerían más valientes que los buzos de oficio?
LAQUES. —¿Quién podría sostener lo contrario, Sócrates?
SÓCRATES. —Nadie ciertamente, conforme a tus principios.
LAQUES. —Sí, ésos son mis principios en efecto.
SÓCRATES. —De manera, Laques, que estas gentes, que no tienen ninguna experiencia, ¿se arrojan al peligro mucho más imprudentemente que los que se exponen con alguna razón?
LAQUES. —Sí, sin duda.
SÓCRATES. —Pero la audacia insensata y la paciencia irracional nos parecieron antes vergonzosas y perjudiciales.
LAQUES. —Eso es cierto.
SÓCRATES. —Y el valor nos ha parecido una cosa bella.
LAQUES. —Convengo en ello.
SÓCRATES. —Pues bien, ahora sucede todo lo contrario; damos el nombre de valor a una audacia insensata.
LAQUES. —Lo confieso.
SÓCRATES. —¿Y crees que obramos bien?
LAQUES. —No, ¡por Zeus!, Sócrates.
SÓCRATES. —De modo, Laques, que, por tu propia confesión, ni tú ni yo nos ajustamos al tono dórico, porque nuestras acciones no corresponden a nuestras palabras. Al ver nuestras acciones, yo creo que se diría que nosotros tenemos valor; pero oyendo nuestras palabras, bien pronto se mudaría de opinión.
LAQUES. —Tienes razón.
SÓCRATES. —Pero qué, ¿tienes por prudente que permanezcamos en este estado?
LAQUES. —Te aseguro que no.
SÓCRATES. —¿Quieres que nos conformemos por un momento con la definición que hemos dado?
LAQUES. —¿Qué definición?
SÓCRATES. —Que el verdadero valor es la paciencia. Si quieres, mostremos nuestra paciencia continuando nuestra indagación, a fin de que el valor no se burle de nosotros y nos acuse de no buscarle valientemente, puesto que, según nuestros principios, ser paciente es ser valiente.
LAQUES. —Estoy dispuesto a ello, Sócrates, y no lo esquivo, por más que sea nuevo en esta clase de disputas; pero te confieso que estoy disgustado y que tengo un verdadero sentimiento en no poder explicar lo que pienso, porque me parece que concibo perfectamente lo que es el valor; y no comprendo cómo se me escapa tanto esta idea, que no puedo explicarla.
SÓCRATES. —Pero, Laques, el deber de un buen cazador ¿no consiste en no cansarse y no verse jamás burlado?
LAQUES. —Estoy conforme.
SÓCRATES. —¿Quieres que entre en nuestra partida de caza Nicias, para ver si es más dichoso?
LAQUES. —Lo quiero, y ¿por qué no?
SÓCRATES. —Ven acá, Nicias, ven, si puedes, a socorrer a tus amigos, que se ven embarazados y que no saben qué rumbo tomar; porque ya ves cuán imposible se hace que consigamos nuestro objeto. Sácanos de este apuro y fija tu propio pensamiento, diciéndonos lo que es el valor.
NICIAS. —Hace mucho que me parecía que definíais mal esta virtud. ¡Ah!, ¿de dónde nace que no os habéis valido en esta ocasión de lo que tantas veces y con tanto acierto te he oído yo en otras, Sócrates?
SÓCRATES.