Sergio Telles

La Duquesa de Escobedo


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Tierra donde su padrastro Nixon le aplaudió la canallada.

      Dos años y dos meses después nació Lance Armstrong.

      Nixon abandonó la Casa Blanca y murió a causa de un derrame cerebral.

      Un par de años después le diagnosticaron cáncer de testículo a Lance Armstrong.

      Lance Armstrong ganó siete veces el Tour de Francia pero, el 23 de agosto del 2012, la Agencia Americana Antidopaje le retiró las siete victorias y lo suspendió del ciclismo de por vida.

      Dos días después murió Neil Armstrong por problemas en el corazón.

      El karma es borroso a 384,400 kilómetros de distancia.

      [ EYACULACIÓN EN EL POLLO LOCO ]

      Lula ganó la apuesta de las agujetas otra vez. Las ató más rápido y exigió pollo y medio con arroz, papas fritas y frijoles charros como presea. Apenas salimos del casino Malibú, largó los zapatos ortopédicos y nos montamos en su camioneta.

      –¡Pásame los Fritos de la guantera y súbele al aire acondicionado porque si no, no llego! –dijo.

      Siempre he admirado su capacidad para estar un paso adelante. Vale por dos y no sólo lo digo por su peso. Es buena en el arte de apostar y una excelente comerciante.

      Cuando llegamos al Pollo Loco un vagabundo en la puerta nos maldijo por no darle una moneda. –¡Marranos y tacaños! –espetó.

      Lula sentó su trasero en dos sillas para separar la mesa y yo fui a formarme.

      Hay algo en ella que me enciende y no puedo explicar. Quizá sea la cosecha de indirectas maternales para no morir solo y que una grúa arrastre mis restos. Eso o las tantas pendejadas que uno piensa cuando aprieta el hambre.

      Giro la cabeza y me excita verla sacándose la cerilla con la llave de su Windstar. Aceitito de San Charbel escurriéndole por los pómulos y sus dedos salivosos llevándose a la boca las migajas olvidadas por otros comensales.

      –¿Gusta agrandar sus complementos por 12.50?

      –Sí, y póngale aguacate.

      De regreso siento celos de la charola plástica con tres pollos apilados, del amor grosero con el que los mira. Apenas aterriza en la mesa, arrebata pierna y muslo y se apresura a la barra de salsas.

      Es fácil enloquecer con sólo verla caminar tan decidida: correas de tacones a punto de colapsar y esos chamorros de tamal veracruzano. Empuja, chupa hueso y estira la mano sin sortija. Vuelve a la mesa con suficiente de todo.

      –¡Qué pinche gente, de veras! Traen a toda su puta familia, compran un pollo y quieren llenarlos con puro totopo y salsa: te apuesto un kilo de chicharrón de la Ramos a que son de Escobedo… Anda, Ramón, ¡acepta!

      –No, Lulita. No quiero perder otra vez. ¿Qué te traigo de tomar?

      –Una dayer con chingo de hielos, por favor. Voy a empezar antes de que se nos enfríe todo.

      Quisiera que un apagón nos desnudara y ensartarle mi reata sin piedad mientras se atraganta con el cartílago de la pechuga, destrabar sus extensiones, lamer la acupuntura en sus lóbulos, morderle los hombros chocoflan, ponerla de perrito sobre la barra de acero inoxidable y pasarle un puño de totopos por la panocha.

      Pero el ruido del dispensador de sodas y su grito enchilado de ¡Apúrate, apúrate, apúrate! Hacen que termine justo ahí.

      [ SED ]

      Estoy comiéndome unos Tostitos en el panteón y pienso en mi difunto.

      Seguro extrañaré esas manos de carrocero que solían deshilacharme la panocha.

      Siempre su nalgada rasposa y fría.

      Siempre una maña al oído que mojaba mi entrepierna.

      El sol y la polvareda apaciguan los sollozos y sudo y lloro no porque se haya ido, sino porque estoy enchilada y el agua de panteón no me gusta.

      [ EXPRESSWAY 83 ]

      Llegamos a Weslaco escapando de los bronquios

      del tejabán con puerta de mantel y letrina oscura

      de los gritos y manazos de mi tía Piedad.

      Cruzamos calladitas por el río

      besando crucifijos

      perfumadas de desierto.

      Nos llenamos las tripas con aceite de freidoras de Whataburguers sin mayonesa ni avocado.

      Y, a veces vamos a la Isla del Padre sólo para sentirnos menos huérfanas y ver el mar de cerquita como las gaviotas que se zurran en la arena.

      [ ANASTROZOL ]

      Te subes al transmetro sintiéndote la puta ama del mundo y no ves que las uñas ya no te crecen o que el tinte se te cayó hace una semana. No te sientas atrás porque tienes la esperanza de que alguno de los hombres se levante para darte su lugar. Por eso te pasas la lengua por los dientes para que el orégano del menudo que almorzaste no les hable, tan pronto, de tu código postal.

      Acercas la nariz a tu sobaco ennegrecido y confirmas que el desodorante ya no te hace y que la Magaly mintió en el mercado para que le compraras dos.

      Sacas el rubor de la Michel Kors clonada para retocarte con el paño durante el semáforo en rojo. Te bajas la blusa que se sube en cada enfrenón y enseña la cesárea que hace años era un lujo de muy pocas.

      Cada una de las calles que cruzas es un vidrio que se entierra en tu columna o que te habla de los años buenos cuando había tantos que discutían en Villagrán para subirte a sus coches.

      Te duele en el chamorro el nombre tatuado de tu hija, Débanhi que se fugó a Laredo con uno de tus maridos.

      En la mano llevas inscrito el pedido de Fuller y la receta del Anastrozol para que no se te olviden.

      Cada bache es un hombre.

      Sacas el Sony Ericsson que se sostiene de la prótesis mamaria y no ves para cuando alguien te llame o te ceda el asiento.

      Te sudan las manos y el tubo está frío.

      La vejez es una cortina sin holanes puesta a propósito sobre una ventana de cemento sin pintar. El chicle que pierde el sabor en la boca se traga para honrar a la mandíbula o el tiempo invertido.

      Te tiras un pedo antes de bajarte nomás por el odio que le tienes al machismo y al transporte público.

      Llegas a casa para darte cuenta de que la Juana cumplió la amenaza de largarse.

      Ves el refrigerador y piensas que dos cubos de hielo en las nalgas apaciguan la comezón de canícula filtrándose por las paredes de yeso o la tristeza o la traición o el abandono.

      Tienes más hambre que sed.

      Abres el refrigerador que no visitas desde la semana pasada.

      Tienes más hambre que sed.

      Hay un sándwich enlamado que apesta y se parece a tu chiche izquierda después de la octava sesión de radioterapia.

      Tienes más hambre que sed.

      Te trastorna la luz amarilla del foco y piensas en la Débanhi y en la manada de huercos que debe tener.

      Tienes más hambre que sed.

      Y la muy puta de la Juana se llevó la parrilla eléctrica y el huevo con chorizo que le puso al sándwich que abres con tus manos te recuerda la cagada oscura que te arrancó el oncólogo del pecho en un quirófano de la clínica seis.

      [ RUINAS ]

      Es preciso admitir que has defecado demasiado cuando rebasas el agua

      o que todas las catástrofes inician con un calambre en los güevos.

      Te pareces a papá cuando dijo que volvería

      y dejó en mi frente