José Antonio Pagola Elorza

Jesús, maestro interior 4


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las personas, sino que damos un paso más y las declaramos culpables. Si vivimos acusando, culpabilizando y condenando, no estamos actuando con el espíritu compasivo del Padre. Podemos decir que, cuando pronunciamos una sentencia definitiva sobre las personas, nos ponemos en el lugar de Dios, pero sin su compasión infinita hacia sus hijos.

      3. Dos llamadas importantes para actuar con verdadero amor compasivo (v. 38)

      Jesús no se detiene en las dos advertencias de carácter negativo que acabamos de considerar. Da un paso más para invitarnos a despertar en nosotros dos actitudes positivas, para vivir con verdad el amor compasivo.

      a) «Perdonad y seréis perdonados»

      Si escuchamos la llamada de Jesús a ser compasivos como el Padre, hemos de vivir dispuestos a ofrecer siempre el perdón a quien nos ha ofendido o hecho algún mal. De ello hablaremos detenidamente más adelante (capítulo 11). Aquí solo nos preguntamos qué es «perdonar».

      La primera decisión del que perdona es no vengarse. No siempre es fácil. La revancha es la respuesta casi instintiva que nos nace de dentro, cuando alguien nos ha herido o humillado. Buscamos aliviar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño.

      Es decisivo, sobre todo, no alimentar el resentimiento. No permitir que el odio se instale en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia: el que perdona no renuncia a sus derechos. Pero lo importante es irnos curando del daño que se nos ha hecho, sin deshumanizarnos.

      Perdonar puede exigir tiempo. El perdón no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo general, el perdón es el final de un proceso de reflexión, comprensión de los hechos, sensibilidad, lucidez, ayuda de otros y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos (texto n. 29).

      b) «Dad y se os dará: una medida generosa, colmada, rellena y rebosante»

      Para reforzar su llamada a ser compasivos como el Padre, Jesús nos invita a vivir con generosidad. Esto sugiere el verbo «dar». Jesús nos invita a vivir no encerrados en nuestro ego, sino con generosidad, pensando en el bien de los otros, buscando siempre lo que puede ser mejor para todos. En esta última invitación, Jesús pone el acento en la generosidad con la que Dios nos recompensará lo poco que nosotros hayamos hecho, viviendo con la generosidad propia de la compasión. Esta recompensa de Dios no es un salario merecido por nosotros, sino regalo de su generosidad sin límites. La novedad está en que Dios no solo colma la «medida» que nos podría corresponder, sino que la rebasa con una «medida generosa, colmada, rellena y rebosante». El Padre nos devuelve con creces los pequeños gestos de generosidad que hayamos podido hacer, movidos por la compasión.

      Esta sobreabundancia de la recompensa de Dios, nuestro Padre-Madre, viene sugerida por Lucas a partir de una imagen bien conocida por los campesinos de Galilea. El campesino que venía a recibir como recompensa de su trabajo una cantidad determinada de grano –una medida– levantaba los pliegues de su túnica o manto hasta media cintura, para hacer en su regazo un hueco, una especie de bolsa o alforja. La novedad está en que el señor no solo llena el hueco, sino que, con generosidad sorprendente, va echando el grano sin medida alguna, rebasando y desbordando los pliegues. Así recompensará el Padre «con medida generosa, colmada, rellena y rebosante» los pequeños gestos de generosidad que han podido hacer sus hijos.

      MEDITAMOS

      Hemos leído la llamada de Jesús a ser compasivos como es compasivo ese Dios Padre que nos ama con entrañas de Madre. Hemos escuchado también dos advertencias para no actuar alejándonos de la compasión y dos llamadas para tratar con amor compasivo a todos. Ahora meditaremos qué nos dice a cada uno de nosotros.

      1. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (v. 36)

      Escucho durante un largo tiempo estas palabras que Jesús me dirige a mí… Las grabo en mi interior… «Sé compasivo… como tu Padre es compasivo…».

      – ¿Siento a Dios como un Padre que nos ama a todos sus hijos con una compasión sin límites?…

      – ¿Cuántas veces me ha perdonado?… ¿Cómo me ha cuidado en momentos difíciles y duros…?

      – ¿Qué experimento dentro de mí cuando escucho a Jesús, que me invita a ser compasivo como el Padre es compasivo conmigo?…

      2. «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados» (v. 37)

      Escucho atentamente a Jesús, que me dice a mí: no juzgues… no condenes…

      – ¿Juzgo a las personas para ver si merecen un trato amable y compasivo… o si, por el contrario, puedo desentenderme de ellas y pasar de largo…?

      – Cuando voy conociendo a las personas, ¿me fijo en lo que tienen de positivo… o más bien en lo negativo…?

      – ¿Me atrevo a condenar a algunas personas sin compasión alguna…?

      3. «Perdonad y seréis perdonados: dad y se os dará» (v. 38)

      Escucho y repito lo que me está diciendo Jesús a mí: perdona… y serás perdonado…

      – ¿Hay alguna persona a la que no he perdonado… ni perdonaré nunca… lo que me ha hecho…? ¿Por qué…?

      – ¿Me siento bien por dentro sin concederle mi perdón…? ¿Puedo dar algún paso para cambiar mi actitud…?

      Escucho a Jesús y repito lo que me dice: da… vive con generosidad… y Dios será generoso contigo…

      – ¿Soy consciente de que Dios es generoso conmigo…? ¿Cuándo siento sobre todo su generosidad…?

      – ¿Vivo de manera egoísta… pensando solo en mis intereses?… ¿Vivo con generosidad… buscando el bien de los demás…?

      ORAMOS

      Hemos escuchado y meditado diversas llamadas de Jesús para invitarnos con insistencia a ser compasivos como nuestro Padre es compasivo… Ahora nos disponemos a responderle… Él me está escuchando desde mi interior… Es mi Maestro… Breves sugerencias para quienes deseen un punto de partida:

      – Jesús, antes que nada, quiero darte gracias… Estoy sintiendo cada vez más la compasión que tiene el Padre conmigo… con mi vida mediocre y vulgar… Me estás descubriendo cómo me ama… Jesús, cuánto tengo que agradecerte…

      – Jesús, qué lejos estoy de vivir pensando en los demás, para tratarlos con compasión… Yo vivo casi siempre pensando en mí y en mis intereses… ¿Puedo cambiar mi estilo de vivir?… Jesús, ten compasión de mí…

      – Me estoy dando cuenta de que vivo espontáneamente tratando a las personas a veces bien y otras mal… como me sale en el momento… Jesús, sé que me comprendes… Jesús, cuánto te necesito… Ayúdame a cuidar el buen trato a las personas…

      – Jesús, juzgo mucho a las personas… de modo ligero… Pero no quiero condenar a nadie… ¿Quién soy yo para hacerlo?… Jesús, dame un corazón bueno… como el tuyo…

      – A veces me pongo triste, Jesús… Van pasando los años y pienso que no cambiaré… Jesús, que nunca pierda la confianza en ti… Dame tu aliento…

      CONTEMPLAMOS

      Jesús cree y confía en un Padre que es un misterio de misericordia infinita hacia todas sus criaturas. Nos disponemos ahora a estar en silencio a solas con ese Dios, Padre de misericordia que me ama con entrañas de Madre. Breves sugerencias tomadas de los Salmos:

      – El Señor es clemente, compasivo, paciente y misericordioso (Salmo 144,8).

      – Su misericordia llena la tierra (Salmo 32,5).

      – Es cariñoso con todas sus criaturas (Salmo 144,9).

      COMPROMISO

      – Concreto mi compromiso para toda la semana.