Omraam Mikhaël Aïvanhov

El zodíaco, clave del hombre y del universo


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      a Sagitario

: los muslos

      a Capricornio

: las rodillas

      a Acuario

: las pantorrillas

      a Piscis

: los pies.

      Para escapar de esta Serpiente que le aprieta con sus anillos, el hombre debe salir del círculo de las reencarnaciones.

      En el momento del nacimiento, el cuerpo etérico del niño, que aún es como una cera blanda y virgen, recibe la huella de las influencias astrales. Una vez enfriada la cera, la forma no puede ser modificada. Cuando el niño lanza su primer grito, el cielo estampa su sello sobre su cuerpo etérico y fija su horóscopo, en el cual se inscribe su destino. El único medio que existe para el hombre de liberarse de las limitaciones que le imponen los astros, es el de trabajar para restablecer conscientemente el lazo con Dios; es así como escapa a la ley de la necesidad, y entra en la ley de la gracia. Pero esta libertad, a la cual aspiramos todos, es la última cosa que obtendremos. Por eso la libertad es considerada como la corona de la espiritualidad; esta corona es un círculo de luz que el Iniciado lleva encima de la cabeza para mostrar que ha superado el círculo de las limitaciones terrestres.

      Estudiemos ahora las consecuencias prácticas para nuestra vida cotidiana de la existencia del círculo zodiacal. Suponed que paseándoos por la montaña, os divertís hablando en voz alta o chillando ¿qué sucede? Que la montaña os la devuelve. El sonido, las palabras tropiezan con un obstáculo y vuelven. Cuando echáis una pelota al suelo ocurre lo mismo: rebota... o contra una pared: vuelve y os golpea. Son leyes físicas y las leyes físicas son un reflejo de las leyes espirituales. Si exclamáis: “Os amo”, por todas partes el eco repite: “Os amo, os amo, os amo...” Y si gritáis “os detesto, os detesto”, por todas partes el eco repite “os detesto, os detesto...”

      Debéis comprender que en la vida todo se repite sin cesar; el hombre, mediante sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos emite ininterrumpidamente ondas benéficas o maléficas; estas ondas viajan por el espacio, hasta que encuentran una pared, la cual las devuelve y aquél recibe premios o castigos. Sí, es como un bumerán. Los que conocen esta ley se esfuerzan en enviar por todas partes luz, amor, bondad, pureza, calor, y un día u otro reciben necesariamente, a su vez, las mismas bendiciones; se sienten felices, alegres, consiguen éxitos. Se dicen: “¡Es el buen Dios que me ha recompensado!” Pero no es así; el Señor ni siquiera lo sabe. Tiene otros quehaceres que el de observarnos incesantemente y anotar todas nuestras acciones para recompensarnos o castigarnos. El estableció leyes dentro y fuera de nosotros, y son estas leyes las que nos castigan o recompensa.

      El círculo con un punto central es la estructura que se encuentra por todas partes en el universo. Coged cualquier organismo, una célula, por ejemplo: veis un núcleo, un protoplasma, y alrededor una película, la membrana. Coged un fruto; en el centro encontraréis el núcleo, después la pulpa, la carne jugosa que se come y, por último, la piel o corteza. Así pues, todo organismo vivo tiene un centro, después un espacio por donde circula la vida y, finalmente, la piel que sirve de frontera, de límite, gracias a lo cual la ley del eco puede aplicarse. Ahora bien, puede ocurrir que siendo muy grande la distancia del centro a la periferia, la voz llegue muy, muy lejos, y que sólo unos años después se encuentre con la pared que la devolverá. Pero aunque el bumerán se haga esperar, ello no significa que no se vaya a producir nada; sí, se producirá, pero más tarde, quizás en otra reencarnación, puesto que la frontera (o aún la periferia, la pared) está muy alejada. Y es así como se explica el destino inscrito en nuestro tema natal: es la consecuencia de nuestras acciones pasadas.

      El átomo y el sistema solar poseen una estructura idéntica: un círculo con un punto central. Y el espacio que rodea este punto representa la materia; sin espacio la materia no existiría. Mientras que el espíritu no tiene necesidad de espacio; su poder se debe a que, siendo un punto ínfimo, actúa en todas partes al mismo tiempo. Es, pues, en los límites de este espacio ocupado por la materia, donde todo choca y después regresa a su punto de partida. Así, a través de la materia, todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, vuelve hacia nosotros después de haber recorrido el espacio. Es la materia la que vuelve a enviar el eco, no es el espíritu. El espíritu actúa y la materia reacciona, responde al impulso. Su papel es hacer frente al espíritu, oponerse a él, limitarlo, aprisionarlo incluso. Y el zodíaco es este límite que circunda nuestro universo, así como la serpiente de la materia circunda el espíritu.

      II

      LA FORMACIÓ DEL HOMBRE Y EL ZODÍACO

      La formación del hombre se ha producido paralelamente a la del universo. En el origen, el ser humano estaba constituido por una simple esfera fluídica. No tenía ni pulmones, ni estómago, ni miembros, sino solamente una cabeza que se desplazaba como una medusa en un océano de fuego. Cuando una parte de este fuego se condensó para producir el aire, se formaron los pulmones. Más tarde, una parte del aire se condensó para producir el agua, formándose el estómago, el vientre y los intestinos. Por fin, una parte del agua se condensó para producir la tierra, y los brazos y las piernas quedaron formados.

      Pero estos cuatro elementos que constituían la sustancia del hombre y del universo, no eran los elementos materiales que conocemos; eran de naturaleza etérica, sutil; y el hombre así formado no existía aún en el plano físico. El hombre no comenzó a materializarse hasta que se formaron sus pies y fueron precisamente los pies los que primero se materializaron; después las piernas, los muslos, los órganos genitales, el plexo solar, el estómago... y así sucesivamente hasta la cabeza. La cabeza fue la última en materializarse, aunque la primera en formarse; y los pies, los últimos en formarse, fueron los primeros en materializarse. Estas dos corrientes la involutiva (aparición de los órganos en el orden: cabeza, pulmones, etc.) y la evolutiva (su materialización en el orden inverso), se encuentran en el zodíaco.

      Cuando enumeráis los signos del zodíaco, en el sentido: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, etc., seguís el movimiento involutivo. Así se formó el hombre, empezando por la cabeza. Y Aries precisamente es la cabeza, ya que hemos visto que cada signo del zodíaco corresponde a una parte del cuerpo humano. Ya que el punto vernal* se desplaza en el zodíaco en sentido inverso, en el orden: Piscis, Acuario, Capricornio, Sagitario, Escorpio, etc., su trayecto corresponde al movimiento evolutivo; sigue el orden según el cual se materializaron los órganos.

      * Al no ser esta obra un manual de astrología, se supone que los elementos astronómicos básicos en relación al zodíaco son conocidos.

      Si se considera el movimiento de los planetas en relación al zodíaco, se encuentra la misma oposición. Las constelaciones del zodíaco ascienden en el cielo, siguiendo el orden: Aries, Tauro, Géminis, mientras que los planetas giran en sentido inverso.

      También se puede estudiar la oposición entre los planetas y el zodíaco desde otro punto de vista. El zodíaco representa el lado estable, inmutable. A diferencia de los planetas que están siempre en movimiento, el zodíaco guarda un orden, una regularidad. Nunca se ha visto a Aries al lado de Libra, ni a Piscis entre Leo y Virgo. Las constelaciones del zodíaco conservan el mismo orden desde la eternidad, mientras que los planetas no están nunca en el mismo lugar, ni en el mismo orden los unos con respecto a los otros. Estos últimos representan el aspecto psíquico, que varía constantemente, en oposición al cuerpo físico que presenta siempre la misma disposición. Ni la cabeza, ni el estómago, ni los pies han cambiado nunca de lugar. Los miembros, los órganos, conservan, como los signos del zodíaco, un lugar fijo desde la creación del mundo, mientras que en el interior del cuerpo todo es movimiento: movimiento de la sangre, de los humores y de las corrientes nerviosas que atraviesan el organismo. Exactamente como los planetas, que están siempre en movimiento.

      Por otra parte, sabéis que los planetas reciben una gran potencia o, por el contrario, resultan debilitados, según sean los signos por los que pasan y que, a su vez, influyen sobre estos signos.