también pp. 15, 27, 134.
31. Cf. S. F. Grove, «Quantum Theory and Aquinas’s Doctrine on Matter» (tesis de doctorado, Universidad Católica de América, 2008).
32. P. Dowe, Physical Causation (Cambridge: Cambridge University Press, 2000), pp. 22-23.
33. Los lectores que estén familiarizados con la filosofía aristotélico-tomista quizás noten aquí un paralelismo con lo que Tomás dice acerca del movimiento local (es decir, del cambio con respecto a la localización o el lugar). Tomás pensaba que una sustancia puede manifestar ciertas disposiciones de un modo «espontáneo», en el sentido de que estas manifestaciones simplemente fluirían de su naturaleza o forma sustancial, y para él un ejemplo de esto eran las tendencias naturales de una cosa con respecto al movimiento local. Tales movimientos fluyen de su forma sustancial y no requieren un motor externo que esté continuamente unido a ella. Ahora, esto no implica, según Tomás, decir que el movimiento en cuestión no tiene una causa eficiente, sino que ésta será lo que generó la sustancia y le dio la forma sustancial que da cuenta (qua causa formal) de su movimiento local natural. (Es un error común pensar que los aristotélicos medievales defendieron que todo movimiento local como tal requería una causa continuamente adyacente. Esto es cierto sólo de algunos de estos pensadores, no de todos. Para una discusión detallada de este tema, cf. Nature and Motion in the Middle Ages, de Weisheipl, de quien tomo prestada la expresión «espontaneidad»).
Tomás desarrolló esta idea en unión con la tesis de que el «lugar natural» hacia el que están inclinados los objetos pesados es el centro de la Tierra, y supuso entonces que los movimientos parabólicos sí requerían un motor adyacente en la medida en que los entendió como «violentos», en vez de naturales. Ambas suposiciones están anticuadas desde el punto de vista científico, pero la tesis más general resumida en el párrafo anterior es lógicamente independiente y puede ser fácilmente desligada de ellas. Uno puede afirmar sin inconsistencia que (a) una sustancia tenderá a cierto tipo de movimiento local sencillamente por su forma sustancial, al tiempo que rechaza la idea de que (b) este movimiento local implica movimiento hacia un sitio específico, como el centro de la Tierra. De hecho, algunos aristotélicos contemporáneos han propuesto que afirmar (a) rechazando (b) es el modo correcto de entender el movimiento inercial: el principio de inercia de Newton, desde esta perspectiva, sería una descripción del modo en el que un objeto físico tenderá a comportarse con respecto al movimiento local dada su naturaleza o forma sustancial. (Cf. E. Feser, «Motion in Aristotle, Newton, and Einstein», para una discusión de la literatura relevante).
De todos modos, el punto para nuestros propósitos es que la idea recién descrita también nos da un modelo –no necesariamente el único modelo, pero sí un modelo– para entender lo que está sucediendo desde un punto de vista metafísico con fenómenos como la desintegración radiactiva. Podemos decir que la desintegración descrita en el ejemplo de Dowe es «espontánea» de modo semejante a como Tomás pensaba que el movimiento local de una sustancia física era «espontáneo». En concreto, dada la naturaleza o forma sustancial del Pb210, hay una probabilidad x de que se desintegrará en el siguiente minuto. Tal probabilidad no es ininteligible, sino que se fundamenta en lo que es ser Pb210. La desintegración tiene, pues, una causa en el sentido de que (1) tiene una causa formal en la naturaleza o forma sustancial del átomo particular de Pb210, y (2) tiene una causa eficiente en lo que sea que originalmente generó ese átomo.
Curiosamente, en otro lugar de su libro, Dowe argumenta que la primera ley de Newton debería ser interpretada no en el sentido de que el movimiento uniforme de un cuerpo no tiene causa, sino más bien como que la causa es su inercia, concebida como una propiedad del cuerpo (pp. 53-54). Esto encaja con el análisis del movimiento inercial hecho por algunos aristotélicos contemporáneos, a los que he aludido más arriba. John Losee, en su libro Theories of Causality (New Brunswick: Transaction Publishers, 2011), discute la visión de Dowe y llama la atención sobre el paralelismo entre lo que Dowe dice sobre la desintegración radiactiva y su visión sobre la inercia (p. 126). El paralelismo, diría yo (usando nociones a las que ni Dowe ni Losee apelan), es el siguiente: en ambos casos, Dowe está describiendo el modo en el que una cosa tenderá «espontáneamente» a comportarse dada su naturaleza o forma sustancial (aunque la manifestación de dicha tendencia es probabilística en el caso del Pb210, pero no en el del movimiento inercial).
34. P. Dowe, Physical Causation, p. 23.
35. Ibid.
36. Cf. A. Eddington, The Nature of the Physical World (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1963), pp. XI-XIV.
37. Cf. L. S. Stebbing, Philosophy and the Physicists (New York: Dover, 1958), y A. L. Thomasson, Ordinary Objects (Oxford: Oxford University Press, 2007), cap. 8.
38. W. Norris Clarke, The One and the Many, p. 192.
39. Cf. S. Mumford y R. Lill Anjum, Getting Causes from Powers (Oxford: Oxford University Press, 2011), cap. 5.
40. Ibid., p. 125.
41. Cf. Ibid., p. 121.
42. Para ser más precisos, cada miembro en una serie lineal tiene su poder causal de modo inherente con respecto al resto de miembros de esa serie. Pero no lo tiene de modo inherente y punto. Pensemos en Al, que tiene un hijo llamado Bob, que a su vez es padre de Chuck. Cada miembro de esta serie tiene de modo inherente, más que derivado, el poder de engendrar un hijo, en el sentido de que Bob puede engendrar a Chuck con independencia de que Al siga vivo, igual que Al pudo engendrar a Bob con independencia de su padre, e igual que Chuck podrá tener un hijo propio sigan presentes Al y Bob o no. Su poder para engendrar hijos no es instrumental o derivado en el modo en que lo es el poder de un palo para mover una piedra. Es Bob quien engendra a Chuck, no Al utilizando a Bob como instrumento. Pero, por supuesto, hay otros sentidos en los que no tienen poder causal inherente de este o de ningún tipo. De entrada, ninguno de ellos tendría el poder de engendrar hijos si no lo hubieran heredado de sus padres. Y, más importante, ni Al ni Bob ni Chuck podrían engendrar a nadie ni hacer nada, ni siquiera por un instante, si la potencia que los átomos de sus cuerpos tienen de constituir, específicamente, cuerpos no es actualizada aquí y ahora, lo que a su vez requiere que la potencia de sus partículas subatómicas para formar átomos de ese tipo en concreto sea actualizada también aquí y ahora, etcétera. Y, por supuesto, nada de esto está en el poder de Al (ni de Bob ni de Chuck). De nuevo, cada paso en una serie lineal presupone una serie causal jerárquica que sí implica poder derivado, más que inherente.
43. Por ejemplo, Graham Oppy, en Arguing about Gods (Cambridge: Cambridge University Press, 2006), pp. 101-103, dice que Tomás no da ningún motivo para descartar una serie infinita, ignorando el papel central que la noción de causalidad instrumental juega en el argumento tomista.
44. Cf. J. Howard Sobel, Logic and Theism (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), p. 195. La objeción de Sobel es, en esencia, que no tendríamos ningún motivo para pensar que las cosas realmente dependen de series causales jerárquicas a menos que ya aceptáramos el marco general del teísmo que el argumento intenta demostrar.
45. Para una exposición y defensa más detalladas