tanto por todas estas actividades exteriores que acaba perdiendo el contacto consigo mismo, y ya no sabe verdaderamente quién es. Y a partir de este momento, no sólo ya no ve claro en las situaciones y comete errores, sino que se debilita, y al mínimo conflicto, a la menor contrariedad, se queda desamparado. Es normal que el hombre se salga de sí mismo, cada contacto con el mundo exterior le obliga a ello. Pero para no acabar yendo a la deriva, debe velar sin cesar, para restablecer el equilibrio entre el exterior y el interior, la periferia y el centro.
Desgraciadamente, nos vemos obligados a constatar que los humanos se contentan distrayéndose, dispersándose, y hasta los sistemas filosóficos que bosquejan las ideologías que fabrican, son el reflejo de esta tendencia a salirse del centro. Todo tiende, cada vez más, a alejar a los humanos de la Fuente: en la religión, en la ciencia, en todas partes, y sobre todo, en el arte, se produce este alejamiento. Al final, todo gira en todos los sentidos y nadie comprende ya nada. Diréis: “Pero es la vida la que está hecha así, ¡no puede ser de otra manera con situaciones y seres tan variados, tan diferentes!” La vida es muy compleja, es verdad, pero la manera de comprender y de resolver los problemas puede ser muy sencilla. La verdad es siempre muy sencilla. Para los Iniciados, todo es sencillo, porque han aprendido a reducir la cantidad infinita de los hechos y de las situaciones a algunos principios de base. ¿Y cuáles son estos principios? Figuras geométricas. Sí. ¿Os extraña? Pero, ¿por qué creéis, entonces, que ciertas tradiciones filosóficas han representado a Dios como un geómetra? Porque en el origen de estas tradiciones hay grandes espíritus que comprendieron que la multiplicidad de los seres y de las cosas, así como las relaciones que mantienen entre sí, pueden ser reducidas a estos principios tan sencillos que son las figuras geométricas, como el círculo, el triángulo, el cuadrado, la pirámide, la cruz...6
Tomemos la figura del círculo, justamente. Es muy interesante observar cómo se dibuja un círculo. Se pone la punta del compás sobre el papel para tener el centro, y sólo manteniendo este centro podemos trazar la circunferencia. Primero, pues, está el centro: la circunferencia sólo puede ser trazada a partir del centro. Y si los Iniciados han hecho del círculo un símbolo de la creación, es para subrayar esta idea de que todo lo que existe tiene una conexión con el centro y sólo puede subsistir conservando y manteniendo esta conexión. El que corta la conexión con el centro, no sólo no puede tener una idea clara del mundo, ni de las entidades y fuerzas que en él trabajan, sino que se priva de la corriente de vida pura que brota de la Fuente, de Dios mismo. El equilibrio de la vida cósmica está basado en las relaciones que la periferia mantiene sin cesar con el centro. Todas las partes deben converger hacia el centro, porque éste es el que sostiene su existencia. Un ejemplo de estas relaciones entre el centro y la periferia, nos es dado por el sistema solar, con los planetas que gravitan incansablemente alrededor del sol en un movimiento armonioso.
Cualesquiera que sean los problemas que debamos resolver en nuestra vida, no hay que olvidar esta ley de preeminencia del centro. Porque lo que es preciso comprender bien, es que estos dos términos, centro y periferia, no son solamente unos lugares geométricos: representan focos de fuerzas que se adueñan de nosotros, y las fuerzas del centro, del espíritu, nos regeneran, mientras que las de la periferia, las de la materia, nos trituran.
Claro que el ser humano está hecho de tal forma y sus condiciones de vida son tales, que no puede mantener continuamente su atención en el centro y descuidar la periferia. Se ve obligado a ir hacia la periferia, es decir, a estudiar la materia, a trabajar con ella. Pero para ello, no es necesario que rompa su conexión espiritual con el centro y que se disperse; debe, al contrario, aferrarse al centro divino que hay en él, porque es el centro el que lo une todo, el que lo junta todo, el que lo explica todo, y desde este centro tiene todas las posibilidades de tender hilos hacia la periferia. A medida que se conecta interiormente con este centro, el hombre modela en sí mismo un punto de afianzamiento sólido, y una vez que está sólidamente afianzado, puede aventurarse sin peligro hacia la periferia. Para emplear otra imagen, podemos decir también, que hunde profundamente sus raíces en el Cielo.
Vale la pena meditar sobre esta cuestión de la conexión que nos une al centro, porque esta conexión es la condición esencial de nuestra vida. Cuando un ser humano viene a encarnarse a la tierra, primero pasa nueve meses en el vientre de su madre, con la cual está conectado por el cordón umbilical. Al cabo de los nueve meses, para que pueda llevar su vida independiente en tanto que individuo, este cordón debe ser cortado. Entonces, decimos que ha nacido. Pero para vivir, está conectado con el universo por otro cordón de naturaleza fluídica, y el día en que este cordón se rompe, muere. Finalmente, un tercer cordón, aún más sutil, le conecta con el Señor. Mucha gente ha cortado este cordón, y por mucho que digan: “Ya veis, estamos vivos”, en realidad, están muertos. Algo esencial en ellos ha muerto. Han roto la conexión que les unía a la Fuente divina de la luz y del calor, para ir a perderse en las tinieblas y el frío, y espiritualmente, están muertos. Poseen la vida en ciertos planos, porque todavía no han cortado el cordón umbilical que les une con la madre naturaleza, pero en el mundo espiritual están muertos, y esta muerte espiritual tiene, necesariamente, repercusiones en todos los terrenos de la existencia. Por eso, el discípulo cuyas actividades le obligan a abandonar el centro para ir hacia la periferia, en la agitación y el ruido, sabe que debe reforzar el vínculo que le une con el centro para no dispersarse y conservar su equilibrio interior. La periferia es rica y seductora, es cierto, pero sólo podremos beneficiarnos plenamente de todas sus riquezas si logramos explorarlas permaneciendo conectados con el centro.
La existencia pone continuamente a los humanos en situaciones dé desequilibrio, y si no están conectados con el centro, caen, y aquí caer se entiende en todos los sentidos. Caer es vivir en el desorden, la incertidumbre, los conflictos, las enfermedades, y siempre nuevas enfermedades, porque se ha roto el vínculo con lo que es verdaderamente esencial.
Esta necesidad de permanecer vinculado con el centro se verifica cuando se trata de explorar el subconsciente. Es peligroso para los seres hundirse en las profundidades del subconsciente sin haber trabajado previamente para establecer una conexión sólida con este centro divino que hay en ellos que es su Yo superior.7 El subconsciente es comparable a los fondos marinos, a los abismos. Imaginaos que debéis descender a las profundidades del océano, solos, sin luz, sin protección y sin ninguna experiencia: os asustaréis al veros obligados a avanzar, de esta manera, en medio de las algas, de los animales y de los monstruos marinos de aspecto amenazante. Pues bien, el subconsciente es esto, y es muy peligroso aventurarse en él sin haber tenido buen cuidado de conectarse, previamente, con este centro divino donde se encuentra la luz, la fuerza. Por eso, el psicoanálisis, aunque puede dar buenos resultados cuando es utilizado por personas competentes y provistas de grandes cualidades morales, sigue siendo, de todas formas, un método muy arriesgado, y tal y como se ha expandido, es gravemente peligroso para los humanos.
Así que, ya veis, este símbolo del círculo y del punto central va lejos, muy lejos. En su aspecto más abstracto, estos símbolos, que son las figuras geométricas, se presentan bajo formas extremadamente simples; pero cuando debemos estudiar todas sus aplicaciones en los diferentes planos de la actividad humana, aparecen bajo aspectos tan diversos, tan complejos, que ya casi no podemos reconocer que se trata de un círculo, de un triángulo, de un cuadrado, de una cruz. Pero a mí, es esto lo que me interesa. Sí, lo único que me interesa verdaderamente son los principios, las reglas generales. No me pidáis que os hable de los detalles, los dejo para otros, para los especialistas; ellos tienen tiempo para tomar, cada uno, una parcela de la realidad y explorarla en todos sus recovecos. Son muchos, pueden distribuirse el trabajo, y si quieren, todos podrán ser eminencias en su campo. Pero a mí lo que me interesa es la totalidad; para los detalles soy una nulidad, ¡no me pidáis nada!
Lo único importante es trabajar para volver hacia el centro. Claro que es difícil ver claramente cómo se presentan estas dos direcciones, el centro y la periferia, si no hemos trabajado durante años y años para tener una especie de punto de referencia, gracias al cual podamos pronunciarnos con certeza, sobre todo lo que se nos ofrece: las condiciones, los objetos, los seres... y sentir, por ejemplo, si al comprometernos con tal persona, al aceptar tal proposición, al lanzarnos a tal empresa, nos acercamos al centro, o bien nos alejamos de él.
Si queréis, a esto podemos simplemente llamarle facultad