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AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias al padre Joseph Fessio por su interés en este libro y sus comentarios al primer borrador. Parte del material fue presentado en público en Cambridge (Massachussetts), Claremont (California), Lafayette (Louisiana), Nueva York y Sydney (Australia). Agradezco a los miembros del público sus comentarios y preguntas, y también a los lectores de mi blog su interacción con ideas que acabaron abriéndose paso en estas páginas.
Como siempre, le doy las gracias a mi esposa, Rachel, así como a nuestros hijos –Benedict, Gemma, Kilian, Helena, Jack y Gwendolyn– por su paciencia y amor. Escribir este libro fue una locura porque se solapó con muchos otros proyectos. No lo podría haber hecho si mi mujer no se hubiera ocupado de tantas de las tareas de nuestra familia. Por supuesto, esto es cierto de mi trabajo en general, de modo que cualquiera que haya encontrado algo de valor en él está en deuda con Rachel por hacerlo posible.
Mi amigo, el padre Thomas Joseph White, ha estado en la vanguardia del renacimiento del interés en la teología natural entre teólogos católicos, como es evidente por su excelente obra Sabiduría frente a la Modernidad: un estudio de la teología natural tomista1. Me he beneficiado mucho de su trabajo y de nuestras conversaciones a lo largo de los últimos años. Con gratitud y admiración, es a él a quien le dedico este libro.
1. Thomas Joseph White, O.P., Wisdom in the Face of Modernity: A Study in Thomistic Natural Theology (Ave Maria, Fla.: Sapientia Press, 2009).
Introducción
Éste no es un libro acerca de las cinco vías de Santo Tomás de Aquino2. Puede que algunos de mis lectores habituales hayan supuesto lo contrario, dado que las he defendido en otras ocasiones y que el título de este libro es Cinco Pruebas de la Existencia de Dios. Aunque habrá semejanzas con lo que dice Tomás y lo que he dicho otras veces, aquí voy a desarrollar un tema algo diferente. No nuevo, porque ninguna de las pruebas que voy a discutir es de mi autoría. Pero sí diferente en la medida en que muchas de ellas no las he defendido previamente en absoluto. Es también diferente en que la mayoría de estas pruebas no ha recibido casi atención por parte de la filosofía contemporánea. Esto es sorprendente, dado que desde un punto de vista histórico han sido muy prominentes, y porque resultan ser los argumentos más poderosos que hay acerca de la existencia de Dios (o así me lo parece a mí). Los que ya me conocen no se sorprenderán si digo que, en mi opinión, esto no revela nada acerca de las pruebas en sí mismas, y en cambio lo revela todo acerca del estado de la filosofía académica contemporánea, incluyendo la filosofía de la religión.
Por tanto, aunque los argumentos no son nuevos en sí mismos, serán nuevos para la mayoría de lectores, como lo será mucho de lo que tengo que decir en su defensa. Lo que es distintivo de este libro puede explicarse mejor, quizás, diciendo algo acerca de sus orígenes. En mis anteriores obras, La última superstición, El Aquinate y otras, abordo cuestiones de la teología natural –esto es, cuestiones acerca de qué puede ser conocido por medio de la sola razón humana, con independencia de la Revelación divina, acerca de la existencia y naturaleza de Dios y de su relación con el mundo– por medio de la exposición y defensa de lo que Tomás de Aquino tiene que decir sobre el tema3. Dado que Tomás es, en mi estimación, el más grande de los teólogos naturales, esta aproximación tiene sus ventajas… pero también sus limitaciones. De entrada, requiere que la discusión sea en su mayoría exegética, dedicada a explicar qué quería decir santo Tomás, o cuál es la dirección en la cual sus argumentos podrían ser conducidos (o han sido conducidos por tomistas posteriores), partiendo de lo que uno encuentra realmente en sus textos4. Esto, a su vez, requiere desarrollar los principios filosóficos básicos concernientes a la naturaleza del cambio, la causalidad, la contingencia, y demás, que entran en juego en sus argumentos; desconectar las ideas esenciales de los supuestos científicos contingentes y erróneos con los cuales Tomás a veces las expresa; etcétera. Es por este motivo que, en los dos libros mencionados, el lector tiene que abrirse paso a través de setenta páginas de, en ocasiones, densa metafísica general antes de que sean abordadas las preguntas de la teología natural. Además, esta aproximación requiere que uno se limite a los argumentos que Tomás pensó que eran los más significativos.
En los años posteriores a la publicación de esos libros, no obstante, me pareció que había lugar para, y de hecho necesidad de, un libro que abordase las cosas de modo diferente. En concreto, que era necesario exponer y defender ciertos argumentos importantes a favor de la existencia de Dios que Tomás mismo no discute, y que además han recibido una atención insuficiente en las últimas discusiones dentro de la teología natural. Y que hacía falta hacerlo de un modo que fuese directo al corazón de los argumentos, introduciendo los principios metafísicos básicos a medida que fueran necesarios. Es decir, una exposición que no llevara el lastre de temas complejos y tediosos de exégesis textual, y que no fuera precedida por un largo prolegómeno metafísico.
Esto es exactamente lo que hace este libro. Dos de las pruebas que defiendo aquí pueden encontrarse en Tomás, pero las otras tres no son argumentos que él discuta, como mínimo no en detalle o en la forma en que los presento. Tampoco hago nada de exégesis, ni de los textos de Tomás ni de ninguno de los otros grandes pensadores del pasado. Por supuesto, y como el mismo índice sugiere, los argumentos están todos inspirados por varios de estos grandes pensadores: en particular, por Aristóteles, Plotino, Agustín, Tomás y Leibniz. En efecto, me parece que las pruebas que aquí defiendo capturan justo lo esencial de sus argumentos. Pero no estoy presentando ninguna interpretación de ningún texto que pueda encontrarse en su obra, y no pretendo tampoco que ninguno de ellos haya dicho o esté de acuerdo con todo lo que tengo que decir. Defiendo una prueba aristotélica de la existencia de Dios, pero no la prueba de Aristóteles; una prueba agustiniana, pero no una exégesis de nada que Agustín mismo llegó a escribir; etcétera. Y en cuanto a fundamentos metafísicos, trato de no desarrollar más que lo estrictamente necesario antes de entrar en cada prueba. En la medida en que me ha sido posible, introduzco los principios relevantes sobre la marcha, en el curso de su aplicación a la teología natural.
Cada uno de los primeros cinco capítulos está dedicado a una de las pruebas, con la siguiente estructura. En primer lugar, doy una presentación informal del argumento en dos fases. En la primera fase, defiendo la existencia de algo que se ajusta a una determinada descripción clave, como por ejemplo la de «una causa incausada de la existencia de las cosas». En la segunda fase, argumento que cualquier cosa que encaje con dicha descripción ha de tener determinados atributos divinos, como unidad, eternidad, inmaterialidad, omnipotencia, omnisciencia y bondad perfecta. Estas presentaciones son «informales» en el sentido de que no expongo los argumentos premisa a premisa, en ese formato explícito tan estimado por los filósofos analíticos contemporáneos, sino de un modo más discursivo y relajado. Los motivos para proceder así son que quiero facilitar todo lo posible el acceso y la comprensión de los argumentos a aquellos lectores poco familiarizados con la filosofía, y también que en varios puntos me es necesario hacer una digresión hacia temas más generales de metafísica, sea para aclarar exactamente qué es lo que está en juego en las pruebas o para prevenir posibles malentendidos u objeciones irrelevantes. Por supuesto, la discusión se torna a veces un poco técnica. Pero el objetivo, en esta primera parte de cada capítulo, es introducir al lector en estos tecnicismos del modo más gentil posible. Quiero que el libro sea de interés no sólo para los filósofos académicos, sino también, en la medida de lo posible, para la persona común capaz y dispuesta a introducirse en abstracciones filosóficas siempre que se le dé la oportunidad de hacerlo de modo gradual. Aunque terminamos, en cada capítulo, en lo más profundo del extremo hondo de la piscina, siempre trato de empezar en la parte más superficial del extremo contrario. (Como el lector descubrirá, esto es más fácil de hacer con unos argumentos que con otros).
La siguiente sección de cada capítulo contiene una exposición formal del argumento. Aquí sí lo desarrollo paso a paso, de modo explícito, con el objetivo de hacer lo más evidente posible la estructura lógica del razonamiento y de recapitular de una manera clara y meridiana la línea de pensamiento que el lector habrá recorrido