Lydia Davis

Ensayos I


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que estoy haciendo exactamente, considero que mis cuentos no son experimentales en ningún aspecto.

      Pero hay excepciones. Surgió un segundo relato a partir de esa breve entrada del diario, y en este caso sí sería preciso llamarlo experimental: quería ver si podía usar una cantidad limitada de material para contar la misma historia tanto prospectiva como retrospectivamente. La primera mitad sigue de cerca la entrada, mientras que la segunda mitad cuenta la misma historia, pero presentando el contenido en el orden inverso.

      HISTORIA REVERSIBLE

      Gastos necesarios

      Una mezcladora de cemento de la casa de al lado va y viene. Mr. y Mrs. Charray están construyendo una cava nueva. Tienen miles de botellas de muy buen vino. Por ese motivo, el seguro contra incendios les cuesta mucho dinero. Sin embargo, con una cava mejor, el seguro les costará menos. Tienen vinos muy buenos y algunos cuadros extraordinarios, pero en lo que hace a la ropa y los muebles son bien de clase media baja.

      Necesarios gastos

      En lo que hace a la ropa y los muebles, el estilo de los Charray es aburrido y bien de clase media baja. Sin embargo, también es cierto que tienen algunos cuadros extraordinarios, muchos de pintores contemporáneos de Canadá y Estados Unidos. También tienen buenos vinos. De hecho, tienen miles de botellas de muy buen vino. Por ese motivo, el seguro contra incendios les cuesta mucho dinero. Pero si amplían la cava o le hacen algunas mejoras, el seguro contra incendios les costará menos. Una mezcladora de cemento fue y vino de su casa, que está aquí al lado.

      Mientras analizaba la forma de “Las mucamas odiosas”, con sus secciones cortas, recordé los libros escritos en entregas breves que había leído al comienzo de mi carrera. Ya he mencionado los diarios de Kafka. Por supuesto, Kafka no concibió los diarios de antemano como una obra formal, sino que los compuso entrada por entrada: llegaron a su forma por acumulación. Y luego, una vez que existieron en esa forma y se publicaron, ejercieron su influencia en las generaciones sucesivas de escritores como modelo de esa forma.

      Los dos volúmenes de los Diarios, que cubren solo catorce años, reúnen más de 660 páginas en la edición que tengo: una enorme cantidad de material, y muy interesante de indagar. Abro al azar y encuentro tres tipos de entradas en una extensión de dos páginas. Uno de los tipos corresponde a la notación fáctica abreviada, en este caso, una extraña yuxtaposición de hechos actuales sumados a las actividades del propio Kafka (estas páginas fueron escritas en 1914, durante el primer año de la Primera Guerra Mundial):

      2 de agosto.

      Alemania ha declarado la guerra a Rusia.

      Por la tarde, Escuela de Natación.

      Otro de los tipos parece dar inicio a una historia impulsivamente, que se abandona con la misma rapidez:

      30 de julio.

      Cansado de servir en negocios ajenos, había abierto una pequeña papelería propia. Como mis medios eran escasos y tuve que pagar al contado casi todo […]

      Y un tercer tipo parece marcar el inicio de una historia, pero más lograda, con las características típicas de Kafka en la elección del tema, la confianza, el carácter incisivo, el uso de la repetición, la estructura bien equilibrada, la negatividad, la conclusión paradójica y el humor:

      [30 de julio].

      El director de la compañía de seguros El Progreso estaba siempre sumamente descontento con sus empleados. Ahora bien, todo director está descontento con sus empleados, la diferencia entre empleados y directores es demasiado grande como para que pueda ser compensada por meras órdenes por parte del director y por mera obediencia por parte de los empleados. Solo el odio recíproco equilibra las cosas y redondea la empresa entera.

      A mis veintitantos, solía estudiar los diarios de Kafka. Eran importantes para mí por varias razones: porque tenían muchos textos bien escritos; porque me permitían entender lo que pasaba con los textos antes de que estuvieran terminados (los ensayos toscos, los ensayos más logrados, la reflexión, la persistencia y la ventana que abrían al pensamiento de Kafka); porque lograban integrar la ficción y las preocupaciones cotidianas más mundanas y, en particular, porque la ficción emergía orgánicamente de las ocupaciones diarias. Y, además, quizás me resultaran más accesibles que la obra terminada, tan breves e inacabadas como eran las entradas.

      Si los diarios de Kafka crecieron por acumulación y no se concibieron en su origen como una obra única, otros escritores como Blaise Pascal, y sus Pensamientos, sí se propusieron esa forma desde el comienzo. Otro caso interesante es el del escritor catalán Josep Pla. Desde los veintiún años y durante un período de tiempo relativamente corto, de marzo de 1918 a noviembre de 1919, llevó un diario tradicional. Luego, durante los siguientes cuarenta y tantos años, en medio de muchos otros escritos, regresó a esas entradas de juventud y las amplió. Al final, el libro, en la edición que tengo, cuenta con 638 páginas. Todavía se leen las disyuntivas y los cambios abruptos de tema del diario original, pero incluye largos pasajes secuenciales de anécdotas, comentarios, historias, reflexiones morales, y demás. Entre sus numerosas obras, me atrevo a decir que El cuaderno gris (traducido al inglés por Peter Bush), descripta por un crítico como “una autobiografía construida a partir de fragmentos”, se ha convertido en su obra más destacada.

      Descubrí a Josep Pla hace poco, pero hay otro libro de un joven escritor, basado en las anotaciones de un cuaderno de hojas sueltas, que leí de joven, más o menos cuando se publicó por primera vez. Se trataba de un autor estadounidense esta vez, Kenneth Gangemi. El libro es The Volcanoes from Puebla, publicado en 1979, y habla de sus viajes en motocicleta por México. Gangemi también consultó su cuaderno en busca del material para hacer su libro, pero decidió incluir secciones organizadas alfabéticamente: Acapulco, Aguas, ¡Alarma!, Amecameca, Americanos Parte I, Americanos Parte II, Antiamericanismo, Azotea, Bach, y así. Me pareció un método atractivo e inspirador para organizar un libro. Gangemi es franco y crítico, claro, intenso e ilustrativo.

      Cuando pienso en los textos experimentales en el sentido estricto de la palabra, pienso en escribir con restricciones impuestas artificialmente. Por algún motivo, las restricciones alfabéticas me vienen a la mente primero, y el libro de Kenneth Gangemi cuenta como uno de esos casos, si bien la restricción es muy flexible y permite incluir secciones de cualquier longitud y un número variado de entradas por letra.

      Otro libro que recurre a la restricción alfabética es Alphabetical Africa, de Walter Abish, pero tiene límites mucho más marcados: en el primer capítulo solo se pueden usar palabras que comiencen con la letra “a”; en el segundo se agregan palabras que comienzan con “b”; en el tercero, palabras que comienzan con “c”; y así sucesivamente. En el capítulo veintiséis, el último de la primera mitad del libro, Abish ya emplea palabras que empiezan con cualquier letra del alfabeto. En la segunda mitad del libro, invierte el proceso y cuando llega al último capítulo ya solo usa palabras que empiezan con “a”.

      El que tiene un poema alfabético es David Lehman, un poeta neoyorquino de mi generación que a menudo se somete a restricciones (por ejemplo, escribió su libro Daily Mirror a partir de un desafío que se propuso: escribir un poema cada día, un desafío que podría darle buenos frutos a cualquiera).

      El poema alfabético de Lehman, “Anna K.” –sobre el personaje Ana Karenina– de su libro de 2005, When a Woman Loves a Man, tiene dos partes, que operan bajo la condición de la secuencia alfabética, es decir, la letra inicial de cada palabra sigue el orden del alfabeto. Y también se impone una segunda condición, que es la limitación de palabras por verso:

      1.

      Ana, benévola, creía.

      Demorar era fatal.

      Galante heroína,

      infiel jugaba Karenina

      lamentando mientras

      noviazgos otrora presentes.

      Qué resplandeciente,

      satisfactoria