tratase de un crimen, y una crueldad también […] (1)
La carta sigue sosteniendo que el psicoanálisis poco o nada puede hacer en este asunto –”si él sigue siendo un homosexual o cambia es lo de menos”– y termina ofreciendo los servicios freudianos a la propia autora de la carta. Y todo esto –no perdamos la perspectiva histórica– en 1935, en un contexto en el que la moral victoriana más puritana estaba igualmente extendida al campo de la psiquiatría y de la ciencia de su tiempo, con rasgos de homofobia incluida. Lo que le valió a Freud no pocos exabruptos, hasta su exclusión de la Academia de la ciencia de su tiempo. Podríamos apoyar esta posición de Freud en innumerables citas de sus obras, valga solo esta perla como muestra. ¿Y ahora viene PBP a añadir más exabruptos desde un frente supuestamente liberador de jaulas, mostrando de hecho que todavía no ha leído a Freud al pie de la letra? ¿Freud, el normativo, Freud el patologizador de la homosexualidad, Freud el moralista de la diferencia de los sexos? ¿En serio se puede seguir sosteniendo esta cantinela? Pero Freud se defiende solo, basta con leerlo como merece.
El discurso de PBP sigue, sin embargo, la lógica de la metonimia in crescendo, añadiendo críticas contra el psicoanálisis, aunque pidiéndole a la vez que se añada a su lucha: ¡Psicoanalistas, un esfuerzo más para salir de la jaula patriarcal! Pero sí, muchos psicoanalistas lo saben ya desde hace décadas, al menos desde aquel texto de Jacques Lacan de 1938 –sí, 1938– en el que anunció el progresivo “declive de la imago paterna” (2) que hoy es un hecho, un declive de su función simbólica que da al traste con cualquier defensa nostálgica del patriarcalismo. Nada hay que restaurar en este declive para el psicoanálisis, nada que no nos devuelva al retorno más feroz del autoritarismo que también conocemos estos días en diversos ámbitos. 1940 es la fecha que PBP toma como referencia para situar el inicio de la patologización, por parte del discurso médico y psiquiátrico, de los cuerpos “trans” en nombre de la ideología hetero-patriarcal. Ya en aquel texto primerizo de Lacan podemos encontrar una respuesta a esta ideología, más que epistemología, cuando separa la estructura familiar de las funciones biológicas de la procreación y pone en cuestión las identificaciones sexuales standard que surgirían de su confusión. Luego, en los años cincuenta, sostuvo que el famoso complejo de Edipo no podía mantener su estrellato en nuestras sociedades, que no era más que un guiñol –un mal guiñol, además– que no podía representar ya la trama de las identidades sexuales, nunca fijas ni normativas. Y hay que seguir el hilo en los años sesenta cuando indicó que la única vía posible para el psicoanálisis se encontraba “más allá del Edipo” y de la lógica fálica de la diferencia de los sexos en la que algunos lo habían enquistado (3). Y más todavía si seguimos, un tiempo después, con la elaboración que hizo de la función del padre como un síntoma entre otros del sujeto contemporáneo (4). Imposible desconocer estos desarrollos, aquí solo esbozados, sin tirar el niño con el agua de la bañera.
Sí, un esfuerzo más para desenjaular al sujeto de nuestro tiempo de los significantes amo que lo aprisionan en el sentido de sus síntomas. De acuerdo en este punto. Pero hay que ver todavía cómo, y sobre todo hay que ver cómo hacerlo sin enjaularlo de nuevo con otro imperativo, ya sea imponiéndole la “homosexualidad”, lo “trans” o la camisa farmacológica de la testosterona, que es lo que parece proponer finalmente PBP como liberación. Pero, sobre todo, habría que actualizarse en la lectura de los textos y Seminarios de Jacques Lacan sin ponerlo en serie con la psiquiatría y la psicología normativas que, es cierto, no parecen muy al día en este asunto. No sabemos muy bien entonces de qué lado de la reja habla PBP a los psicoanalistas y por qué quiere ponerlos, a su vez, a todos en una misma jaula, junto a prácticas que nada tienen que ver con la que sostienen de hecho. Y esta es la operación de prestidigitador a la que hay que responder, una operación que tiene todo que ver, precisamente, con la categoría que es el blanco de la crítica planteada por PBP: la categoría de “la diferencia”. Las atribuciones hechas al discurso del psicoanálisis lacaniano de ser heteropatriarcal, un discurso que supuestamente entendería a la homosexualidad como una patología, un discurso colonialista, binarista, que tendría a la masculinidad como la norma, fuera de la cual todo serían desviaciones patológicas –la lista para hacerlo aparecer como políticamente incorrecto es larga–, todas estas atribuciones se fundan en esta categoría que parece imposible de extirpar de cualquier sistema, de cualquier lenguaje, de cualquier discurso: la diferencia. Finalmente, debajo de todo el ruido, lo que se encuentra es esta categoría que lo justifica y lo cuestiona todo: la diferencia de los sexos.
Queremos mostrar –aquí los dioses se quedaron mudos– que el discurso del psicoanálisis, actualizado por Lacan, puede dar precisamente un atisbo, un atisbo al menos, de otra lógica que no es la de la diferencia ordenada por la función simbólica del padre en la que BPB dice sentirse encerrado en su “Yo soy el monstruo que os habla”.
1- La carta fue publicada en el American Journal of Psychiatry en 1951. Ha sido rescatada hace poco para una exposición en el Museo de Sexología de Londres. Puede parecer increíble, pero hay quien me pregunta todavía si esta carta no será un fake. ¡Tanto es el ruido!
2- Lacan, J., “Los complejos familiares en la formación del individuo” (1938), Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.
3- Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis (1969), Paidós, Buenos Aires, 1994.
4- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome (1975), Paidós, Buenos Aires, 2019.
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