de tomar pastillas no era especialmente atractiva, y tenía la sospecha de que lo único que sacaría de un médico era medicación.
Lo que necesitaba de verdad era un descanso de su rutina cotidiana. Quizá encontrara algo totalmente diferente para hacer ese verano, algo fuera de lo común. Algo que le diera la descarga de energía que necesitaba para querer volver a formar parte de la raza humana. Ahora mismo, solo quería fumarse ese último cigarrillo antes de dejar el tabaco una vez más, meterse en la cama y cubrirse la cabeza con las sábanas durante el resto del día.
Star agarró su bolso para buscar un mechero y la caja que aquel extraño hombre le había entregado salió atropelladamente. Una vez se encendió el cigarrillo y disfrutó de una primera calada de humo, agarró la caja y la giró en sus manos.
Ahora se acordaba de Curtis. Un chico silencioso, que estuvo en su clase solo un mes hasta que su familia se mudó, recordó. Lo que recordaba acerca de él es que era extraño. Se parecía mucho a su padre, delgado y pálido, y poco hablador. Se sentaba a solas a la hora del almuerzo y se apoyaba contra la pared de ladrillos de la escuela para ver a los otros niños jugar durante el recreo, sin participar nunca. Sintió lástima por él porque los demás niños lo ignoraban, pero a Curtis no parecía importarle, así que lo dejó estar. Había llegado a entender que algunos niños prefieren estar solos.
Aunque finalmente tuvo que regañarlo un poco. Él la observaba continuamente en clase y seguía constantemente todos sus movimientos incluso cuando debería estar haciendo algún ejercicio. Un día Star lo llamó después de clase y le preguntó si le pasaba algo.
El chico sonrió, de forma un tanto espeluznante, y sacudió la cabeza. Star le pidió que dejara de mirarla fijamente y le dijo que era de mala educación observar a una persona con tanta insistencia. Él solo respondió «sí, señora» y con eso terminó la conversación. Dejó de observarla tanto y poco después se mudó. No había vuelto a pensar en él desde entonces.
¿Por qué le daría un regalo? ¿De verdad lo había ayudado? ¿Con qué? Star abrió lentamente la tapa y dio un sobresalto cuando escuchó el retumbar de un trueno. Un estallido de luz se arremolinó a su alrededor y sintió cómo se elevaba de la silla y era transportada a otro lugar.
Capítulo dos
Star parpadeó y giró la cabeza de un lado a otro, aturdida. ¿Qué acababa de pasar? ¿Cómo había pasado de estar sentada a la mesa de su cocina a estar tumbada en el suelo de lo que parecía ser un patio trasero? No reconocía ese lugar. La zona estaba llena de árboles, plantas y flores, pero ese follaje no le resultaba familiar. Se escuchaba el burbujeo de varias fuentes y el piar de unos pocos pájaros, pero por lo demás, todo estaba silencioso. Mientras se incorporaba azarosamente, apareció un hombre que caminaba enérgicamente por un camino empedrado.
—Desde luego, no ha sido un aterrizaje demasiado elegante. Espero que no se haya dañado. Por los cielos, ¿qué le sucede a su mano? ¡Está ardiendo! —el extraño hombre la agarró y tiró de ellas hasta una fuente cercana, donde le sumergió la mano en el agua.
—No estoy ardiendo, idiota, era un cigarrillo. Y era el último que me quedaba. ¿Dónde demonios estoy y qué está pasando?
—No hay necesidad de gritar ni insultar de esa manera. No es muy femenino. Si me acompaña, se lo explicaré.
Star observó detenidamente al hombre. Había algo que no encajaba. Era alto y delgado, con ojos almendrados y un cabello que le llegaba a los hombros. Sus piernas y brazos parecían un poco más largos de lo normal. «¡Sus orejas!». Eso era lo que estaba completamente fuera de lugar. Eran puntiagudas. Cuando le observó más de cerca, percibió su extraño color de piel. O se había puesto un bronceado de aerosol en mal estado o era de color púrpura. Star cruzó los brazos y levantó la barbilla.
—No voy a ir a ningún sitio hasta que me digas quién eres y qué está pasando. —Aunque quería mostrarse valiente, el corazón le aporreaba el pecho y le sudaban las palmas de las manos.
—Debo insistir en que me acompañe ahora. Oh, ¿dónde está Vesta? Ella es la que debe ocuparse de las hembras.
—Ya voy, ya voy —se escuchó decir a una voz y apareció una mujer apresurándose por otro camino—. Lo siento, Roven, me han retenido un momento.
La mujer tenía básicamente el mismo aspecto con el hombre, con las orejas puntiagudas y todo lo demás. Sus pieles no eran realmente púrpuras, sino más bien de un tono malva claro, lo que resaltaba el verde de sus ojos. Ambos vestían pantalones y camisas holgados, pero la mujer tenía el pelo corto y rosa. Star parpadeó y sacudió la cabeza. Debía de tener algún problema de visión, fue su conclusión. ¡Esas personas parecían elfos púrpuras!
De pronto, el retumbar de un trueno llenó el aire y un hombre apareció en el mismo lugar al que había llegado Star. Él también aterrizó a gatas.
—¿Qué es esto? No debería haber dos entregas a la vez. ¿Y por qué estos humanos aterrizan tan mal? Acabarán dañándose. Que los cielos y la diosa nos protejan —exclamó Roven.
El recién llegado se puso en pie de un salto y se giró hacia ella.
—¿Qué está pasando?
Tenía el mismo aspecto que había tenido ella, imaginaba Star. Sorprendido, confuso y enfadado. Sin embargo, también parecía ser completamente humano y bastante atractivo, cosa que tranquilizó un poco a Star. El hombre elfo se le acercó y lo agarró por el brazo.
—Si me acompaña...
—No voy a ir contigo a ningún lado y como no me quites las manos de encima te daré un puñetazo.
—¡Guardas! —gritó Roven.
Vesta agarró a Star por el brazo, pero ella se sacudió la mano de la mujer.
—Señorita, yo también voy a tener que darte un puñetazo. Déjame en paz.
Aparecieron varios elfos que portaban lanzas. Rodearon al hombre humano y le agarraron de los brazos por detrás y se lo llevaron.
—Por favor, no me hagas llamar a más soldados. No tenemos demasiados efectivos hoy y Su Majestad se molestará si llamamos a sus guardia palaciega. Ven conmigo en silencio —imploró la elfa.
Star evaluó rápidamente la situación y decidió que la resistencia no sería la mejor elección. Ellos tenían armas y ella no.
—¿A dónde me llevas? ¿Podrías decirme qué está pasando?
—Después. Debo llevarte a tu habitación y prepararte para el banquete de esta noche. Su Majestad insiste en que todos los recién llegados sean puntuales y vistan atuendos adecuados.
La mujer elfa condujo a Star por otro camino empedrado, cruzaron un inmenso portal arqueado y entraron en otra enorme sala abierta. Star observó a su alrededor maravillada, sentía que estaba en un programa de Discovery Channel visitando un antiguo palacio. Grandes muebles ornamentados llenaban el espacio y las paredes de piedra estaban decoradas con brillantes pinturas. La mujer caminaba con tanto vigor que Star no tuvo la oportunidad de contemplar las obras de arte de cerca, pero no reconoció ninguna de las pinturas.
Subieron una escalera de caracol y llegaron a una habitación en la que se encontraba una cama, un tocador, un sofá y otras piezas de mobiliario mal combinado. Para su consternación, Star observó que no había ventanas. Sintió cómo la claustrofobia la atenazaba.
—Puedes ponerte este vestido. Sobre la mesita de noche encontrarás una jarra con agua que puedes beber. Allí hay una bañera; el agua debería estar todavía caliente. Te ayudaré a desvestirte y bañarte.
—No necesito ayuda para desnudarme y desde luego que no necesito ayuda para bañarme —le dijo Star, cubriéndose el cuerpo con los brazos. Si esa mujer intentaba quitarle la ropa la golpearía. Star no se desnudaba delante de cualquiera.
—Debemos apresurarnos. Su Majestad se molestará si llegamos tarde.
—Sí,