Victory Storm

Glitter Season


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quienes quería. Siempre se podía contar con ella. Para cualquier cosa y en cualquier momento.

       No se podía decir lo mismo de Abigail que, a pesar de ser muy dulce, tierna y bonita, tendía a dejarse llevar por la emoción y a ser ansiosa o a comportarse como una niña que necesita consuelo.

       Eran tan distintas como el día y la noche, pero se complementaban perfectamente.

       Emma volvió a pensar en el email de Rachel.

      “ Leí tu colección de cuentos. ¡Emma, tienes talento de sobra! ¡Has nacido para ser escritora! Te envío mis anotaciones sobre los cuentos más hermosos que me has enviado. Trabajando un poco, pienso que podrías ganar algún concurso literario. ¡Felicitaciones! Siempre tendrás todo mi apoyo si un día quieres publicar tus obras. Rachel.

       P.D.: no se lo digas a Abby. Me acaba de enviar uno de sus cuentos y no sé cómo rechazarla sin hacerla llorar.”

       Jamás hubiera pensado que un día Rachel Moses le habría dicho que tenía talento.

       Había llorado por la emoción y había escrito durante toda la noche

       Esa mañana hubiera querido dormir hasta el mediodía, pero su abuelo la había llamado a las ocho de la mañana diciéndole que fuera a su oficina porque necesitaba hablarle urgentemente.

       A menudo no entendía por qué su abuelo la convocaba a la sede central de la Marconi Construcciones. Cuando se encontró delante del inmenso palacio, uno de los primeros que había construido el hombre cuando todavía dividía el trabajo de albañil y el de empresario de la construcción, Emma no pudo contener esa pequeña preocupación que sentía en el corazón cada vez que iba allí.

      “ Buenos días, señorita Marconi. Su abuelo la espera”, la recibió de inmediato la secretaria, acompañándola a la oficina del autoritario e influyente Cesare Marconi.

       Apenas golpeó la puerta, la voz fuerte y segura del hombre invitó a la nieta a entrar.

       Cruzar el umbral de esa oficina siempre fue un viaje al pasado para Emma.

       La habitación era inmensa y donde ahora había un pequeño salón de recepción, antes hubo una pequeña sala de juegos para niños, amueblada con silloncitos de colores, alfombras con números dibujados, cubos, Legos, cuadernos de dibujo, puzles y cientos de muñecos. Todo para la nieta preferida del poderoso Cesare Marconi.

       Un hombre hábil, sin escrúpulos, orgulloso hasta la médula, exigente y autoritario que había puesto a su imperio en el sector inmobiliario partiendo de cero… pero también un hombre amoroso y atento.

       Cuántas veces le había contado a Emma su historia, partiendo desde su infancia pobre en la periferia romana en Italia, para luego hablarle de una adolescencia sin esperanzas o ambiciones, pasada rompiéndose la espalda como albañil, en lugar de estudiar, porque tenía que ayudar a su familia.

       Hasta el día en que su primo, Giulio Marconi, con quien había compartido toda su vida, lo había llevado a Estados Unidos en busca de fortuna.

       De trabajar como albañiles se habían vuelto en poco tiempo en empresarios de la construcción.

       En diez años de trabajo duro consiguieron levantar la Marconi Construcciones y después de muchos años la habían convertido en una de las empresas más conocidas y solicitadas de Oregón.

      “ Marconi. No sólo un nombre, sino una garantía de prestigio y solidez”, como decía el slogan de la compañía.

       Fueron años de oro durante los cuales Cesare y Giulio Marconi crearon un verdadero coloso millonario, hasta doce años antes de que sucedieran algo grave y misterioso, y desde ese momento los dos inseparables primos se separaron sin volver a dirigirse la palabra. Ambos eran demasiado orgullosos para ceder, su pelea se volvió en una disputa familiar en la que a los descendientes de Cesare les fue prohibido tener cualquier vínculo con los lejanos primos descendientes de Giulio y viceversa.

       La familia Marconi se separó y nada fue como antes.

       La única preocupación en común entre los dos primos había sido la Marconi Construcciones, que se dividió dando lugar a la Marconi Inmobiliarias encabezada por Giulio, pero la escisión fue tan secreta que sólo algunas pocas personas sabían que las dos empresas eran dos cosas separadas.

      “ Los trapos sucios se lavan en casa”, decía su abuelo, que hizo de todo para que nadie supiera qué había ocurrido realmente. Del resto, el nombre Marconi era y debía permanecer sinónimo de tradición, garantía, solidez, prestigio y poder. Habría muerto antes que ver manchado el nombre de su familia.

       Sin embargo, para Emma, Cesare Marconi no era sólo un hombre de éxito de casi ochenta años, todavía pegado a su sillón para dirigir su empresa e impartir órdenes como un comandante.

       No, para ella era un padre, una madre, un mentor, un refugio…

       Para Cesare no había nada antes de su familia, después de que la esposa había muerto después del cuarto embarazo, se había dedicado en cuerpo y alma para dar un futuro próspero a todos su hijos y nietos. Era un verdadero jefe de familia y, cuando llamaba, todos tenían que responder como soldados pero para compensar, ningún Marconi había pasado hambre y cada miembro de la familia había sido involucrado en la empresa, ubicados estratégicamente en las distintas filiales de la Marconi Construcciones.

       Ya estaba decidido incluso el sucesor de Cesare: Alberto, su adorado primogénito.

       Era todo perfecto, hasta que una noche trágica, a bordo de su coche, Alberto y su esposa Sarah, murieron dejando sola a su pequeña hija de tres años en casa con fiebre.

       Emma.

       Cesare no se permitió llorar una sola lágrima por el hijo y la nuera.

       Había una niña en quien pensar y, según él, no había nadie que pudiera volverse su tutor. Nadie excepto él.

       Llevó a esa pequeña niña, silenciosa y timidísima, con él.

       Al comienzo fue difícil, porque Cesare tenía una objeción sobre cada ama de llaves, baby-sitter o asistente, tanto como para despedir a quince personas en tres meses.

       Exasperado y con una empresa que llevar adelante, decidió llevar a la niña a su oficina.

       Le reservó una parte de su oficina, le enseñó a hacer construcciones, a leer y luego a escribir, pero sobre todo la importancia del silencio porque ese era un lugar de trabajo donde no se podía gritar, correr o llorar.

       Emma resultó ser una niña extremadamente condescendiente y con un apego especial a ese abuelo que la llenaba de cariño y atención.

       Durante tres años Cesare no se separó de su oficina, delegando al primo todos los viajes y conferencias, ya que en ese momento todavía se llevaban bien.

       Después llegó la escuela, el colegio y las vacaciones de verano en la casa en el lago de la familia de Giulio en Deschutes County, donde la esposa Renata reunía a todos los nietos menores de quince años para hacerlos jugar y divertir juntos bajo su severa supervisión.

       Aunque si era muy rígida y estaba llena de reglas, las vacaciones en el lago eran el momento más hermoso del año para Emma. Solamente allí podía estar con sus primos de primero, segundo o tercer grado y divertirse corriendo, jugando, gritando, ensuciare, tirare al agua incluso vestida… una decena de jóvenes Marconi para disfrutar de la inmensa finca a los pies de las Cascade Mountains.

       Todo hasta hacía doce años atrás. Luego no hubo más fiestas ni carcajadas.

       Emma todavía recordaba su cumpleaños número trece.

       Había llorado a escondidas de su abuelo porque extrañaba la fiesta en el lago con todos sus primos.

       ¡También recordaba su último cumpleaños en el que sus primos Salvatore y Aiden la habían secuestrado a las siete de la mañana de su cama, para luego llevarla en brazos hasta el lago y tirarla en el agua gritándole “Feliz