Benito Pérez Galdós

Lecciones del ayer para el presente


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el egoísmo de los políticos y la sequedad institucional. Su obra constituía una tabla de salvación que, como la de Miguel de Cervantes en el siglo XVII, representaba a la sociedad secular, donde el hombre podía actuar de acuerdo con sus emociones, creencias, inclinaciones, según su modo de ser, con su propia verdad. Ofreció a la sociedad de su tiempo una esperanza, advirtiendo que el hombre, los seres humanos, no necesita de la protección divina, sino que su fuerza viene de dentro. La exposición quería contrarrestar el protagonismo de dos textos que se citan sin cesar, uno de 1870, «Observaciones sobre la novela española contemporánea», y otro de 1897, «La sociedad presente como materia novelable», su discurso de entrada en la Real Academia Española, donde Galdós pone énfasis en su labor, la mirada a la realidad, para dar entrada al contenido de su obra, la verdad humana. Por la masiva presencia de público en la exposición y los cientos de comentarios que me hicieron, entendimos que ese cambio de énfasis del objeto del arte, la realidad, a la sustancia del contenido del arte conectaba mejor con el público.

      Bien, pues la antología de textos que aquí presentamos debe leerse no para congelar las ideas de Galdós en un ayer filológico o histórico, sino por cuanto presentan del estado de los asuntos públicos en la segunda mitad del XIX, intentando descubrir la relación que guardan con el presente. He elegido de sus artículos los que creo que ilustran mejor su pensamiento, referidos a la vida parlamentaria, el papel de la Corona y de los principales políticos de su tiempo, como Antonio Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, Emilio Castelar y Antonio Maura, y de cuestiones, como el regionalismo o Marruecos, que marcaron aquel momento histórico.

      Ya abordamos en páginas anteriores el periplo del Galdós diputado durante varias legislaturas. Su bautizo político, afiliado al Partido Liberal de Sagasta, quien tuvo el buen ojo de incluirlo en la terna del partido, fue su elección como diputado cunero por Guayama (Puerto Rico), con lo que el destacado novelista, cuya fulgurante carrera lo convertía en una estrella en el firmamento cultural, adquirió una nueva dimensión. Al terminar la primera legislatura, el nombre de Galdós no dejará de aparecer en los diarios, casi a diario, y así seguirá hasta su muerte. O sea, que el podio cultural al que lo elevaron sus obras narrativas habría que teñirlo con este componente político, de político liberal. No olvidemos que el trasfondo familiar galdosiano era profundamente conservador; que su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria, era una urbe tradicional española, con su catedral, sus cuarteles que guardaban las esencias patrias, y que él, gracias al contacto con la cultura progresista en Madrid, en el Ateneo, durante sus viajes a París, con su círculo de amigos, como Fernando León y Castillo, cambió de signo. Un acto intelectual de entereza personal que le llevó a adoptar una posición política que mantuvo ante los ataques incluso de sus amigos. Pienso en José María de Pereda, rabioso carlista, o Marcelino Menéndez Pelayo, un adalid del conservadurismo español.

      Galdós se enfrentó al romanticismo pasional de Pereda y de Menéndez Pelayo, defensores de los valores tradicionales, oponiendo en sus artículos y novelas una realidad concebida a partir de la realidad palpable, no de creencias en una realidad todopoderosa existente en los cielos. Los problemas de los seres humanos surgían en el aquí y en el ahora. Ideó un sistema de valores humanos, potenciados por el krausismo y el institucionismo, que permitía una mejora de la sociedad, una actitud que intentaba propiciar unos modos de conducta apropiados para una sociedad secular. No debemos caer en la trampa de interpretar la evolución de Galdós de acuerdo con dos ejes: la revolución de 1868 o la derrota española de 1898, una tendencia de quienes prefieren los esquemas didácticos a la complejidad de las situaciones; o comenzar su implicación con la política a partir de 1901, coincidiendo con el estreno de su obra teatral, Electra. Hay que mirar con una mente amplia que nos permita sumar a los cambios sociales introducidos por el 1868, indudables, como señaló abundantemente José María Jover, el creciente descontento social, manifiesto en los atentados reales o en el asesinato de Antonio Cánovas del Castillo, y las fracturas regionales, principalmente de los catalanes. Todo esto sucede cuando la prensa nacional vive un momento de expansión que mejora las comunicaciones y cuya libertad Galdós defiende con fuerte empeño. No olvidemos la mejora en las conexiones ferroviarias, el telégrafo y el teléfono, pero sucede que el acercamiento no servía para mejorar la comunicación o la resolución de los problemas. Las guerras carlistas, la desigualdad económica, la política de traiciones, de ambiciones personales, de pactos obscenos dividían aún más al país. Sus ensayos ofrecen esa voz calma, moderada, de quien tiene fe en el futuro, en que los resortes de la vida democrática, de la sociedad laica, resolverán las inquietudes y retos del presente y del futuro.

      La evolución política de Galdós pasó por diversas etapas. La primera durante su época de periodista, que podemos extender hasta 1890, cuando fue elegido diputado y defendió el ideario del liberalismo liberal, tal y como había sido configurado durante el sexenio revolucionario (1868-1874). En esta etapa inicial, a la vez que desarrollaba su labor de periodista político y a partir de 1870, su postura se verá reforzada por el explícito posicionamiento progresista en sus novelas, tanto en las dos primeras series de Episodios nacionales, que expresan una cerrada defensa del patriotismo español, especialmente en la primera serie, mientras en la segunda aborda el posicionamiento personal ante la política, confrontando a los conservadores con los liberales, como en el resto de las novelas de la primera y segunda manera narrativa, de 1870 a 1887, o desde La fontana de oro (1870) a Miau (1888). Su posicionamiento político se expresará de manera estridente en las llamadas novelas de tesis, Doña Perfecta (1876), Gloria (1877) y La familia de León Roch (1879), decididamente anticlericales, y más sutil en la segunda manera, como la mencionada Miau, donde critica a la Administración del Estado, especialmente la posición de los cesantes.

      Hubo un momento en que dejó la política activa y se dedicó plenamente a la creación novelesca y a desarrollar una carrera teatral; en este intervalo, que coincide en parte con la crisis de 1898, empieza a darse cuenta de que las reformas sociales y políticas que con tanto empeño había defendido, desde su posición de diputado liberal y como novelista comprometido con los ideales marcados por el progresismo social de Francisco Giner de los Ríos y de la Institución Libre de Enseñanza, se quedaban sin realizar. Entonces, y como muy bien ha argumentado Antonio Robles, chocó con la realidad histórica: las ideas y la realidad no cuadraban en absoluto. En el episodio Zumalacárregui (1898) cuenta esa mascarada esperpéntica protagonizada por los carlistas, donde un ideario de guardarropía obligó a las fuerzas constitucionalistas a entrar en guerra, que costó vidas y produjo un sinfín de dolor. Años después ocurrió otro acontecimiento paradigmático, el decreto del Gobierno de Antonio Maura que pedía el reclutamiento de soldados para ir a Marruecos, injusta petición de un esfuerzo patriótico cuando las heridas causadas por la derrota del 98 todavía no estaban cicatrizadas. Estas son las realidades con las que chocó Galdós.

      Un poco antes, en ese clima de tensión política en que los conservadores, apoyados por una prensa de derechas belicosa que defendía las exigencias, incluso con llamadas a la violencia, del capital frente a las reivindicaciones obreras, que conducirá después a la mencionada Semana Trágica (1909), Galdós se afilió al Partido Republicano, insisto, no porque hubiera cambiado de ideas políticas, sino porque la situación de la vida social le hace cambiar de rumbo. Luis Ángel Rojo sintetiza esta llegada de Galdós al republicanismo así: «Pero Galdós ya no se sentía satisfecho limitándose a exponer sus críticas sociales y políticas a través de sus obras literarias, y acabó aceptando, en 1906, la invitación de los republicanos a incorporarse a sus filas para participar en la lucha política» (p. 66).

      Víctor Fuentes, un pionero estudioso del Galdós político, aborda esta segunda etapa, la republicana, e intenta rebatir la opinión expresada por el biógrafo Chonon Berkowitz de que Galdós entró en política obligado. Fuentes opina que el impulso republicano de Galdós nace con Electra (1901), drama que en verdad suponía una condensación temática de su anticlericalismo novelesco, evidente ya desde Doña Perfecta, y fácilmente trazable a través de sus obras, La familia de León Roch (el fanatismo religioso de María Egipciaca), Tormento (el sacerdote acosador Pedro Polo), Fortunata y Jacinta (el vulgar de maneras